lunes, 8 de diciembre de 2014

Ojitos brillosos frenéticos


Ayer soñé que te decía cosas, 
en un lugar desconocido,
sentados en un sillón
que ni vos ni yo tenemos.

Soñé que te decía
que más allá de tu lindura que eriza,
y de eso que hacés
cuando te acomodás el pelo,
lo que más me gusta
es la carita que ponés,
cuando a propósito,
te hago preguntas
difíciles de contestar.

Soñé que te confesaba
que te preguntaba cosas
sólo para ver tu cara pensativa,
tu gesto de "esto no lo había pensado",
tus ojitos brillosos en movimiento,
de izquierda a derecha,
de allá para acá.

Pensás muy lindo, la verdad. 

Esto no te lo dije en el sueño;
te lo digo ahora:

te cambio todos los libros de Borges
y todas las canciones que me gustan
-y si no te alcanza,
también los helados de limón
que podría tomar de acá a que me muera-,
por un ratito más.
Un ratito más de vos
con tu cara de estar pensando.

Para todo lo demás,
no sé si me quedará
algo para ofrecerte.

Mirame.

Y ya que estamos,
decime qué te parece:

Si no existiera
el dolor ni la muerte
¿existiría el miedo?



Ojitos brillosos frenéticos.






jueves, 23 de octubre de 2014

Otro chau más


Cuanto más tiempo pasa,
claramente,
mi recuerdo de vos
pasa a ser más que nada
un recuerdo de mí;

es decir:
vos,
además de anécdotas,
miradas que no olvido,
perfumes,
recuerdos de felicidad al sol,
entre pastos,
o caminatas bajo la lluvia
sos, básicamente: yo.
O más bien
sos mis deseos
proyectados en tu recuerdo.

Poco a poco entonces,
me voy alejando
de lo que realmente eras,
para acercarme, tímidamente,
a paso lento pero inseguro,
a lo que soy yo. Hoy.

Esta es mi manera de despedirme,
no de vos, que ya sos otra,
sino de mí,
de lo mío que quedó
en el recuerdo que tengo de vos.



lunes, 8 de septiembre de 2014

Tazas de café



-Me ama ¿entendés?- dijo ella, con la voz aguda, angustiada.
-Esas cosas pasan. Qué se le va a hacer- dijo Mercedes, sirviendo con mucho cuidado más café en su taza.
-Es que no sabés. Me ama. Me ama tanto que hasta me duele verlo. Me mira y se le llenan los ojos de lágrimas. Tiembla ¿Entendés? Le tiemblan las manos cuando se me acerca.
-Y vos no lo querés.
-Y yo no lo quiero. O sea, le agradezco que…Todo lo que hace, y lo que dice, pero no lo quiero.
-Pero te gustaría quererlo- dijo Mercedes, sirviendo ahora la taza a su sobrina.
-¡Sí! ¡Claro que me gustaría quererlo! Me da miedo. Me da miedo que el pibe haga una locura. Que se mate, o que se arruine la vida por la frustración, no sé. Esto de enamorarse es una locura. No podés seguir viviendo igual después que te enamorás de alguien, o después de decirle a alguien que te ama, que vos no lo amás. No seguís siendo la misma persona. ¿Entendés tía?
-Claro que entiendo, nena. Vení. Tomá más café.

La puerta se abrió y un hombre entró sin golpear ni presentarse. Mercedes, que estaba de espaldas a la puerta, se dio vuelta a mirar quién era; luego, volvió a mirar hacia adelante y se quedó sentada, en silencio.
-¿Otra vez ensuciando una taza al santo botón, Mercedes?- dijo el hombre, caminando hacia ella;- venga, vamos al jardín que ya está atardeciendo.
-No, no quiero. Me voy a quedar acá conversando con mi sobrina.
-Pero…Mercedes- dijo el hombre, sin atreverse a terminar la oración.
-¡Sí, ya sé que no existe! Pero prefiero quedarme imaginando que hablo con mi sobrina a salir al jardín de mierda de este hogar para viejos. Mirar un atardecer igual al de ayer, igual a todos, no me cambia nada; imaginar sí; recordar diálogos me ayuda a pelearme con el olvido, a ganarle a esta enfermedad de mierda. Esa taza de café es mi única chance de escapar del presente, de ganarle minutos a la muerte ¿y vos me lo querés sacar?
El hombre apretó los labios.

