domingo, 24 de mayo de 2009

El fascista que todos llevamos dentro: la columna de opinión de Adolf I.M. Gay


Pena de muerte: ¿El Uruguay está listo para el progresismo represivo medieval, o continúa siendo un retrógrado y conservador país humanista?

El rinconcito fascista

Ya llega un momento en el que hay que preguntarse si vamos por el buen camino. La inseguridad es algo que seguramente todos sentimos; todos roban, todos nos pueden robar. Alguien debe de estar planeando un robo ahora mismo; alguien debe de estar ejecutando un robo ahora mismo. ¿Y cuál es la solución? Matarlos a todos. No es nada nuevo, es el pensamiento que primero nos llega a la mente cuando alguien se mete con nosotros, o cuando se nos pregunta en la calle, con una cámara apuntando a nuestra cara y con el micrófono del movilero del noticiero central introduciéndose en nuestra boca como pene de cura en boca de infante.
El camino es claro. Es hacia delante. Pero todo vuelve, como dice el dicho (viejo, pero que volvió), de modo que para avanzar no debemos dejar de lado eventos y técnicas del pasado: ¿y qué época más gloriosa que la edad media, en términos de control de comportamientos indeseados? Ninguna. En esa época tenías un gato negro y eras una bruja. Ahora tenés un gato y sos contratista de fútbol que evade impuestos. Ahí, si pensabas distinto, si robabas, te mataban; y nadie se quemaba la cabeza (salvo, claro, los que habían pensado distinto) en reflexionar si eso estaba bien o no, si era “justo” o no. En esa época sabían que las palabras “venganza” y “justicia” eran sinónimos. Vamos para atrás.
Pero no vamos para atrás del modo en que deberíamos ir para atrás. Ya es hora de terminar definitivamente con los robos, terminando con los ladrones. Y lo mejor es la pena de muerte. ¿Pero cuál es el problema que impide que esto que todos queremos se lleve a cabo? El raciocinio. El pensamiento. Es decir: cosas de puto. El pensamiento ya fue; es hora de aplicar la pena de muerte a todo aquel delincuente o potencial delincuente (plancha/negroplancha/negro). Y es mejor hacerlo mientras están vivos, porque después de muertos ya no vamos a poder.
Sin embargo (como todavía no los podemos matar) habrá algunos homosexualistas de izquierda que estén en contra de la pena de muerte y dirán cosas como:
“Matar a un criminal es justicia, pero matar a un feto es asesinato” ¡Pero por supuesto! ¡Los criminales son enfermos sidosos, lateros o planchanegros! ¡Los fetos son embriones de bien, transparentes en su accionar, inoloros, incoloros y obligatorios, como la escuela! No podemos matar el futuro de nuestro país; debemos matar su presente.
Finalmente, una cosa más. Creo conveniente optar por una apertura de cabeza, apostar a la pluriculturalidad: miremos a medio oriente. En Musulmania serán genéticamente inferiores a nosotros, adorarán a un dios que no existe y sostendrán una falsa religión, pero ¡qué buen sistema de justicia tienen, eh! Pocas cosas más eficaces para prevenir el crimen que ver como a un ladrón se le amputa un dedo de la mano. Tal vez lo único más eficaz que eso sea, justamente, la pena de muerte.
Está claro cuál es el camino: cada vez que un criminal cometa un crimen, habrá que matarlo para que la próxima vez que se le cruce por la mente delinquir, no lo haga.

martes, 19 de mayo de 2009

Latidos

Estoy en una pequeña habitación. Es tan pequeña que por momentos me espanta la idea de que esto pueda ser todo lo que hay; me aterra pensar que quizá fuera de estas paredes blancas, precariamente pintadas con cal, tan ásperas y rugosas, no haya nada más. Qué terrible sería quedar detrás de esa puerta y estas paredes para siempre.
Acá adentro no hay nada más que vacío; piso, techo, paredes, una puerta que no puedo abrir, mis pensamientos, las manchas de mis antiguas lágrimas y yo.
A veces, cada dos segundos, el piso se mueve y las paredes tiemblan como si la habitación latiera. Por las noches, cuando no puedo dormir, me imagino que estoy en una habitación en alguna parte del corazón de alguien, que bombea y bombea sangre, que late y late sin detenerse, y atribuyo a eso el sonido y el temblor casi permanente. También fantaseo con la idea de que haya más habitaciones como la mía en ese corazón, y por las noches, cuando el insomnio se hace delirio histérico, creo escuchar los gritos desgarradores de otras personas, probablemente atrapadas en otras habitaciones también. Esta habitación es mi mundo. Ese corazón es mi universo.

Cada tanto, día por medio, tal vez dos, la puerta se abre y todo cambia. La sala deja de estar vacía, mi corazón late más rápido y tapa el sonido del gran corazón. Mis manos sudan, cuelgan de mi cuerpo, inmóviles, tensas, rectas, estorbando. La sala se llena de luz cálida, de paz, de satisfacción, de armonía, de cosas y sensaciones que no se pueden describir con palabras; ni siquiera me atrevo a intentarlo, porque hacerlo sería reducir su valor. En esos momentos no hay temblores en las paredes, o al menos yo no los percibo. No hay nada alrededor. Floto, no hay techo, me desplazo, salgo de mi prisión chiquitita, recorro lugares que no existen; recorro lugares que jamás me atreví a imaginar. Pero de pronto la puerta se vuelve a cerrar, y con su cierre también me cierro yo. Un pequeño candadito suena del otro lado de la puerta, y uno enorme suena dentro de mí. Vacío es lo que queda; vacío y una versión triste y desdibujada de lo que puedo llegar a ser. Dos o tres días después, la puerta se vuelve a abrir, y todo comienza a empezar otra vez; pero la puerta se cierra de nuevo, y todo comienza a terminar otra vez. Y el ciclo se repite una y otra vez.
Lo que me mantiene cuerdo, expectante y fuerte, es la esperanza de que algún día la puerta se abra de par en par y que no se vuelva a cerrar nunca más. Si eso sucede alguna vez, y puedo salir de acá, antes de hacerlo voy a descascarar las paredes y, como pueda, voy a escribir que la felicidad, la libertad y el amor, son la misma cosa.

jueves, 14 de mayo de 2009

Seducción urbana en un ventoso día de lluvia

Es de noche; el ómnibus espero.

Llueve, hay viento y truenos.

Absorto, de nada me entero.

Solo añoro aquellos tiempos buenos

en que estaba en casa

sequito y calentito,

con mi café en una taza

sin esta bic ni el papelito

El ochenta y dós no pasa

No puedo ir a casa

Me mojo y me quejo

me mojo y me quejo

el viento en la cara

mi respiración truncada

la visión no es clara

ya no veo nada

pero la voluntad terca

que me distingue a mí

permite que vea de cerca

un taxi llegando hacia aquí

la lluvia tan fuerte

en el taxi reluce,

con mirada sugerente,

el conductor me seduce

despacio acerca el coche

bien cerca de la vereda

la lluvia y la fría noche

me tientan para que ceda

de reojo lo miro

él mira desde el autito

yo mi plata no tiro

ni pa viajar calentito

en Peñarol nací

y espero el ochenta y dos

yo fui criado así

no importa la gripe y la tos.

miércoles, 6 de mayo de 2009

El regreso no existe

El regreso no existe.
Por más que se retroceda, siempre se avanza.
Se podrá retroceder,
recular, desdecirse, retomar,
caminar sobre nuestros propios pasos;
pero el regreso nunca será completo.
Siempre,
en algún aspecto,
se está avanzando.
El tiempo va en una sola dirección,
y eso a veces me aterra.