lunes, 30 de agosto de 2010

La cabaña de Alfonso

Ni bien me quedé solo en la cabaña, me invadieron unas incontrolables ganas de revisar el lugar, de mirar los objetos, de curiosear. Hay pocas cosas más divertidas que descubrir una casa ajena; saber que los otros se habían ido al pueblo aumentaba mi entusiasmo porque demorarían, al lo menos, tres horas.

Primero, arremetí contra las cosas que colgaban de las paredes de la cabaña; luego, a falta de cosas interesantes, me dejé seducir por los objetos que estaban sobre el escritorio. Todo se veía ordenado, estructurado; es decir, repugnante.

Sin embargo, hubo algo que atrapó mi atención; era una foto. En la foto se veía a Alfonso, uno de los dueños de la cabaña, sosteniendo un pescado gris de al menos medio metro; junto a él, abrazados y sonrientes, se podía ver a tres de sus amigos. Uno de ellos, el único que yo conocía, sostenía una caña de pescar de forma vertical, apoyada en el piso por un extremo. Entre Alfonso y este otro muchacho, había otros dos, que si bien no sostenían ni pescados ni cañas, tenían una vestimenta que delataba su afición a la pesca.

Cuanto más miraba la foto, más detalles interesantes encontraba: los cuatro estaban parados sobre arena, a orillas de un mar, o río, u océano; y de fondo podía verse una pequeña isla lejana. A pesar de mis esfuerzos no pude reconocer la playa, ni la isla, pero con asombro reconocí que algo extraño sucedía: después de regresar la atención a Alfonso y abandonar la isla por un momento, constaté que Alfonso sostenía el pescado, ya no cabeza abajo, sino tomándolo por la cabeza y con ambas manos; la sonrisa ya había desaparecido y el que sostenía la caña ya no miraba hacia la cámara, sino para el costado, pero conservaba su sonrisa.

Cuando regresé la vista al fondo de la foto, constaté que la isla estaba corrida contra el extremo derecho y se veía tan solo la mitad de ella. Bajé mi mirada un poco, y sin salir de mi asombro, observé que los tres –ya no cuatro- estaban parados de espaldas, sin peces ni cañas, y con el agua llegándoles a los tobillos. Ni siquiera vestían la misma ropa; ahora llevaban bermudas y camisetas de fútbol. Alfonso parecía estar mirando por binoculares hacia el mar con mucho interés.

Perturbado solté la foto que fue a dar al escritorio y caminé hacia el baño a lavarme la cara; tenía la esperanza que de esa manera podría empezar a pensar con claridad y explicar-me qué era lo que sucedía con la foto. Pero parado frente al espejo vi con horror mi cara arrugada, la barba blanca, larga, y los pelos revueltos, crespos, duros, desagradables. Me miré una y otra vez. Siempre recibí la misma imagen avejentada. Me comenzaron a doler los huesos y se me hizo urgente sentarme a descansar. Entonces caminé, como pude, hasta la sala principal de la cabaña, y me senté en el sillón individual. Estaba cansado. Me quedé sentado en el sillón, para pensar, o tal vez, para morirme.



Igual, no dramaticemos tanto: al final me levanté y continué viviendo por un rato más, como casi todo el mundo.

lunes, 16 de agosto de 2010

Hay un mito que se llama Orden

Hay un mito que se llama Orden. Es un mito triste, encerrado en sí mismo, comprimido, podría decirse. En la escuela se burlaban de él, de su nombre, de su segundo nombre (Y) así como de su apellido paterno (Progreso).

Fuera del alcance de la mirada de su padre, Club Atlético, Orden se lamentaba frente al espejo: “Si solo tuviera otro nombre, si solo tuviera otro nombre mi vida valdría la pena”. Eso, sin embargo, no hubiese sido así, pero eso solo yo lo sé y ahora mismo no puedo, y no quiero, demostrarlo.

Orden superó como pudo la etapa escolar y pasó al liceo. Allí, el Mito de la Edad de la Bobera fue su principal enemigo: había sido su compañero en la escuela y tenía la intención de continuar molestando a Orden durante su estadía en la educación secundaria; con ese propósito organizó golpizas, robos y humillaciones verbales durante todo el primer año. Desde el segundo año en adelante su trabajo de organización no fue necesario. Sus compañeritos aprendieron a hacerlo solos.