Mercedes lo dijo todo tal cual lo había practicado durante las tardes de los últimos dos años, desde que decidió que sería una buena idea agregar un hombre que la interrumpiera mientras se imaginaba conversando con su sobrina. Mientras se imaginaba viviendo. 


domingo, 3 de agosto de 2014

Los sueños de todas las demás personas

Anoche soñé que nunca más
iba a soñar contigo.

Soñé
que nunca más iba a verte sonriente
entrometida
en los inventos que mi inconsciente
se esmera en fabricar de noche,
y en recordarme,
en la mañana.

Soñé que nunca más
iba a soñar contigo;

no me desperté horrorizado,
seguí soñando, con horror,
en un mundo onírico
que no te iba a tener,
nunca más, a vos.

Hoy de mañana viajé pensando
en qué terrible sería
que no te soñara más:

pensé, que de alguna manera,
es como si existieras menos,
como si hubiera
menos vos en el universo.
En ese viaje se me erizó
hasta lo que no tengo.

La verdad es que no soy afín
a tomar en serio
todo lo que alguna vez
me vaticinan los sueños,
pero tratándose de vos
el tema es más delicado
y no viene mal andarme
con algunos cuidados.

Soñé que nunca más
iba a soñar contigo;

pues bien:

a partir de ahora,
tendré que soñar los sueños
de todas las demás personas,
como si fueran míos.


Hasta que aparezcas de nuevo.


martes, 1 de julio de 2014

El sobrino, el Oráculo y el Rey



El Rey del Gran Imperio envía a su sobrino y  a sus mejores soldados hacia el Este, a conquistar un territorio hostil. Viendo alejarse a sus tropas, el Rey consulta al Oráculo y éste le dice que triunfará y que lo continuará haciendo hasta llegar a las Montañas.
El sobrino lleva adelante la conquista del primer reino hostil. Y luego otro. Y luego otro. Y luego otro, hasta llegar a las Montañas.
El Rey le ordena regresar. El sobrino regresa, lleno de riquezas y gloria. El pueblo lo aclama como a un héroe. Tiempo después, cuando el sobrino se establece en su castillo, el Rey comienza a percibir que su sobrino tiene demasiado poder y popularidad: comienza a temerle. El Rey considera inminente una sublevación de su sobrino contra su corona, entonces consulta al Oráculo. El Oráculo confirma sus temores.
 El Rey comienza a mostrarse hostil con el joven sobrino. El sobrino percibe la hostilidad del Rey. El Rey le quita algunos privilegios. El sobrino se da cuenta de que el Rey lo va a matar en breve, entonces decide actuar como reacción al inminente ataque: reúne a un grupo de guerreros y toma la ciudad; captura al Rey, y lo exilia. El pueblo se divide entre aquellos que apoyan al nuevo Rey y los que se mantienen fieles al Rey depuesto. La fidelidad era un valor muy importante en esa civilización, tanto como el valor.
El Rey depuesto desde el exilio organiza una contraofensiva y se desata una guerra civil. Hay cinco batallas gigantescas, sin antecedentes en crueldad, violencia y cantidad de muertos. Se destruyen poblaciones enteras, se destruyen castillos enteros. La civilización se desmorona.
El Oráculo es detenido y condenado a muerte, no está claro por cuál de los dos bandos; con la cabeza apoyada en un tronco, mientras el verdugo prepara fríamente su espada, piensa: ¿si yo no hubiese confirmado los temores del Rey, se habría sublevado su sobrino y yo estaría por ser ejecutado? ¿Fue el miedo del Rey la causa de su consulta o fue mi vaticinio lo que produjo su miedo, y ello mi muerte?
El Oráculo vio la cara de un niño entre el público presente en su ejecución. No vio la espada caer, vio al niño y vio su cara. Sintió miedo. Murió con miedo. Fue miedo, hasta que la espada le rebanó la cabeza. Murió sabiendo en qué consiste la vida.

