martes, 24 de mayo de 2016

Una mirada en la luminosidad


Anoche soñé que no estaba soñando. Algo sensiblemente distinto a tener un sueño verosímil o vívido. 

Estaba acostado en mi cama. Había algunas cosas diferentes a las de la vida de vigilia, pero eran pocas. Me tomó tiempo reconocerlas una vez despierto. En el momento todo parecía más o menos normal. Lo único raro era que la lámpara estaba un poco más lejos y me obligaba casi a sentarme en la cama para alcanzarla. La almohada era más alta y más dura, como una que tuve cuando era niño. Sentí el olor a mi abuela cocinando buñuelos de lechuga. Sentí el olor de sus manos. Tenía olor a carne picada cruda.
Quería leer un libro y no lo encontraba. Acostado, tenía el lector de libros apoyado en el pecho; al incorporarme cayó sobre mi falda y se entreveró con el acolchado. Lo prendí, después de prender la luz. La luz estaba rara, por cierto. Era como azul. Como una lámpara de adorno, no muy apropiada para la lectura. Busqué y busqué en el listado de libros que tengo. Lamenté no haberlos ordenado de alguna manera lógica. No estaba. Era Una mirada en la oscuridad de Philip K. Dick. Podría ser A Scanner Darkly, porque me constaba que tenía la novela en los dos idiomas. Sin embargo, en la lista, se me pasaban. “Será porque estoy medio dormido todavía”, pensé. Sentí un ladrido ronco. En mi edificio no se puede tener mascotas. Además era un ladrido ronco familiar: sonaba como al de mi perro en sus últimos días, cuando ya faltaba mi abuelo y yo pensaba que esa era su forma de llorar. Tosí. Me reí ¿Será que toser es mi forma de llorar como perro? Decidí no leer. Sentí calor. Tiré el acolchado con bronca contra los pies de la cama y me quedé sentado, apretando mi pecho contra las rodillas. Me puse a pensar. Tenía una sensación de depresión que me iba tomando. Subía por la columna vertebral hasta que dio toda la vuelta y llegó al pecho. Ahí se quedó. Y fue ahí que me di cuenta que no estaba soñando. Lo sentí.
Sonó el celular. El ruidito de un mensaje de Whatsapp que ignoré. Tuve sed. Me levanté, abrí la heladera y me serví un vaso de té helado. Algo para aplacar el calor. Prendí el ventilador, lo puse cerca de mi cara y me senté en el sillón. Me tomé tres vasos de té y guardé la jarra en la heladera. Iba a prender la computadora pero no lo hice. Mejor irse a dormir de nuevo que mañana hay que madrugar. Me acosté.

Algo confuso pasaba con un termómetro que yo buscaba aun acostado y sin ver, en una mesa de luz marrón con portarretratos que iba tirando a cada manotazo. Sonó la alarma del celular. Amanecí estornudando. Destapado. La lámpara estaba en el lugar de siempre y la luz no era azul. Hacía frío. Después pude ver que no había té en mi heladera y demás está decir que el libro que busqué en el sueño estaba, en ambas versiones, en el lector de libros.

Desde que tomé el café de siempre a las apuradas antes de salir al trabajo, lo único que he hecho es mirar la realidad, mirar todo, como si estuviese viviendo el proceso inverso al de la noche anterior:  soñé que no estaba soñando; bueno, ahora, pretendo percibir todo como si estuviera despierto pero sin estarlo.  Busco afanosamente diferencias entre lo que veo y lo que debería ver.

Y, he aquí lo interesante, las estoy encontrando.


miércoles, 11 de mayo de 2016

Error 404

Hola, qué tal. Tal vez me conozcas de acá mismo. Cuestión que tengo nuevo programa de radio, se llama Error 404 y lo conduzco junto a Fabián Blundell.

Se puede escuchar por Radioactiva Fm 102.5 o por internet para aquellos que viven lejos de la antena de la radio. Esto último lo pueden hacer en www.radioactivafm.org


lunes, 2 de mayo de 2016

Los grupos de Whatsapp y tercero de liceo



Primero lo primero. Sebastián Pina me lo advirtió y yo no le hice caso: “no te metas en grupos de whatsapp, Darío. En serio”.

Esto que escribo tiene un público objetivo bastante reducido: hombres usuarios de whatsapp que estén en un grupo de whatsapp compuesto exclusivamente por otros hombres con los que no tienen un conocimiento profundo. Por ejemplo: un grupo de whatsapp de compañeros de trabajo o ex compañeros de trabajo, un grupo de amigos que se ven poco o, como es mi caso, un grupo de compañeros de fútbol, donde conviven amigos cercanos con conocidos, con amigos de conocidos que nunca vi en persona, etc.

Cuando estábamos en el liceo, digamos, en tercer año, era muy fácil saber cuál de nuestros compañeros era sexualmente activo y cuál no. No únicamente a través de relatos de quienes lo eran o decían serlo, sino a través de conductas. Es fama que aquel que más chistes sexuales de doble sentido hace es el que menos coge. A esa edad es inversamente proporcional. Hay estudios. De prestigiosas universidades. Acá justo no tengo ninguno conmigo. Pero hay.

Mi relativamente nueva inmersión en las profundidades de whatsapp me ha hecho pensar en algunas cosas. Por ejemplo en que ese patrón se repite, capaz veinte años después. La mayoría de los  miembros del grupo de whatsapp que desató toda esta reflexión son hombres casados o en pareja hace ya unos años. En el grupo este ya no hay, como en tercero de liceo, quien diga “fa, anduve con esta, y con aquella, y con la otra” por más que la mayoría de las veces fuera mentira y, “andar” fuese darse besos al costado de la adscripción.  O sea que no hay un aviso de “fua, loco, no saben cómo ando cogiendo”, pero sí hay, por el contrario, indicios de insatisfacción sexual.

De la misma manera que en tercero de liceo en la clase de inglés la oración “Pete goes to the supermarket” era leída como “pete goes tu de supermarket” y producía un sinfín de comentarios graciosos con “Pete” que denotaban falta de actividad sexual, algo similar pasa con el envío sistemático, abundante, molesto y exagerado de videos y fotos pornográficas en los grupos de whatsapp antedichos. Luego del tercer video de una rubia de espaldas en la ducha que al darse vuelta resulta ser un travesti me di cuenta que algo andaba mal.
Es decir: ¿qué te lleva a pensar que eso es gracioso y que sería divertido compartirlo? Algún tipo de insatisfacción. O carencia. Carencia de ejercicio en las ramas del árbol biológico.
Ojo, no juzgo la ausencia de actividad sexual: juzgo ,y como algo negativo, lo que se hace con ella. A la hora de sublimar, mejor es compartir citas de Heidegger o reseñas de películas que te gustaron que fotos de rubias que resultan ser travestis bañándose acompañados de un “jaja” o directamente señoritas metiendo cosas por sus cavidades.  

 Ansío el día en que me lleguen videos con una tabla de pronombres personales en alemán para memorizar, una foto con la portada de un libro que me recomiendan o una reseña de alguna película que les parezca buena.
Y lo mismo a la inversa. No me molestaría que digan “Bo, Darío debe estar cogiendo poco: hace una semana que está mandando enlaces para aprender Esperanto gratis en internet”.

Yo no digo que no sublimemos. Digo de sublimar mejor.