lunes, 11 de octubre de 2010

La sombra de la estatua

Caminamos sobre un terreno arenoso, pesado, tan pesado como el clima; el calor es sofocante, y más sofocante aun es la idea de que a nuestro alrededor no hay otra cosa que arena; todo es plano, todo es arenoso, todo está bajo los rayos del sol. Todo, incluso la enorme escultura -una silueta humana que produce una gigantesca sombra- que se nos ha prohibido mirar. Caminamos, lentamente, empujados por hombres armados con bayonetas que nos empujan, pinchándonos con las puntas de sus armas, y nos indican cosas agresivamente, en un idioma que desconozco. Mi compañero de caminata no me mira, y yo casi no lo miro a él. Mi mirada está en la sombra, en el camino que ella sugiere; es un camino cada vez más angosto, a medida que vamos llegando a lo que asumo es la sombra de la cabeza de la estatua gigante.

Vamos a paso lento, pero avanzamos bastante. Habremos caminado tal vez unos cien metros. El calor sofocante y la sed me impiden estimar distancias con certeza, y mucho menos suponer una altura aproximada de la estatua. De cualquier modo, de nada sirve.

Los hombres armados nos gritan cosas, y se ponen más violentos a medida que nos acercamos al final de la sombra; nos golpean al menor movimiento tendiente a mirar hacia atrás, y nosotros no miramos. Al menos yo no miro.

Continuamos caminando, ahora, a paso veloz, con nuestros corazones latiendo cada vez más; los hombres ya no nos siguen, pero disparan, estimo yo que al aire, pero bien podría ser a nosotros. Sus gritos, cada vez más lejanos, y el miedo a recibir balazos, nos hacen caminar y caminar hacia delante.

Mi compañero, susurrando, dijo ver un lago con agua más adelante. Yo miré de acuerdo a sus indicaciones, pero no vi más que arena; a lo lejos, tal vez, una duna. Tal vez.

Cuando los disparos eran solo un eco distante, nos detuvimos. Nadie nos seguía, nadie nos disparaba, nadie nos vigilaba.

Giré. La estatua ya no se veía; ni su sombra, ni los hombres armados; solo se veían algunas de nuestras huellas- las más cercanas- y un sol reflejado en la arena que enceguecía.

Allí quedamos. Solos, sedientos, en un desierto que parecía no tener fin.

2 comentarios:

  1. Kafkeano...o....Kafkiano....o...
    En fin, me gustó. =)
    Está activo el nene. Bien. Muy bien.

    ResponderEliminar
  2. Kafkista? =) me alegra que te guste.
    La estatua era muy grande. Muy.

    ResponderEliminar