lunes, 26 de mayo de 2014

Laura

A Laura la sorprendieron mirando la foto de Alejandro, una vez más. Fue en distintos momentos; primero fue su hermana, luego su marido, luego su cuñado; incluso su sobrino la vio con los ojos llenos de lágrimas, moviendo mecánicamente el vasito donde le ponía los jazmines blancos cada semana, al costado del retrato, sobre el aparador.
Durante los primeros dos años, esa conducta fue vista como algo normal, incluso ellos mismos lo hacían a veces: es que no es sencillo aceptar la muerte de un niño. Ningún padre y  ninguna madre esperan tener que sepultar a su propio hijo. Pero durante el último año, éste, el tercero desde la muerte de Alejandro, las cosas han cambiado. Tal vez no las cosas: ha cambiado la percepción que los demás tienen de la situación. Todos, menos Laura. Lo que antes era normal, el llanto, el abandono de cuestiones secundarias como comer correctamente, dormir por las noches, visitar amigos y familiares lejanos, ahora pasaba a ser patológico. Pero aun era algo que manejaban en conversaciones cuidadosas, clandestinas, ajenas a Laura; ni Gonzalo, su marido, ni su hermana, ni su cuñado, se animaban a decirle nada a ella, directamente.

Hasta pasados dos días del aniversario de la muerte de Alejandro.

Valeria, su hermana, había introducido una idea en las conversaciones, consiguiendo un primer aliado en su marido, y convenciendo finalmente a Gonzalo: la mejor manera de que Laura superara la muerte de su hijo, la única manera que veían para que ella pudiera seguir adelante con su vida, era concibiendo otro hijo.
En un principio, a Gonzalo la idea le resultó ofensiva. Luego, paulatinamente, en sucesivas charlas, en constantes intentos de persuasión de Valeria y en especial de su marido, entre copa y copa, terminó pensando en que no era una idea del todo descabellada.
Es que en definitiva, él lo había podido superar, de algún modo. Obviamente que lo extrañaba al nene, le asqueaba la idea de que alguien sugiriera que no sufría por la muerte de su propio hijo, pero, como decía a menudo Valeria con aire de verdad absoluta: hay que ponerle un límite al dolor, sino, te termina destruyendo. Gonzalo consideró que era el momento de poner límite al dolor de Laura.   

Gonzalo fue quien más postergó el momento de proponerle la idea a Laura. Obviamente iba a ser él quién se lo dijera, por más que no había sido su idea. 
Pasaron dos días después del exacto aniversario de la muerte de Alejandro. Esa noche, mientras se acostaban a dormir, Gonzalo agarró a Laura del brazo, mientras ella se estaba tapando con la manta, sentada en la cama, y le soltó de golpe: tenemos que tener un hijo; es la única forma de que podamos dejar atrás lo de Alejandro. Tenemos que seguir adelante. Las palabras a Gonzalo le sonaron patéticas, de telenovela; no se sintió a la altura de lo que estaba diciendo; lo superó la profundidad de la propuesta; Laura quedó petrificada: primero sintió espanto, luego repugnancia, odio hacia su marido, y luego, en una ráfaga de asociaciones frenéticas encontró la mente de su hermana en alguna parte de esa propuesta. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Sus puños apretaron la manta y la sábana, pero no dijo nada. Gonzalo la miró, suplicante. Él necesitaba algo, una palabra, una reacción diferente. Ella no supo hablar. Esa noche, por primera vez desde que dormían juntos, lo hicieron como dos extraños. Esa noche, esas dos personas, no se conocían.

A la mañana siguiente hablaron del tema y Laura apenas si pudo decir con palabras que no quería tener otro hijo para olvidarse de Alejandro. Que no, que no para olvidarse, para seguir adelante con él en la memoria, porque hay que seguir insistía Gonzalo, en vano. No desayunaron juntos. Pero acordaron hablar mejor luego, cuando los ánimos se hubiesen calmado.

Pasaron los días. Las semanas. Ante la negativa, Gonzalo estuvo a punto de ceder, de darse por vencido, pero Valeria y su marido le insistían, que es por la cercanía del aniversario, que ya vas a ver que después se le pasa, que después va a entrar en razón, vas a ver. Gonzalo cobraba algo de fuerza para volver a insistir.
Pero nada.

Un día fue Valeria la que en el living le preguntó, como si recién se le hubiese ocurrido, si no le parecía una buena idea tener otro hijo para darle todo ese amor que no podía darle al recuerdo de Alejandro. Laura, que encontró en el tono fingidamente espontáneo una ofensa aun mayor, explotó. La insultó como nunca antes. Le dijo cosas de las que en otro contexto se hubiese arrepentido en cuestión de segundos; Valeria no fue bienvenida hasta una semana después en la casa. Gonzalo tuvo que trabajar mucho para convencer a Laura de que no podía alejar así a la familia.

