Era una tarde calurosa de Octubre; yo observaba con atención lo que sucedía fuera de la camioneta. El conductor era el hermano de un amigo, que califica como “conocido” y que por lo tanto, de vez en vez, me dirigía la palabra obligándome a dejar de prestar atención al paisaje.
Las charlas eran bastante livianas en cuanto a su contenido, pero me obligaban a ser muy cuidadoso con las palabras que elegía y con mi lenguaje corporal. Los temas eran peligrosos: fútbol, política y la anatomía de algunas mujeres famosas. En éste último punto tuve alguna dificultad dado mi total desconocimiento de las mujeres que él mencionaba, pero lo solucioné con mis dotes actorales fingiendo saber de lo que hablaba; en cuanto a la charla política tuve algunas dificultades para comprimir mil ideas a un insignificante instante, que era lo que me quedaba entre opinión y opinión del conductor; por último, en el tema fútbol mis dificultades radicaban en dos visiones antagónicas del juego verdaderamente irreconciliables que para mi sorpresa no derivaron en una larga y acalorada discusión, sino más bien en un brusco cambio de tema, que eventualmente se transformó en silencio. Más allá de eso, el viaje no me generó demasiado estrés. Lo que sí me generó, fue risa.
Los rayos solares caían con fuerza sobre 8 de Octubre y la escena fuera de la camioneta parecía adquirir mayor vitalidad. Recostado en el asiento observaba todo. Mi compañero de viaje hacía lo mismo.
-¡Mirá esa morocha!- exclamó Rúben, echándome repetidas miradas eufóricas. Había mucha gente cruzando la calle, o esperando para cruzar, y el sol daba justo en mi cara, así que no la ví. Rúben no lo entendió así de fácil.
-¡Pero cómo que no la ves!
-No la veo- dije yo, tímidamente.
-¡Está ahí! ¡Ahí! ¡Es la morocha de blanco!- gritaba Rúben con entusiasmo. Entretanto, la camioneta se acercaba cada vez más al lugar en donde la morocha estaba. Y fue allí que la ví.
Si bien es cierto que era morocha y vestía de blanco, no era precisamente lo que yo esperaba ver, en especial después de tanta euforia. Era una niña de unos ocho años, vestida con túnica escolar, cargando con una mochila y su XO bajo el brazo.
Rúben la miró. Su expresión cambió. Rúben me miró. Yo lo miré. Yo no sabía muy bien qué decir; él, mucho menos.
-Está todo bien, mirá que ahora las niñas vienen muy creciditas; ésta seguro que ya va al baño sola- le dije. Rúben se mantuvo en silencio, y siguió así durante todo el viaje.
No es que yo esperaba conversar mucho al respecto de lo que había pasado, pero tampoco esperaba ese silencio sepulcral. Tal vez un “me equivoqué” hubiese sido suficiente; o un “suelo cargarme niñas de escuela, pero veo que vos no”, que hubiese sido un buen inicio de charla que seguramente derivaría en alguna otra que nos haría olvidar de la situación incómoda por la que él, y yo, indirectamente, habíamos pasado.
Lo peor de todo era que ese silencio iba a durar todo el camino de regreso hasta Peñarol. Y faltaba mucho.
“suelo cargarme niñas de escuela, pero veo que vos no”
ResponderEliminarjajajajajaja
Que lindo diálogo que podría venir después.
Esto sucedió???? o es parte de tu inquieta imaginación?????????
ResponderEliminarPor cierto pequeñín, no sé qué es "su XO bajo el brazo".....
besos
Miren: te contesto yo porque nuestro pequeñín amigo no lo hace:
ResponderEliminar"XO" es el nombre que se le da a las laptops que reciben los niños que asisten a las escuelas públicas en Uruguay. Tal vez hayas escuchado hablar del Plan Ceibal. Si no lo has hecho podes buscarlo en google.
Abrazo.
Se me rompió la computadora........fue por eso
ResponderEliminar=)
Respondido por mamariana lo de la xo te respondo lo otro, Miren: eso sucedió; yo simplemente lo transformé en relato luego de darme cuenta que al contarlo por msn lo había hecho de forma literaria. Ta, no sé. Pasó. Yo solo lo describí.