martes, 19 de mayo de 2009

Latidos

Estoy en una pequeña habitación. Es tan pequeña que por momentos me espanta la idea de que esto pueda ser todo lo que hay; me aterra pensar que quizá fuera de estas paredes blancas, precariamente pintadas con cal, tan ásperas y rugosas, no haya nada más. Qué terrible sería quedar detrás de esa puerta y estas paredes para siempre.
Acá adentro no hay nada más que vacío; piso, techo, paredes, una puerta que no puedo abrir, mis pensamientos, las manchas de mis antiguas lágrimas y yo.
A veces, cada dos segundos, el piso se mueve y las paredes tiemblan como si la habitación latiera. Por las noches, cuando no puedo dormir, me imagino que estoy en una habitación en alguna parte del corazón de alguien, que bombea y bombea sangre, que late y late sin detenerse, y atribuyo a eso el sonido y el temblor casi permanente. También fantaseo con la idea de que haya más habitaciones como la mía en ese corazón, y por las noches, cuando el insomnio se hace delirio histérico, creo escuchar los gritos desgarradores de otras personas, probablemente atrapadas en otras habitaciones también. Esta habitación es mi mundo. Ese corazón es mi universo.

Cada tanto, día por medio, tal vez dos, la puerta se abre y todo cambia. La sala deja de estar vacía, mi corazón late más rápido y tapa el sonido del gran corazón. Mis manos sudan, cuelgan de mi cuerpo, inmóviles, tensas, rectas, estorbando. La sala se llena de luz cálida, de paz, de satisfacción, de armonía, de cosas y sensaciones que no se pueden describir con palabras; ni siquiera me atrevo a intentarlo, porque hacerlo sería reducir su valor. En esos momentos no hay temblores en las paredes, o al menos yo no los percibo. No hay nada alrededor. Floto, no hay techo, me desplazo, salgo de mi prisión chiquitita, recorro lugares que no existen; recorro lugares que jamás me atreví a imaginar. Pero de pronto la puerta se vuelve a cerrar, y con su cierre también me cierro yo. Un pequeño candadito suena del otro lado de la puerta, y uno enorme suena dentro de mí. Vacío es lo que queda; vacío y una versión triste y desdibujada de lo que puedo llegar a ser. Dos o tres días después, la puerta se vuelve a abrir, y todo comienza a empezar otra vez; pero la puerta se cierra de nuevo, y todo comienza a terminar otra vez. Y el ciclo se repite una y otra vez.
Lo que me mantiene cuerdo, expectante y fuerte, es la esperanza de que algún día la puerta se abra de par en par y que no se vuelva a cerrar nunca más. Si eso sucede alguna vez, y puedo salir de acá, antes de hacerlo voy a descascarar las paredes y, como pueda, voy a escribir que la felicidad, la libertad y el amor, son la misma cosa.

4 comentarios:

  1. A veces me descolocas. Esta vez por ejemplo intuyo algo más detrás, algo que se me escapa. Pero así como está escrito el texto me generas un poco de miedo y ganas de que continuaras escribiendo.

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  2. Sí Miren, estamos de acuerdo en algo: me falta corregir algunas cosas, trabajarlas más, pero ta, la idea es esa. Tomalo como un borrador. En cuanto a lo de hay algo detrás que se te escapa, como un mensaje o algo así, no sé. El día que entienda porqué veo estas cosas (porque las veo!!!!!!) voy a poder explicarte eso y mucho más.
    Besos gaztetxeros

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  3. me deprimio un poco...igual me gusta eso

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  4. Es depresivo sí. Pero qué se le va a hacer. A riesgo de sonar bipolar, igual estoy contento. =D

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