Cada tanto Gonzalo le insistía sobre el tema, sobre si había reconsiderado el tema. Laura, cada vez más dura, cada vez más fría, se mantenía firme. Y se aferraba más al retrato de Alejandro. No sé si al recuerdo de Alejandro. Sí al retrato. A esa foto. A ese día. A esa sonrisa. El mundo se le volvía más chiquitito, tanto, que apenas si era del tamaño de la sonrisa de su hijo aquella tarde en el Parque Rodó.

Mientras tanto, las reuniones clandestinas continuaban. Valeria insistió, Rodrigo trató de hablar con Laura, con resultado similar al de los demás. Un día, y eso a Laura le pareció realmente muy bajo, Ezequiel se le acercó, con su pelota bajo el brazo, y le preguntó ¿por qué odiás a los niños, tía Laura? Ella lo miró, y le dijo que no, que no los odiaba, que porqué le preguntaba eso. El niño la miró con honesta sorpresa:¿y entonces por qué no querés tener otro hijo?
Esa noche Laura lloró de odio.

Durante las reuniones Valeria le comentó a Gonzalo, al pasar, que a veces los embarazos son accidentales, lo que produjo una explosión de sensaciones en la cabeza del muchacho. Se horrorizó sí, pero, ¿y qué hay de los resultados? ¿Tanto creo yo en que esto es para el bien de Laura?

Las cosas entre ellos habían empezado a mejorar. O al menos no habían empeorado desde la proposición de tener otro hijo en adelante. Pero los intentos por tener sexo más a menudo de Gonzalo superaban lo que Laura entendía como normal para las necesidades biológicas de su marido y de ella. Un día, en un descuido, Laura los escuchó conversando a su hermana, su cuñado y su marido y descubrió el plan. Y descubrió que detrás de todo estaba su hermana. Después de ese momento, cada vez que iban a la cama, cada vez que incluso estaban en la misma habitación, Laura sentía que ese hombre no era su esposo, que ese no era Gonzalo: le daba asco ese tipo, y por sobre todas las cosas, la enfurecía la idea de que su hermana estuviera pendiente de si cogían o no, de si se cuidaban o no; Laura decidió quitar la foto de Alejandro del aparador que estaba frente a la cama y la puso en su mesa de luz, mirando hacia adelante: no quería que ese hombre contaminara la sonrisa de su hijo.

Dos días después, sin decirle nada a nadie, Laura tomó sus cosas y se fue. Nunca más la vieron. No supieron más nada de ella.

Laura estaba convencida de que se iba para poder continuar su vida en paz. Yo creo que se fue, para no continuar.
Los muchachos, cada tanto, cuando nos emborrachamos y la recordamos, levantamos una copa en honor a su heroísmo.

jueves, 27 de marzo de 2014

De poco y nada

De poco y nada valieron,
de poco y nada valen,
todos los momentos
en los que no te miré.

De poco y nada valen,
de poco y nada valieron
todas esas cosas
en las que posé mi vista
y que no eran vos.

De poco valen las nubes,
las copas de los árboles,
las olas del estuario
dándose de lleno
contra las rocas de la rambla,
las estrellas agujerito
pavoneándose tan blancas
en las noches por mi ventana,
o los alfileres gotita
de las tardes otoñales.

Maldito todo aquel momento
en el que no te miré.

Entonces, malditas las nubes,
malditos los árboles,
los estuarios, las rocas,
las estrellas, las noches,
mi ventana, la lluvia,
el otoño.

Maldito todo aquel momento
en el que no te miré,
porque tus rasgos
se me van desdibujando
de la memoria,
porque sé
que se me van a ir
para no volver,
tal cual vos,
cuando optaste por irte,
para no volver.

Maldito todo eso,
pero nunca,

nunca, nunca, nunca,

nunca,

nunca maldita vos.

A vos, siempre,


sonrisas con la mirada perdida.

martes, 11 de marzo de 2014

He estado observando.


He estado observando.

He observado que “tener”, e incluso “conocer”, son palabras que representan conceptos engañosos, que parten de la estaticidad del Ser, que es una idea tan falsa como denigrante: nunca llegamos a tener a alguien, nunca tuvimos a nadie ni lo tendremos; ni siquiera logramos conocer a quien está más cerca de nuestro sentimiento. Siempre hay una sorpresa, un acto “que no es propio de ella”, siempre hay una traición –que no suele ser otra cosa que un cambio de opinión sin previo aviso-; siempre hay algo que con horror vemos cambiar y, frecuentemente, irse.

