domingo, 6 de junio de 2010

Darko Hook no puede dormir (3)

Los juegos árabes son peligrosos


Es tarde. Cuando uno lleva una vida desordenada, como le sucede a Darko, cualquier actividad que uno se propone realizar lleva mucho más tiempo, es más desgastante, y por sobre todas las cosas, rara vez se consigue hacer algo bien y a tiempo. En eso estaba Darko: acomodando un armario, como podía, empujando cosas para un lado, apretujando cosas para el otro, montando caja sobre caja, con la esperanza que al cerrar la puerta todo quede dentro del armario y que al abrirlo, la siguiente vez, nada se desmorone.

El reloj indicaba las dos menos veinte de la mañana. Darko acababa de meter, a prepo, una caja que contenía un tablero y las fichas de ajedrez que no recordaba poseer y había cerrado contundentemente el armario. La siguiente vez que lo abriera, si todo había salido bien, las cosas no se le vendrían encima, como le había sucedido la última vez.

Luego de aprovisionarse con un vaso de agua, marchó rumbo a la cama. Si conseguía dormirse a las dos de la mañana-hora para la que aun faltaban dieciséis minutos- estaría en condiciones de dormir la suculenta suma de seis horas antes de tener que levantarse para ir a trabajar.

Hacía frío. Una colcha liviana, un acolchado grueso y una sábana lo protegían del frío nocturno. Si bien hay proverbios tendientes a demostrar lo contrario, la gente aprende de sus errores, y Darko decidió no dejar el cuarto completamente oscuro y en silencio. Antes no había resultado, tampoco iba a resultar ahora. Encendió la tele, la puso en el mínimo de volumen posible y colocó una silla desbordada de ropa, tapando la luz del televisor.; de modo que no recibía luz directamente en la cara, pero no se encontraba en una oscuridad total. Un buen plan podría decirse.

El sueño, poco a poco, iba apareciendo. Sin embargo, el oído humano, traicionero como todos los sentidos, le jugó una mala pasada; si bien el volumen estaba bajo, luego de unos minutos sus oídos se adaptaron a la frecuencia y sin quererlo Darko se descubrió prestando atención a la programación- un documental sobre las virtudes turísticas de Galicia y sus construcciones de origen medieval- y el poco sueño que se asomaba, se fue. A las tres de la mañana Darko apagó todo. Tampoco se pudo dormir, como es de suponerse. No se rindió fácilmente. Cerró sus ojos. Puso la mente en blanco. Pensó en lo cansado que estaba, en lo bien que hace dormir, en lo bueno que está dormir y descansar, en el frío que hacía afuera y en lo lindo que se sentía su cama. Con nada de eso consiguió engañarse. Pero prosiguió.

Cada tanto, abría sus ojos y sentía que tenía sueño, que se le cerraban los ojos; incluso, bostezaba, pero ni bien los cerraba, el sueño volvía a desaparecer. De cualquier manera, continuó intentándolo.

En una de esos momentos en los que cerraba los ojos una vez obtenido algo de sueño luego de mirar hacia arriba, sintió un súbito temblor; no tembló él, sino la cama. Y se empezó a mover. Al principio Darko se sobresaltó, se incorporó en la cama, pero un brusco movimiento de ésta, lo hizo acostarse otra vez, violentamente. La cama dibujó un círculo imaginario con sus desplazamientos, y Darko consiguió ver que desde arriba aparecía un largo brazo humano, pero gigante, que terminaba en una mano, que estaba ubicada debajo de su cama; era esa mano la que lo transportaba. De pronto la mano, que estaba palma para arriba, volteó, y dejó caer a Darko al piso. El golpe no le dolió tanto como la impresión de ver que su cama se iba hacia arriba, apretada dentro de la mano gigante, que ahora estaba cerrada.

Ahora se veía un poco más. Estaba en una sala grande, tan grande que no se alcanzaban a ver paredes ni techo. La iluminación alcanzaba solo al centro de la sala, o lo que parecía ser el centro: una colchoneta con un diseño a cuadraditos de unos dos metros por dos metros, marrones y blancos. Había ocho cuadrados por lado. Es decir, según calculó Darko: una colchoneta de 16 metros por 16 metros. Fuera de la colchoneta, no se veía nada; había una luz encima, pero no se veía qué la emitía; claramente provenía del techo.

De cualquier forma, la colchoneta y la iluminación (y llegado el caso, la falta de iluminación del resto del lugar) no era lo más extraño: la colchoneta cuadriculada estaba cubierta, parcialmente, por piezas de ajedrez gigantes. Darko se sospechó en un sueño, y quiso asegurarse de no estar soñando que era una pieza de ajedrez. Para su sorpresa, y no tanto para su alivio, pudo moverse con total libertad; incluso se cercioró de que estuvieran todas las piezas. Y estaban todas.

