miércoles, 7 de julio de 2010

Él

Llegó al muelle, agitado, mal dormido, pálido; había corrido dos cuadras nada más, pero la fatiga provenía de otra parte. La angustia, fatiga.

Levantó la vista, vió lo que sucedía, y a medida que caminaba, lentamente, a paso cansino, pausado, resignado, iba asimilando todo. Llegó hasta el extremo del muelle y dedicó unos segundos a mirar las marcas del agua en la madera. Sin emitir ni un solo sonido, acomodó su bolso, se puso la capucha de su campera, y se sentó como pudo. Hurgó en sus bolsillos y sacó la caja de cigarros. Encendió uno, y le dio unas pitadas, con la mirada perdida en el mar. El barco se estaba yendo. Todavía lo podía ver.

El barco se fue.

Él se quedó ahí fumando un rato más, hasta que cayó la noche, definitivamente.

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