domingo, 23 de junio de 2013

El Jardín Rojo


 
El jardín estaba lleno de cosas verdes. Había arbustos con hojas verdes, árboles gigantes que dejaban ver sus ramas apenas asomando de sus pantuflas verdes.  Había patos, verdes, obviamente, que estaban haciendo cosas de patos: jugaban al ajedrez. El tablero de ajedrez era verde, al igual que las piezas, que también eran verdes. El problema realmente era que los cuadrados (y también los círculos, porque tenía círculos el tablero) eran verdes, entonces no se podía distinguir con facilidad cuál casillero o círculo era cuál, ni tampoco estaba muy claro que hubiera tales casilleros. Había también escobas, verdes, con mango verde, todo del mismo tono.

Mismo tono de verde.

A lo lejos se podía ver una fila de gente que albergaba a una cantidad diversa de gente: había dos o nueve personas con trompetas para tocar música verde, había hongos, verdes, había niños con raquetas de tenis verdes, que saltaban en el lugar, gritando ¡verde, verde, verde, el que no es verde, pierde! También eso gritaban otros, más atrás, que no tenían raquetas, pero que ponían las manitos como si las tuvieran.

Una cantidad de personas no estaban. Esos no eran verdes, pero tampoco eran de otro color, porque a fuerza de ser verdemente honestos: no eran. Una persona que no existe, no puede ser verde, o de otro color, en caso que hubiera otros colores, ni tampoco podría ser persona verdemente dicha, porque no existiría. El verdor o la falsedad de una existencia se pude definir de muy pocas maneras, pero eso es asunto de la Verdesofía. No mío. Mi verdeasunto, en caso de que haya algo así como un verdeasunto mío, vendría siendo describir, continuar describiendo, lo que había. Es decir, el Jardín Rojo. 

jueves, 6 de junio de 2013

Un poema de esos que escriben algunos, en algún momento



Hoy estaba pensando
que nunca escribí un poema
de esos que escriben algunos,
en algún momento,
con confesiones y secretos
como por ejemplo:

que casi no distingo al azul del violeta,
que mi nota preferida es el fa sostenido,
que me da gracia la palabra claqueta
y que no necesariamente
me tienta todo lo que está prohibido.

Que me gustan más los árboles en otoño,
que dejo toda enrollada la ropa
y que cuando como arroz
lo como con cucharón de sopa.

Que imaginarme del otro lado del espejo
me fascina
o que te extraño pila
y que a veces me muero del miedo.

Que tengo muchas cosquillas,
y que me intrigan los caminitos 
de las hormigas;
que me da vergüenza gritar “puerta”
cuando el ómnibus no frena en mi parada
o que me siento poderoso con la pelota
cuando hago una buena jugada.

Que al final no estoy tan de acuerdo
con lo que decían Nietszche y Bukowski;
que yo no condeno a los suicidas
y que disfruto muchísimo 
contando mentiras.

Que mi gusto de helado preferido 
es limón;
que honestamente no entiendo 
que para algunos
el amor entre homosexuales 
sea un problema
y que además no sé muy bien
dónde terminar este poema.


Tal vez en el verso anterior.