Su única motivación para continuar yendo al liceo era el Mito de la Pendeja Alzada Que Le Gusta la Lectura, quien encontraba en la combinación del nombre Orden Y Progreso un parecido con Ortega y Gasset que potencialmente podría hacerle humedecer las partes pudendas. Orden fantaseaba con que a esta compañerita efectivamente se le humedeciera por él la entrepierna, pero, pero, pero, pero si bien a la botija se le humedecía la entrepierna, no era por él, sino por la menstruación, y se le humedecía con sangre. En otras palabras tal vez más desagradables aun: lo quería, pero como amigo. Esto destruyó anímicamente a Orden; se volvió incluso más encerrado en sí mismo, casi autista. Dejó de pensar por sí mismo, se dedicó a imitar y a seguir los modelos que otros le proponían, empezó a suponer seres sobrenaturales y a dejar de concebir la sociedad como algo plural y heterogéneo. Es decir, se volvió cristiano.

Orden decidió ordenarse en la Orden de los Franciscanos y allí su vida transitó por los caminos más frenéticos y diversos. Excitantes votos de silencio lo transformaron en un experto en el Dígalo con mímica. Años de castidad y misoginia bíblica lo encaminaron directo, directo, directo, al abuso de menores; pero Orden resistió la tentación.

Durante los primeros años forjó una amistad sólida con La Parábola de la Oveja Perdida, con quien compartió horas de plegarias, rezos, oraciones y frenéticas relaciones sexuales. No, frenéticas relaciones sexuales no; todo lo otro sí. Y esto se mantuvo así, en plegarias, rezos y oraciones, sin frenéticas relaciones sexuales, hasta que fueron sorprendidos teniendo leves/frenéticas relaciones sexuales en la habitación de La Parábola del Hijo Pródigo; la muy chanchita grababa todo en video. El mito llamado Orden y las dos parábolas fueron expulsados de la Orden de los Franciscanos inmediatamente.

Dos meses después, seguramente para llenar el vacío que le había producido la expulsión se afilió al partido Celíaco-Marxista-Leninista-Stalinista-Lacaniano de San Ramón, y se puso al frente de su órgano de prensa. Fue precisamente desde ese órgano que atacó duramente, con un artículo de revisión histórica, al desempeño revolucionario de Lev Trotsky durante su exilio en México; su artículo no gustó en la facción disidente Celíaco-Marxista-Leninista-Trotskista-Lacaniana, y fue precisamente este grupo el que lo asesinó suministrándole mil millones de millones de mucho trigo, y catorce balazos en el pecho.

Orden Y Progreso murió a la edad de algunos años, sufriendo mucho, como sufrió durante toda la vida.

domingo, 15 de agosto de 2010

Terror mañanero

Se me paró detrás y disparó mi espanto.

Dejé de mirar por la ventanilla,

hacia fuera;

aquella casa rica en señas,

observables,

particulares,

que me causaban tanto deleite

perdió su poder,

dejó de fascinarme;

por más que mis ojos estaban aun

posados en los mismos lugares,

nada proveniente de ahí, me conmovía


Con el rabillo de mis ojos

Vi a un hombre parado detrás de mí,

con su mochila, con su mate, con su termo;

¿Estaría tapado?

¿Estaría él concentrado en lo que hacía?

Eso no importaba. Ya no importaba. El miedo,

sin misericordia,

se había apoderado de mí.

El ruidito de la bombilla

hizo que mi piel se erizara

y que mis puños se aferraran a los fierros del pasamanos.

El ómnibus estaba lleno,

y nada iba a cambiar.

domingo, 8 de agosto de 2010

Mochila

Barhein de Mazoca caminaba por el pasillo del hospital rumbo al consultorio, y era observado por la gente que estaba sentada en los bancos de madera que constituían las “salas de espera” de los demás consultorios.

