domingo, 27 de enero de 2013

Las múltiples vidas de Nelson Hook (2)



No fue nada fácil volver a Uruguay con una irlandesa que nada sabía decir en castellano y el coso ese en la panza que después terminó siendo mi hijo. Mi hijo. Ese será otro tema.

Ni bien puse un pie en tierra Oriental, me di cuenta que no iba a ser fácil el regreso: pisé mierda. No es broma. Pisé mierda. Y podrá pensarse como una simple casualidad, como una nimiedad, pero en ese momento, después de un viaje tan largo atravesando el océano Atlántico en las peores condiciones, habiendo abordado un barco carguero a las apuradas, que lo primero que suceda al poner un pie en tierra firme sea pisar caca lo transforma a uno en un ser creyente en conspiraciones divinas, en símbolos, en premoniciones y en todas esas cosas de persona primitiva. 

Fue todo muy difícil con una extranjera embarazada, decía. No podía limpiarme la suela del zapato porque me hablaba todo el tiempo. Y hablaba rápido. Le llegué a entender que quería ir al baño, y que el abultamiento de vientre estaba pateándola; incluso creo que trató de tomarme la mano para posarla en la panza y sentir las patadas. Casi me hace caer la muy bruta: yo estaba buscando un palito para poder sacarme toda esa mierda de la suela, de una buena vez.
La irlandesa siempre fue una carga. En Irlanda mismo fue una carga. Gringa bruta con el bombo lleno de huesos; que “irérts” que “oinidtapí” que “oimisóum”…gorda inflada insoportable. Si tan sólo no la hubiese conocido, mi vida hubiese sido mucho mejor. Pero ¿quién me mandó, verdad? Espero que usted pueda sacar al menos algo de mi experiencia. Pero sobre esto ya escribí y no me gusta repetirme.

Vea, antes de juzgarme, póngase en mi lugar: yo, Nelson Hook, me vengo a entreverar con una obrerita irlandesa, protestante y ni tan linda, con familia protestante y estricta en cuanto a la endogamia –racistas xenófogos eran: mucho dios, mucho dios, pero nomás permitían que la bruta se revolcara con irlandeses ¡Y encima me la vengo a levantar preñada! Bien vos, Hook, bien vos.
Cuestión que la familia nos marginó. Nos echaron, básicamente. La desheredaron a la pobre-igual mucho no le iba a tocar-; ni una vaca le dejaron. Yo no la podía dejar ahí a la pobre. Y yo sí que me tenía que ir: los hermanos me dieron a entender que estaban enojados (creyeron que yo había embarazado a la atorranta) y, cuando prolijamente mutilaron mi caballo y se lo comieron mirándome a los ojos, se me ocurrió que lo mejor iba a ser que me fuera. Primer barco que agarramos, de vuelta al pago.

Una vez acá fue cuando la gringa se volvió más carga. No me dejaba en paz, y encima no conseguía ni un mísero laburo. Suerte que la gringa después se murió. Ahí ya no tuve que buscar más trabajo y me conseguí tres comidas al día y un techo. Porque me metieron preso. Porque, bueno, yo la maté.

domingo, 20 de enero de 2013

Las múltiples vidas de Nelson Hook (1)


No soy mitómano. Simplemente a veces narro algunas inexactitudes, o comunico algunos sucesos de un modo no del todo apegado a la realidad percibida por otros.
Igual, no sé muy bien por qué digo esto. ¿Será para retrasar un poco el comienzo del relato de mi historia? No sé. Tal vez. De cualquier manera mi historia no es lo importante acá. Lo verdaderamente importante es usted. Sí, usted. Yo, a mis sesenta y siete años, poco más tengo para vivir, poco más tengo para experimentar: es mentira que siempre se sigue aprendiendo. Mentira. Uno deja de aprender a los 57 años. A los 57 años y tres meses, para ser más exacto. Usted deberá sacar su cuenta. Pero lo que sí puedo hacer, y haré, es brindarle mi testimonio. Porque, ¿sabe? Tal vez de él usted pueda extraer algo valioso, algo que le resulte relevante para su vida, provechoso; porque no tendré nada nuevo que aprender, pero sí que tengo varias experiencias que transmitir.
Pero no soy tonto. Sé que uno no acepta un consejo, o no asimila una experiencia ajena así nomás, solamente porque un viejito viene y le dice “lo que sí puedo hacer, y haré, es brindarle mi testimonio. Porque, ¿sabe? Tal vez de él usted pueda extraer algo valioso, algo que le resulte a usted relevante para su vida, provechoso; porque no tendré nada nuevo que aprender, pero sí que tengo varias experiencias que transmitir”. No señor. No es así de sencillo. Uno necesita conocer a quien brinda la experiencia, a quien nos dice “yo viví esto, vos después ves si te sirve”, por eso mismo es que primero voy a introducirme brevemente, a presentarme en la medida de las posibilidades que mi frágil memoria me permite.

Nací en Montevideo, pero fui concebido en Dublín, Irlanda, en el verano de 1945. El lugar donde fui concebido fue más bien casual, o si se quiere, para ser más preciso: una coincidencia. Padre, Oriental de nacimiento, viajó, por razones que desconozco o tal vez olvidé, a Irlanda a finales de la segunda guerra mundial. Tengo claro que no fue a combatir, pero…No estoy seguro de eso tampoco. Mi padre no era un ser demasiado comunicativo, ni demasiado interesado en contar sus actos pasados, ni mucho menos las razones que lo llevaron a esos actos. Intentar preguntarle ahora sería una pérdida de tiempo, ya que está muerto. Su muerte será otro tema. De ahí se pueden sacar algunas experiencias, supongo.
Madre, por otro lado, era una pequeña y tímida campesina irlandesa, muy católica, muy devota y pacata, hasta que conoció a Padre. Padre y Madre se enamoraron a primera vista, o a segunda, o…Bueno, se entiende: quiero decir que se hicieron pareja rápidamente.
Al parecer familia de Madre, también católica, no estaba del todo feliz con que la pequeña hija fuese vista en acalorados menesteres contra los muros de la fábrica del barrio obrero, acompañada de un extranjero de aspecto tosco y hablar gracioso. Mucha menor fue la gracia que causó cuando la familia de Madre se enteró que habían sido vistos entre los yuyos, demostrándose su amor a viva voz. Según me enteré, no había un precedente de una consternación tan grande en la familia; hubo sí, luego, una consternación mayor: yo.
Resultó que la táctica que emplearon Padre y Madre para efectuar sus hazañas venéreas, llamada Coitus interruptus tuvo mucho de Coitus y muy poco de Interruptus. Al constatarse unos meses más tarde el abultamiento en el vientre de Madre (siempre se refirieron a mí de esa manera tan afectuosa: abultamiento en vientre) Padre y Madre se vieron obligados a abandonar la granja de la familia y decidieron volverse a Montevideo. Volverse…El que volvió fue Padre. Para Madre era la primera vez que pisaba territorio Oriental. Y yo, ni era, aun.