lunes, 25 de julio de 2011

Techo cuarto menguante

Cojo poco y pienso mucho;

eso es nunca

una buena ecuación.


El frío de la mañana

me distrae,

el solcito de la tarde

me contiene


pero las nochecitas,

interminables,

y silenciosas,

-¡mierda que son silenciosas!-

cada vez me entristecen más.


Es una tristeza agridulce,

o tal vez es amarga

y yo masoquista,

pero al final, ¿sabés qué?

Te termina gustando.


Estas noches son un sofá,

uno cómodo, profundo,

de esos que te hunden,

agradablemente,

cómodamente,

silenciosamente,

en su interior.


Mi luna es un techo.

¿Cómo no va a ser mi luna un techo,

si ya ni abro la persiana?


Hundido en el sofá

no se mira para afuera.

viernes, 15 de julio de 2011

Las verdaderas aventuras de Darío 2

Honestidad: vino y azúcar.

Lamento profundamente admitir que la honestidad es uno de esos valores que mis abuelos y mis padres me han transmitido y yo he asimilado diligentemente, desde temprana edad.

Quiero creer que yo tenía más de ocho años cuando comencé a tomar agua con vino y azúcar como bebida habitual de los almuerzos y las cenas; sí, otros le dicen “sangría” a eso, pero en mi casa se le llamaba “agua con vino y azúcar”, o tal vez “agua con vino”, del mismo modo que a lo que otros llaman “limonada” en mi casa se le llamaba “agua con limón”; nunca logré vincular esta simplificación enunciativa, sin embargo puedo decir que sospecho algo de simpleza canaria, canaria de las islas; lo del agua y el vino, en cambio, sospecho que viene de más al norte.

A los diez años (si es que la estimación inicial de los ocho años era correcta) pasé a ser el encargado oficial de preparar el agua con vino. Mi tarea era distribuir el vaso de vino tinto suelto en los cuatro vasos de agua de la canilla, echarle las cuatro cucharadas de azúcar (en cuchara de sopa) y revolver. La cuestión es que si mi memoria no me falla, eso se hizo tan rutinario que mi tarea no estaba bajo supervisión de ningún adulto, de modo que bien pude haber variado las proporciones del “agua con vino” para usarlo a mi favor (esto es, poner más vino, naturalmente). Pude haberlo hecho, pero nunca lo hice. Ni se me ocurrió. Y eso es lo más doloroso. No pasaba por mi cabeza violar una reglita estipulada de proporciones, a los diez años. Realmente me fastidia eso. En especial porque hubiese necesitado ese aumento en la dosis de vino, verdaderamente. Escuela católica. Monjas. Dios. Noé, inundación, muerte de todos los seres humanos y animales con excepción de la familia de Noé y de los animalitos que había en su arca, Abraham, simulacro de sacrificio de niño porque dios quiere que le prueben la fe (te enterás que es simulacro al final), Moisés, bebé viajando en canasto por un río para evitar ser asesinado como el resto de los bebés, dios enojado, pestes, muertes de egipcios, plagas, esclavitud, latigazos, faraones con maquillajes exagerados que daban miedo, desiertos, calor, sufrimiento, bastón, serpiente, satanás, Jesús, más niños asesinados para evitar que naciera el mesías, traición, tortura, dolor, crucifixión, sangre, espinas en la frente chorreando sangre que le cubría la cara, latigazos, sed, vinagre, muerte, resurrección (pero con un agujero en el costado y un apóstol metiendo un dedo para sacarse las dudas)…y yo sin vino. Y yo con un mísero vasito diluido en cuatro de agua.

Que pendejo obediente y pelotudo.

domingo, 3 de julio de 2011

Una buena costumbre

Miguel estaba en el piso, con la espalda contra la pared, arrinconado. Las ventanas, firmemente cerradas, apenas permitían que se oyera el ruido de la lluvia torrencial y el zumbido del viento. Miguel sostenía la cuerda con sus manos temblorosas –el efecto de la morfina empezaba a desvanecerse- cuando unos golpes en la puerta interrumpieron la acción. Solamente podía ser Laura.

Lentamente Miguel se incorporó, dio unos pasos a tientas a través de la penumbra del lugar llevándose por delante un banquito, y finalmente logró llegar a la puerta para abrirla.

-Hola- dijo Laura, mirando la cuerda que Miguel aun conservaba en sus manos. -¿Otra vez?- preguntó, entrando al diminuto apartamento. Miguel se hizo a un costado y la dejó pasar. Luego, tiró la cuerda sobre la cama.

-Llueve- dijo Laura, quitándose el pilot empapado.

-Nunca voy a poder hacerlo si seguís viniendo- dijo finalmente Miguel.

Laura le sonrió y comenzó a calentar agua para el mate en la garrafita. Laura acostumbraba evitar que Miguel se suicidara. Además preparaba buenos mates amargos.