Bueno, pues no. No hay tal cambio. Nadie es uno; somos mucho, che, somos demasiado como para elegir el primer número entero mayor a cero para representarnos. No podemos conocer  nunca a nadie totalmente. Y sospecho que no conocer totalmente, es no conocer.

Eso me llevó a pensar si podemos realmente amar a alguien en estas condiciones de extranjería, o si amamos lo que proyectamos de nosotros mismos, en el otro.

Es entendible, supongo, porqué detuve acá mi razonamiento.

jueves, 20 de febrero de 2014

Esconderse de la vida

Los niños, cuando tienen miedo
se esconden,
se tapan la cara,
cierran los ojos,
se tapan bien hasta arriba
con la frazada.

Los más grandes, cuando tienen miedo
abandonan la frazada
y se esconden tras sus hijos,
o tras una planilla Excel,
detrás de la cuota del auto,
detrás de unas rejas,
detrás de un portón,
detrás del disfraz
de la camiseta
de Peñaral o Naciorol,

detrás de la cerveza o el vino,
o detrás de la receta
del antidepresivo.

Yo, en cambio,
me escondo de la vida
recordándote a vos:

tus gestos,
las cosquillas,
tus miradas,
tus risas;
incluso tus maneras frescas
de esconderte de la vida
cuando la que tenía miedo
eras vos.

Recuerdo, y me escondo de la vida.

No sé si mis miedos
serán los mismos que los tuyos.


Pero quería mentirte

y decirte que en esto, no estás sola.


miércoles, 29 de enero de 2014

De esos que escriben así

Sí, estoy en el siglo equivocado.

Sí, siento como propias,
derrotas ajenas.

Sí, perdí en la guerra civil del 36,
y me masacraron a balazos
cabalgando con Mahkno
en las afueras de Guliay Pollie.

Sí, dije.

Porque se me llenan los ojos de lágrimas
cuando pienso en mi abuelo,

porque me entristecen las vías vacías
y el silencio absoluto de domingo
en la estación de trenes de Peñarol

y porque inexplicablemente
todavía me apuñala la culpa
cuando miro con deseo
a una que no es vos;

porque me enternece hasta erizarme
escuchar de noche
Milonga para una niña
y Louse House at Kilkenny,
de los Dubliners,
cuando se larga a llover.

Un nene muy imbécil, sí,
de esos a los que les duele
no saber qué hubiera pasado
con la mujer que les cruzó una mirada
y no vieron nunca más.

Uno de esos.

Muy inmóvil,
muy dorso de mano en la frente,
muy vino,
muy noche,
muy silencio,

y poca cosa más.



De esos que escriben así.

domingo, 12 de enero de 2014

Anoche soñé que te mataba

Anoche soñé que te mataba. 
Soñé que me llenaba las manos de sangre, lentamente, mientras te apuñalaba con mano firme, decidido, mientras clavaba mi cuchillo en tu estómago, con profundidad. Luego en tu cuello, luego en tu pecho. Sangre había, mucha sangre; fluía, desde dentro, pero también desde el cuchillo hacia a vos. Volvía a vos la sangre que de vos había salido.

Después soñé que caminábamos por un campo, una pradera podría llegar a ser; íbamos de la mano, dando saltitos, vos con el cuchillo clavado en tu pecho, y yo con una mochila de acampar, de esas grandotas. Vos tenías, ahora que recuerdo, un gorro de lana con orejeras; era blanco con manchitas negras. Te quedaba muy cómico. El clima igual no justificaba que lo estuvieras usando.

Empecé luego a sentir olor a quemado. La pizza se estaba cocinando demasiado en el horno. Dejé rápido el bebé de plástico arriba de la mesa y corrí a sacarla del horno. Me puse un repasador que encontré, lo enrollé en mi mano, como si estuviese vendando una herida, y saqué la asadera donde estaba la pizza.
Cuando llegué a la mesa, con la pizza ya en un plato, vos estabas jugando con las servilletas, girándolas con el dedo índice, pensativa. Cuando me viste me sonreíste y me dijiste algo. Estabas muy linda.


Cuando me desperté pasó lo que pasa siempre cuando me despierto.