miércoles, 16 de marzo de 2011

Que no se puede creer.

A esa altura mi remera blanca

había tomado más vino que yo;

casi todo se movía, alternando

verticales con horizontalidad.

Adentro se oían ruidos,

un blblblblblllblblrrblblblbl de guitarra eléctrica,

y algún que otro

tu tu pá, tu tu pá.

Afuera los murmullos y la montonera

no me privaron de verla

caminando hacia mí (nosotros):

la caja de vino y yo.

Me pidió un trago y se sentó a mi lado;

me dijo “armo un tabaco”

y yo me largué a reír;

siempre me da gracia cuando me relatan

lo que van haciendo.

Le dije que yo no fumo, y me miró con desconfianza.

Sacó su celular negro, y lo dobló por las puntas;

metió adentro el tabaco, babeó los bordes

y los empezó a pegar.

Era una noche con estrellas que ya se movían menos,

había un calor horrible , pero no la pasaba mal.

El celular/ hojilla empezó a derretirse,

y los dedos de la botija se empezaron a enchastrar.

“¡Cerda! ¡Mirá cómo tenés los dedos!”

le alcancé a gritar. Parecía chocolate derretido.

Se rió y me miró a los ojos:

“tendrías que ver

el enchastre que tengo de alma pa dentro”

me respondió.

No solo estaba buena: se emborrachaba bien.

No le dije que era linda, ni preciosa, ni divina;

no le dije “Princesita” , ni “muñeca”, solo la miré.

Tengo entendido que las princesas

generalmente no estaban buenas,

se revolcaban con los hermanos,

y con los primos, para conservar

el elegante retardo de la nobleza.


No le dije “Princesita”.


Le dije “no te digo Princesita

porque no estaban buenas,

y vos estás que no se puede creer.

4 comentarios:

  1. Que lindo!
    Alcohol, surrealismo e incesto.
    que mas se puede peidr?

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  2. tengo una larga lista de otros pedidos, Sebastián. ¿Telos mando por mail?

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  3. Me gusta que te guste. Voy a ver qué escribis vos, de curioso curioseador.

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