La realidad es que los seres que esperaban su turno para entrar en los diferentes consultorios no observaban a Barhein de Mazoca sino más bien a la mochila de Barhein de Mazoca. Ésta era un enorme chorizo cocinado a la parrilla con dos tiras de cuero que salían de él y servían al susodicho de Mazoca para cargarla en su espalda. Todos los que esperaban miraron la mochila, incluso aquellos que segundos antes de mirar la mochila estaban mirando en la tele del pasillo el canal argentino de información que estaba transmitiendo en directo unas inundaciones en la ciudad de Buenos Aires; al parecer, el barrio de La Boca estaba bajo agua. El titular de enormes letras blancas y fondo rojo indicaba: HACE AGUA LA BOCA. Algunos de los que esperaban miraban con atención la mochila- chorizo y se les hacía agua la boca; a otros les causaba impresión y luego de mirar giraban la cabeza y miraban otra cosa, pero luego volvían a mirar; otros, en cambio, quedaban absortos mirando el chorizo- mochila.

Veinte metros más tarde del inicio de este relato, Barhein de Mazoca encontró el consultorio número doce y se sentó en el único espacio libre que quedaba en el banco ubicado frente a la puerta blanca que tenía un cartel que indicaba que se trataba, como había sospechado antes el mismo de Mazoca, del consultorio del doctor Elías Toquetes.

Cuando llegó su turno, Barhein ingresó al consultorio; dentro, el doctor Elías Toquetes anotaba algo en una libreta. De Mazoca dio unos pasos, y el doctor levantó la vista y dándole la bienvenida mecánicamente, lo invitó a sentarse.

-Aquí están sus placas, señor…De Mazoca- dijo el doctor mirando la ficha médica-. Hay algo un poco extraño en ellas, señor.

-¿Qué es doctor?

-Al parecer…en las radiografías …se puede ver una mochila ubicada entre su intestino grueso y su páncreas. Tal parece que tiene una mochila atorada allí. ¿Tiene idea usted cómo pudo haber llegado una mochila a su organismo?- preguntó el doctor Toquetes, visiblemente curioso.

-Bueno, tal vez haya sido el viernes pasado. Tuve un asado con mis compañeros de camping…y…nos pasamos un poco con la comida. Vió como son los asados; uno no se da cuenta y termina comiendo más de lo debido.

-Sí, claro, señor De Mazoca. Barhein de Mazoca. ¿Puedo llamarle Barhein?

-Claro doctor.

-Bien, señor De Mazoca. Usted entiende que si bien su explicación esa de haberse pasado un poco con la comida en esa reunión con sus compañeros de camping sonó creíble, es verdaderamente extraño que tenga una mochila en el estómago. ¿Capta?

-Capto.

- ¿Y no le duele?

-Bueno…no hasta ahora. Me ha molestado en algunas ocasiones.

-A ver, acérquese y quítese la camisa. Venga. Dígame, ¿aquí le duele?- preguntaba el doctor apretando en el lado izquierdo de la humanidad de Barhein de Mazoca.

-No.

-¿Y aquí?- insistía el doctor, tocando otra parte.

-No, me hace cosquillas, pero no me duele- dijo De Mazoca, sonriendo.

-¿Y acá? ¿Me va a decir que acá no le duele?- preguntó el médico, propinándole un gancho corto al riñón.

Barhein de Mazoca quedó doblado en el piso. Trató de incorporarse, pero no lo consiguió, porque con su cuerpo formaba un ángulo de 90 grados, y la arista en la que estaba apoyado hacía que se balancease de un lado al otro sin poder caer sobre uno de los lados de su cuerpo doblado. Su lenguaje corporal se parecía mucho a la de una cucaracha patas para arriba, sin poder incorporarse. Se parecía, pero no era igual.

-Vamos a tener que internarlo- dijo el doctor; y con un gesto con la mano hizo que tres enfermeros levantaran a Barhein de Mazoca y lo llevaran en andas hasta la pieza de al lado.

martes, 3 de agosto de 2010

bbbbbbbbbbbbbbbbb

Sos la bifurcación de un camino
por el que no caminé;
sos parte de una vida
que no voy a vivir.
No sabés cómo me hace temblar
la curiosidad.

No me soples tan fuerte cuando duermo.

¿No ves que se me erizan los sueños?