miércoles, 24 de febrero de 2016

Cocodrilos verdes

No era la primera vez que me sentía inútil en una investigación de campo de este tipo. Era sí de las pocas veces que realmente era inútil, pero no por mi negligencia o desinterés, sino porque no tenía nada que hacer ahí.
Mi remera, mi pantalón largo y  mis championes eran parte de una vestimenta que delataba que no estaba haciendo nada. Los demás, haciendo tareas de acá para allá, sin remera y vestidos con short de baño, andaban con su proactividad característica, caminando descalzos, saltando de roca en roca, sin prestar atención ni a la Nena, ni mucho menos a mí. Eso era bueno, porque si además de ser una decoración en la investigación iba a tener las miradas de ellos puestas en mí, la cosa hubiese sido peor. Ya imaginaba su desaprobación.

Me dediqué entonces a mirar a la Nena con atención y a pensar en cómo la dejaban ahí solita y, en especial, en lo aburrida que debía de estar. Andaba vestida también de playa. La verdad era chiquita como para andar sola en las rocas. Las rocas de la costa, con el agua pasando por los costados y algunas algas, se vuelven resbalosas y peligrosas. La Nena estaba quieta, es cierto; eso quita un poco el miedo a una caída. Estaba aferrada a su osito y miraba sin demasiada atención lo que había alrededor. Parecía estar pensando en algo.

Me di cuenta que me estaba pasando de nuevo. En realidad, quería que me estuviera pasando de nuevo.

Un cocodrilo inflable verde fluorescente apareció de entre las rocas, desde dentro de uno de los pequeños riachuelitos que se forman entre ellas. Podía verle hasta la válvula en la parte de atrás. Una válvula blanca. Me costó unos segundos darme cuenta que el cocodrilo inflable se desplazaba, no por la fuerza de la corriente de agua –no había tal corriente entre las rocas- sino que se desplazaba por propia voluntad. Con el rabillo del ojo vi el mismo color repetido varias veces a mi izquierda. Alejé la mirada de la Nena y el cocodrilo inflable; descubrí otros cuatro cocodrilos más que aparecieron del mismo modo que el primero. La Nena miraba al cocodrilo verde con sorpresa e interés. Los demás investigadores seguían en la frenética búsqueda de quién sabe qué y me parece que no vieron nada de esto. El cocodrilo verde más cercano a la niña subió a las rocas, con alguna dificultad. Los demás seguían flotando en el agua, o desplazándose. Nadie notó esto, salvo yo. La Nena lo miró con atención, pero ya un poco más intranquila. En los alrededores de las rocas había ya ocho cocodrilos. Seguían saliendo. En ese momento sentí que tenía que alejarme. Que todo se estaba volviendo peligroso. Deseé que otra vez estuviera alucinando; que me estuviese pasando de nuevo. El cocodrilo que trepó a la roca abrió sus fauces y le dio un mordisco a la Nena. No alcancé a escuchar gritos. No sé si los demás oyeron. No alcancé a oír ni a ver más nada. No sé si realmente me volvió a pasar de nuevo. O si la Nena de verdad murió.

Ahora nada más floto, con mi válvula para arriba. 

2 comentarios:

  1. Que lindo/raro tu relato. Huele a sueño ¿acerte?

    Abrazo, Txus.

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  2. ¡Gracias! Y sí, estás en lo correcto ;)

    ¡Abrazo!

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