lunes, 8 de agosto de 2016

Martina Gadea descubre un nuevo continente (versión libre de Comunismo Internacional)


Este es un cuento-versión libre de Martina Gadea descubre un nuevo continente, tema de Comunismo Internacional
                                                   
                                                          *

Eran las seis de la mañana. Martina Gadea se levantó con mucha energía. Se tomó muy en serio los consejos del técnico de su equipo: “Martina, sos un negro de 2 metros 10 y no sabés hacer ni una cortina; no sabés tirar libres tampoco ¿Qué esperás para levantarte temprano a practicar?”
Martina Gadea, siendo un hombre tan temperamental, en un principio se tomó a mal el consejo del técnico. Llegó a su casa con un fastidio poco común. Su esposa lo vio, pero se quedó callada; no quería que nuevamente le pusiera una mano encima. A la esposa de Martina Gadea no le gustaba que le pusiera manos encima. El negro Gadea acostumbraba colocarle manos encima a su esposa cuando volvía un poco entonado de alguna fiesta con los jugadores de Olivol. Manos que le cortaba a cadáveres a los que ilegalmente tenía acceso invadiendo tumbas del Cementerio Central por las noches, sosteniendo una linterna con su boca y cortando manitos con una trincheta. En general eran manos olorosas o en mal estado, además de frías. No me consta que esta sea la razón por la que su esposa sentía tanto rechazo, pero es probable.
Esta vez, en cambio, Martina Gadea no le puso ninguna mano encima a su esposa. Simplemente se fue al baño, refunfuñando. En un momento, estando ya bajo la ducha gritó y se sacó la bronca con el entrenador pegándoles una piña a los azulejos del baño. Rajó uno.
Su esposa le preparó la cena, él lavó los platos, sacrificaron a la cabra y se fueron a dormir como todas las noches, pero en absoluto silencio.
Tres horas antes de lo habitual, el basquetbolista Martina Gadea se despertó, como dije antes, enérgico.
Trató de levantarse haciendo el menor ruido posible. Se preparó un licuado de frutas, yema de huevo y leche. Luego, el trago habitual de grapa. Corrió la cortina de la ventana para tratar de adivinar cómo estaría el resto del día y decidir su vestimenta. Fue canguro y pantalón largo, finalmente. Aparentaba que iba a ser un día soleado pero frío.
Con la pelota bajo el brazo, sin picarla en el pasillo para no despertar a los vecinos, salió rumbo a la cancha abierta de la plaza. A seis cuadras de la cancha no aguantó más de la ansiedad y se largó a correr. Tanto era su entusiasmo que cuando llegó dio unas vueltas alrededor de la cancha para tranquilizarse un poco.
Una vez satisfecho con las corridas, Martina Gadea se paró en la línea de libres y comenzó a tirar. Hasta el momento, su porcentaje en la liga era bajísimo. Su altura lo hacía vital para el equipo, pero al jugar de cinco y estar -también por su estatura- bajo sospecha de ser mal tirador de libres, los rivales siempre le hacían faltas, para probarlo. Bastaba verlo tirar dos veces para darse cuenta que cortarlo a él era la manera más fácil de ganar los partidos. Trece antideportivos y dos expulsiones fueron las sanciones que sufrió el negro Martina en lo que iba de la temporada. La frustración se transformaba en violencia y Martina “El Chengue” Gadea, como le llamaban los hinchas más ingeniosos, canalizaba su frustración con violencia.
Tiró el primer libre y erró. Caminó unos pasos para recoger la pelota y volver a tirar. Erró. Erró las primeras 17 veces. La siguiente, que suele ser la 18 (y bien que lo fue), también falló. Martina Gadea gritó de bronca. Un testigo que no supiera el contexto de la imagen la interpretaría como el grito de guerra de un guerrero Persa enfurecido.
Agarró la pelota con fuerza y le dio un golpe con ambas palmas de la mano. Casi la revienta como se revienta un globo. La picó con bronca, tres veces, y tiró. La pelota dio con fuerza en el trablero y picó detrás de él, superando su posición, en la mitad de la cancha. Picó una vez, dos, tres, y no picó más. Martina Gadea suspendió su furia y la cambió por sorpresa. La pelota debió seguir picando hasta irse a la calle, pero no ocurrió. Algo la detuvo. Cuando Martina Gadea se dio vuelta, se encontró con que la pelota era sostenida por un ser, aparentemente femenino, de contorno sinuoso y con algunas protuberancias que le llamaron la atención al moreno.
-Mis ojos están acá arriba –dijo quien sostenía la pelota, con sonrisa cínica-; mis ojos están justo arriba de mi cadena montañosa, donde usted tiene clavada la mirada, señor.
-Le pido mil disculpas, señorita…
-Soy un continente macho; me identifico como un señor. Así que le ruego se refiera a mí como señor Continente.
-Le pido mil disculpas, dijo Martina Gadea, tratando de no mirarle la pulposa cadena montañosa ni la frondosa selva que surgía debajo del volcán que separaba las cordilleras que le servían como piernas.
-Entiendo que esta pelota es suya- dijo el continente, con tono picaresco-; ¿el señor es basquetbolista?
-Sí. Me llamo Martina Gadea. Juego al básquetbol. Soy el cinco de Olivol mundial.
-El señor juega de pivot y quiere practicar libres- dijo el continente.
-¿El señor a qué se dedica? ¿Cómo se llama?
-A vivir. Soy un indómito continente que aún no ha sido descubierto. Ni nombrado. Soy –dijo, frunciendo sus pequeños riachuelos en actitud socarrona- virgen en todos los sentidos.
Martina Gadea se ruborizó como nunca antes. El nuevo continente le devolvió la pelota y se lamió el estuario con sensualidad de película erótica de bajo presupuesto. Luego, agregó: me doy por descubierto, señor Martina Gadea. Nómbreme. Nómbreme todo. Póngame su nombre si quiere. Póngame un nombre que desee. Que seguro es largo y fuerte como..
-No- interrumpió Martina Gadea- dese por descubierto, pero yo soy casado. No voy a ponerle nada.

Y, para pena de quien narra, dio media vuelta y se volvió al hogar sin una mejoría visible desde la línea de libres pero con la satisfacción de haber descubierto un nuevo continente y de saberse deseado.