lunes, 8 de septiembre de 2014

Tazas de café



-Me ama ¿entendés?- dijo ella, con la voz aguda, angustiada.
-Esas cosas pasan. Qué se le va a hacer- dijo Mercedes, sirviendo con mucho cuidado más café en su taza.
-Es que no sabés. Me ama. Me ama tanto que hasta me duele verlo. Me mira y se le llenan los ojos de lágrimas. Tiembla ¿Entendés? Le tiemblan las manos cuando se me acerca.
-Y vos no lo querés.
-Y yo no lo quiero. O sea, le agradezco que…Todo lo que hace, y lo que dice, pero no lo quiero.
-Pero te gustaría quererlo- dijo Mercedes, sirviendo ahora la taza a su sobrina.
-¡Sí! ¡Claro que me gustaría quererlo! Me da miedo. Me da miedo que el pibe haga una locura. Que se mate, o que se arruine la vida por la frustración, no sé. Esto de enamorarse es una locura. No podés seguir viviendo igual después que te enamorás de alguien, o después de decirle a alguien que te ama, que vos no lo amás. No seguís siendo la misma persona. ¿Entendés tía?
-Claro que entiendo, nena. Vení. Tomá más café.

La puerta se abrió y un hombre entró sin golpear ni presentarse. Mercedes, que estaba de espaldas a la puerta, se dio vuelta a mirar quién era; luego, volvió a mirar hacia adelante y se quedó sentada, en silencio.
-¿Otra vez ensuciando una taza al santo botón, Mercedes?- dijo el hombre, caminando hacia ella;- venga, vamos al jardín que ya está atardeciendo.
-No, no quiero. Me voy a quedar acá conversando con mi sobrina.
-Pero…Mercedes- dijo el hombre, sin atreverse a terminar la oración.
-¡Sí, ya sé que no existe! Pero prefiero quedarme imaginando que hablo con mi sobrina a salir al jardín de mierda de este hogar para viejos. Mirar un atardecer igual al de ayer, igual a todos, no me cambia nada; imaginar sí; recordar diálogos me ayuda a pelearme con el olvido, a ganarle a esta enfermedad de mierda. Esa taza de café es mi única chance de escapar del presente, de ganarle minutos a la muerte ¿y vos me lo querés sacar?
El hombre apretó los labios.

Mercedes lo dijo todo tal cual lo había practicado durante las tardes de los últimos dos años, desde que decidió que sería una buena idea agregar un hombre que la interrumpiera mientras se imaginaba conversando con su sobrina. Mientras se imaginaba viviendo.