jueves, 21 de octubre de 2010

El minero y la mina

Un hombre robusto, vestido con overall de jean azul embarrado y equipamiento de minero, se acerca lentamente hacia una mujer que espera el ómnibus en una parada. Son las siete de la mañana y la mujer, con cara de dormida, enciende mecánicamente un cigarrillo y comienza a fumar.

Al percibir la cercanía del minero antes descripto, la mujer lo observa de reojo; notando que el hombre mantiene sus ojos en ella, vuelve la mirada hacia delante, y da una larga pitada, haciéndose la desentendida.

-Disculpe- dice el minero.

La mujer lo mira, con fingida sorpresa.

-Disculpe señorita. ¿Me permitiría entrar?- dice el hombre, colocándose el casco y encendiendo la lamparita que éste posee.

-¿Entrar?- interrogó la mujer.- ¿Entrar a dónde?

-Allí- dijo el minero, señalando con el índice hacia la vagina de la mujer.

-¡Cómo se atreve!- exclamó la mujer.- Yo jamás tendría sexo con usted, ordinario.

El minero se sonrojó.

-Yo…yo no quiero tener sexo con usted señora, estoy felizmente casado y…es que…vea, tengo que entrar a trabajar. La mujer lo miró sin comprender.

-Son más de las seis y media, y si vuelvo a entrar tarde a la mina el capataz me mata. ¡Me mata!- exclamaba el minero, consultando una y otra vez su reloj pulsera.

La mujer, alterada por la charla, vio venir su ómnibus, estiró la mano para que se detuviera y sin esperar que se acercara siquiera al cordón de la vereda dio un salto y se colgó del pasamano. Finalmente logró subir.

El minero, desesperado al ver la mina alejarse, gritaba “¡Tengo una familia que alimentar! ¡Tengo una familia que alimentar!”

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