La mano gigante regresó. Tomó un alfil negro y lo movió en diagonal, llevándose en veloz movimiento un peón blanco. Darko, que estaba en el centro del tablero, en un inteligente y veloz razonamiento, se movió a paso veloz rumbo al rey negro, a sabiendas de que la próxima jugada provendría del otro lado del tablero y que difícilmente (estando aun todas las piezas negras en el tablero) pudieran atacar al rey.

La mano, efectivamente, movió una pieza blanca. Fue un peón. Mientras Darko pensaba cual sería la siguiente acción a tomar, un sonido extraño, algo así como un breve zumbido, le llamó la atención. Otro, luego, pasó de ser un sonido a una imagen del objeto que producía el sonido. Era una flecha. Y en la punta, tenía fuego. Darko, luego de ver la tercera flecha pasar a centímetros de su hombro, optó por ponerse a resguardo.

Escondido tras el alfil negro que la mano había movido antes, Darko pudo descubrir que las flechas de fuego provenían de una de las torres negras. Darko tuvo miedo. No solo por las flechas, sino por el hecho de que ahora no solo debía preocuparse de no ser atrapado por la mano gigante o ser aplastado por el movimiento que ésta hiciera con alguna pieza, sino también debía evitar ser alcanzado por alguna de las flechas.

De espaldas a la mano gigante que se aproximaba, Darko se vio vulnerable y tan solo esperó que no le sucediera nada. No le sucedió nada. Al tiempo que la mano movía un peón negro y una flecha, proveniente ahora de la otra torre negra se daba contra el alfil detrás del cual Darko se resguardaba, elaboró un plan. Velozmente, yendo de pieza en pieza a resguardo de los flechazos, debía salir del tablero gigante e internarse en la oscuridad en busca de una salida, o de al menos, un escondite mejor al que tenía en ese momento.

Basándose en una serie afortunada de decisiones a la hora de conseguir refugio, Darko logró salir ileso del tablero, recorriéndolo de forma veloz y transversal, de peón en peón y sin consecuencias negativas provenientes de movimientos de la mano gigante.

Una vez fuera del tablero continuó caminando sin mirar hacia atrás. No recibió más flechazos ni tuvo noticia de la mano gigante. Caminó a oscuras durante un largo rato. El pasaje, que al salir del tablero parecía tan amplio e ilimitado, se fue haciendo más angosto y limitado. Tanteando las paredes, Darko pudo ver que cuanto más avanzaba más angosto era el pasillo, hasta que en un determinado momento - unos cinco minutos de caminata- se encontró con unos rayos de luz suave, que pasaban por las rendijas de dos pequeñas puertitas. Al acercarse, Darko se llevó por delante algunas cosas que no alcanzó a reconocer; eran duras, pero no le provocaron dolor. Luego de tres intentos fallidos por encontrar un pestillo o algo con lo cual abrir las puertitas, decidió pegarle patadas hasta que cedieran. Estaba todo oscuro, salvo por la luz que pasaba por las pequeñas rendijas, así que las patadas iban dirigidas a lo que él consideraba “el medio”, es decir, allí donde había una línea de luz vertical entre medio de esas otras dos que parecían ser los bordes o el contorno de las puertas.

Después de varios intentos pudo abrirse paso a patadas; producto de la brusquedad del golpe, cayó al otro lado del lugar, junto con unas cajas que quedaron desparramadas en el suelo a su alrededor. Con sorpresa, Darko reconoció el lugar donde estaba, y reconoció las cajas- en especial la caja de ajedrez- que antes había guardado en el armario. Estaba confundido, pero con una sensación de alivio de reconocerse en su casa.

Con todo desparramado se alejó de la sala y caminó rumbo a su cuarto. Encontró el vaso con agua en el lugar donde lo había dejado; bebió un poco para saciar la sed que tenía, y observó su cama. Estaba intacta. Tal cual la había visto antes de acostarse a dormir. Mientras pensaba en qué sucedía, en qué le sucedía, comenzó a sonar la música del celular. Eran nuevamente las ocho y era hora de ir a trabajar. Darko sonrío y pensó que al fin y al cabo él es algo así como un peón, y que es preferible ir a trabajar sin dormir que recibir el impacto de flechas con puntas de fuego.

2 comentarios:

  1. Me gustó la trilogía. Esperé hasta el final para volver a comentar. Porque esta es la parte final, no?
    mmm
    ahora que dije final no sé...me quedo con la duda.
    Hacía pila que no colgabas tres tres TRES cuentos. =) Lindazos.

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  2. Sí, son tres nomás. Tenía un cuarto ahí en mente, pero no salió. Y forzarno da, ¿vio?

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