lunes, 16 de agosto de 2010

Hay un mito que se llama Orden

Hay un mito que se llama Orden. Es un mito triste, encerrado en sí mismo, comprimido, podría decirse. En la escuela se burlaban de él, de su nombre, de su segundo nombre (Y) así como de su apellido paterno (Progreso).

Fuera del alcance de la mirada de su padre, Club Atlético, Orden se lamentaba frente al espejo: “Si solo tuviera otro nombre, si solo tuviera otro nombre mi vida valdría la pena”. Eso, sin embargo, no hubiese sido así, pero eso solo yo lo sé y ahora mismo no puedo, y no quiero, demostrarlo.

Orden superó como pudo la etapa escolar y pasó al liceo. Allí, el Mito de la Edad de la Bobera fue su principal enemigo: había sido su compañero en la escuela y tenía la intención de continuar molestando a Orden durante su estadía en la educación secundaria; con ese propósito organizó golpizas, robos y humillaciones verbales durante todo el primer año. Desde el segundo año en adelante su trabajo de organización no fue necesario. Sus compañeritos aprendieron a hacerlo solos.

Su única motivación para continuar yendo al liceo era el Mito de la Pendeja Alzada Que Le Gusta la Lectura, quien encontraba en la combinación del nombre Orden Y Progreso un parecido con Ortega y Gasset que potencialmente podría hacerle humedecer las partes pudendas. Orden fantaseaba con que a esta compañerita efectivamente se le humedeciera por él la entrepierna, pero, pero, pero, pero si bien a la botija se le humedecía la entrepierna, no era por él, sino por la menstruación, y se le humedecía con sangre. En otras palabras tal vez más desagradables aun: lo quería, pero como amigo. Esto destruyó anímicamente a Orden; se volvió incluso más encerrado en sí mismo, casi autista. Dejó de pensar por sí mismo, se dedicó a imitar y a seguir los modelos que otros le proponían, empezó a suponer seres sobrenaturales y a dejar de concebir la sociedad como algo plural y heterogéneo. Es decir, se volvió cristiano.

Orden decidió ordenarse en la Orden de los Franciscanos y allí su vida transitó por los caminos más frenéticos y diversos. Excitantes votos de silencio lo transformaron en un experto en el Dígalo con mímica. Años de castidad y misoginia bíblica lo encaminaron directo, directo, directo, al abuso de menores; pero Orden resistió la tentación.

Durante los primeros años forjó una amistad sólida con La Parábola de la Oveja Perdida, con quien compartió horas de plegarias, rezos, oraciones y frenéticas relaciones sexuales. No, frenéticas relaciones sexuales no; todo lo otro sí. Y esto se mantuvo así, en plegarias, rezos y oraciones, sin frenéticas relaciones sexuales, hasta que fueron sorprendidos teniendo leves/frenéticas relaciones sexuales en la habitación de La Parábola del Hijo Pródigo; la muy chanchita grababa todo en video. El mito llamado Orden y las dos parábolas fueron expulsados de la Orden de los Franciscanos inmediatamente.

Dos meses después, seguramente para llenar el vacío que le había producido la expulsión se afilió al partido Celíaco-Marxista-Leninista-Stalinista-Lacaniano de San Ramón, y se puso al frente de su órgano de prensa. Fue precisamente desde ese órgano que atacó duramente, con un artículo de revisión histórica, al desempeño revolucionario de Lev Trotsky durante su exilio en México; su artículo no gustó en la facción disidente Celíaco-Marxista-Leninista-Trotskista-Lacaniana, y fue precisamente este grupo el que lo asesinó suministrándole mil millones de millones de mucho trigo, y catorce balazos en el pecho.

Orden Y Progreso murió a la edad de algunos años, sufriendo mucho, como sufrió durante toda la vida.

1 comentario:

  1. Pero que vida más triste!!! y..¡pero qué comentario más estúpido!!! jaja vale, que no sé qué poner. Besos pequeño, espero que todo marche bien.

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