sábado, 10 de enero de 2009

Y dale que te dale con el mismo tema

Y yo sigo colgado con el tema. Lo admito sin la menor vergüenza.

Qué fantásticos que somos los seres humanos, mierda. Tan refinaditos, tan complejos, tan rebuscados; pero cuando se trata de estar en presencia de alguien que nos atrae, cuando nos enfrentamos a la belleza, somos unos seres de lo más primitivos.
Y eso, a la vez que me fascina, me asusta.
No se puede evitar la fuerza de la belleza. Aunque se intente, no se puede. Si te gusta alguien mucho, te gusta y no hay vuelta. Es aterrador. Es aterrador, creo, porque es incontrolable; porque te pone en una situación de inferioridad abrumadora; porque quedás expuesto, sin salidas, sin ningún lugar donde refugiarte. Y para peor, la memoria guarda datos, detalles, señas particulares que regresan en el momento menos oportuno, cuando uno menos se lo espera.
A veces me parece que podría haber maldad detrás de la belleza. Si no fuera porque la belleza es tan necesaria, y tan…bella, podría llegar a pensar que alguna fuerza diabólica la ha cruzado en nuestro camino. Porque al fin y al cabo la belleza es lo que nos hace realmente desiguales; se podrá ser más o menos inteligente y más o menos bellos, y estas virtudes, en caso de tenerlas, podrán combinarse o no; pero que la belleza es una fuerza imposible de combatir no tengo dudas. En cambio a la inteligencia, como muestra la historia, se la puede combatir con las armas, con el dogma, con la economía. Pero a la belleza no.
Cada vez me tienta más la idea de que el diablo está detrás de la belleza. Pero conciente de mis limitaciones, prefiero citar lo que Alejandro Dolina le hace decir a Manuel Mandeb: “…Nadie puede negar el poder diabólico de la belleza. Se trata en realidad de una fuerza mucho más irresistible que la del dinero o la prepotencia. Cualquiera puede despreciar a quien lo sojuzga mediante el soborno o el temor. Por el contrario, uno no tiene más remedio que amar a quien le impone humillaciones en virtud de su encanto. Y ésta es una trágica paradoja.”

Y buscando esa cita, que recordaba a medias, y para ser honesto, totalmente desfigurada, encontré esta otra, que me hubiese encantado escribir:
“Es que cada mujer que pasa frente a uno sin detenerse es una historia de amor que no se concretará nunca. Y ya se sabe que los hombres de corazón sueñan con vivir todas las vidas.”
No sé si seré un hombre de corazón, pero que quiero vivir todas las vidas no tengo dudas.
Como me han dicho que no puedo, escribo.

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