jueves, 22 de octubre de 2009
A sacarse la careta. Monologuito.
domingo, 18 de octubre de 2009
Lucidez pasajera
Soy un hombre débil
y cada esfuerzo es estéril.
Voy desacomodado,
enjaulado y limitado;
pienso de noche, trabajo de día,
todos mis cambios son solo teoría;
construyo mi jaula pero hablo de huir,
pasar a la práctica no deja dormir.
Un inadaptado que se quiere adaptar
Un fracaso diario, evidente y colosal.
Un ancla clavada en el fondo del mar.
Un guerrero armado con un grano de sal.
Miro hacia fuera, asustado y despierto,
descubrí hace poco que el infierno está adentro.
De mis falsas heridas, una no sana,
y demasiado revuelta amanece mi cama;
pienso de noche, trabajo de día
todos mis cambios son solo teoría;
construyo mi jaula pero hablo de huir,
pasar a la práctica no deja dormir.
Quiero salir de mi estuche,
sobra gente que escuche,
tarde, muy tarde, comprendí:
es a mí a quien nunca oí.
Ambas manos tapan mis orejas,
primitivo intento por tapar las quejas
que asoman en una borrachera,
o en una casual lucidez pasajera
No quiero pensar mi futuro a diez años
ni pensar consecuencias, dolores ni daños.
Vergüenza me da temerle al futuro,
creí que el presente era siempre más duro.
Pienso de noche y trabajo de día,
todos mis cambios son solo teoría;
construyo mi jaula pero hablo de huir,
pasar a la práctica no deja dormir.
martes, 13 de octubre de 2009
Conflicto cultural
Enfrentarse a una cultura completamente distinta a la propia siempre genera algún tipo de inquietud. No digo que todas las veces que uno interactúa con individuos de otras civilizaciones corra peligro, pero es indudable que a uno se le generan una serie inquietudes: de qué manera saludar, qué es considerado una ofensa, qué vendría a ser un elogio, qué una insinuación de corte erótico, etc.
Esa inquietud, debo decir, aumenta de modo directamente proporcional a la cantidad de individuos de la otra cultura con los que se interactúa. En este caso yo iba a interactuar con 400 personas.
Cuando llegué al lugar, muchos ya estaban afuera; eso me cohibió un poco, en especial por las constantes miradas que recibía, de arriba abajo, que me hacían sentir como un total extranjero. Si bien iba acompañado, cedí ante el miedo inicial y postergué el choque de culturas para más tarde; me quedé parado fuera, con las manos en los bolsillos. Iba todo bien. Yo transpiraba un poco, en especial las manos, supongo que como consecuencia de mis nervios y de la noche calurosa.
En uno de mis tímidos movimientos hice contacto visual, accidentalmente, con un ejemplar femenino de los tantos que había en los alrededores del lugar. Era bastante fea, y su estética, tan distante e incomprensible para mi civilización, no hacía más que incrementar la fealdad. Ella, que también me miraba, probablemente pensaba lo mismo.
Al quedarme parado fuera del lugar, creí haber postergado la interacción con la cultura extraña, pero me equivoqué. Ya se sabe lo que reza el dicho: si Darío no va a la interacción con una cultura totalmente distinta, la interacción con una cultura totalmente distinta va a Darío. Y primero como espectador, y luego como partícipe, estuve en contacto con estos peculiares seres, con sus ricas y diferentes costumbres sociales.
Por ejemplo, en un momento un grupo de ocho ejemplares masculinos miraron, de forma alternada, a otros seis. Unos segundos después, se estaba peleando con mucha fiereza. Se gritaban, y partían botellas de vidrio en las cabezas de sus contendientes, y en muchos casos empuñan luego los restos de las botellas como armas blancas. La gente en los alrededores observaba indiferentes.
Al mismo tiempo, pero en el otro extremo, dos ejemplares femeninos se lanzaban alaridos, se tomaban del pelo y se arañaban la cara violentamente, no está claro si como parte de una danza ritual o de una pelea. La gente alrededor vitoreaba tímidamente, pero en su mayoría permanecía indiferente.
-Pela ¿qué pasa? ¿Tás mancando a mi gata?- me dijo un joven que caminaba en dirección a mí. Siempre fui bueno con los idiomas, así que no me costó reconocer que se trataba de un dialecto, seguramente romance.
- ¿Tas mancando al`Allyson, pancho?- insistió, mirando hacia atrás, en dirección a la muchacha de belleza alternativa que había visto antes. De alguna manera, le habría faltado el respeto, o habría incurrido en algún tipo de grosería al sostener mi mirada.
El joven enfadado estaba cada vez más cerca, y más enfadado. Por fortuna se escuchó desde dentro del lugar el sonido de un piano guitarra y todos los que estaban afuera, incluido el joven enfadado (que ya empuñaba la botella de cerveza partida) fueron hipnotizados e ingresaron al lugar, empujándose y gritando. Yo me quedé fuera, meditando acerca de la experiencia que había vivido. Caminé errante durante unas cuadras hasta encontrar la parada del 582 y regresar a casa.
Aun nos queda mucho por aprender, los unos, de los otros. Y los Hunos de los otros, que no me acuerdo como se llamaban, pero bien que a Atila lo odiaban. *