domingo, 31 de octubre de 2010

Juego de la oración 1

Entiéndase por Juego de la oración a abrir un libro, señalar con el dedo índice en una oración al azar, en una página elegida al azar, y luego escribir un pequeño relato a partir de ella.


“Una vez en el piso, el insecto se mueve con dificultad sobre la alfombra”

Migraña

Alfredo Fonticelli

Una vez en el piso, el insecto se mueve con dificultad sobre la alfombra. Me inclino suavemente, temiendo que el insecto huya espantado ante mi presencia, y apunto con mi lupa en su dirección. Constato, con entusiasmo de niño, que se trata de una mosca que tiene una alita herida, y que no puede volar. Concentro mi mirada en las alitas, pero no lo hago por mucho tiempo porque algo me incomoda; siento una presencia; siento algo que me sucede a menudo y que por frecuente no deja de ser molesto: me siento observado. Y me siento observado desde atrás, es decir, desde fuera de mi campo visual. De pronto, al mismo tiempo que comienzo a sentir olor a quemado y a ver como la alfombra comienza a incendiarse, un fuerte dolor –como un cañonazo furioso y caliente- se apodera de mi brazo derecho. Absorto en mi dolor, caigo al piso, boca arriba; mi brazo no responde y me desespero, no me aterra tanto el dolor o el fuego que me rodea, sino el hombre gigante que sostiene esa lupa monstruosa por la que atraviesan los rayos solares que me queman, poco a poco.

lunes, 25 de octubre de 2010

Ventana y olor a café sin viento

Son las 3:29 de la noche. Abro la ventana y – por miedo de escuchar a Zitarrosa- pongo a los Dubliners.

Hay un olor a café que me gusta, un humito que invita a fumar; pero yo no fumo. A veces me imagino fumando, y me descubro completando el estereotipo. Por suerte sigue incompleto.

El cielo está raro, o yo estoy demasiado normal.

Hay tanta droga –de todo tipo- que no sé qué elegir; la ilusión de elegir con qué distraerse es también una droga alucinógena, cuando no directamente una alucinación.

El libro ese rojo, que bien puede ser púrpura o bordó, está ahí, tirado en la cama, tentándome. Sé que voy a leerlo eventualmente, sé que Jorge Luis va a poder más que el clonazepam.

También sé que el dolor de cabeza no va a estar bueno.

Ayer, mientras vomitaba, me sorprendí pensando en alguien – y lo que es peor, hablándole a alguien- inesperado. Fue agradable conversar contigo, o conmigo, haciendo de mí y de vos. Fue conmovedor cómo me mirabas. Cómo me miraba.

Me miro lindo a veces.

By the rising of the moon, by the rising of the moon cantan estos irlandeses.

No se ve la luna, lamentablemente. Pero me la puedo imaginar. Con la sonrisa del gato de Alicia, como me dijo Valentina; o asomándose entre nubes nocturnas rebeldes, entre rayos silenciosos. Aun no me decido qué me gusta más.

Es lindo esto, a pesar de todo.

La ventana, el violín y el tin whistle, mis carcajadas arbitrarias. Porque ya me río por cualquier cosa. Y me hago cargo.

¡Y mi pelo! No me peino más. Que mi pelo muestre pa fuera lo que tengo pa adentruelacabeza.

Me quedo pasmado mirando las hojas de los árboles de ahí en frente. No se mueven. Podrían moverse un poquito che. Me gusta que se muevan, pero no se mueven.

Las miro igual, pero quieto. Tal vez sea mi modo de protesta.

jueves, 21 de octubre de 2010

El minero y la mina

Un hombre robusto, vestido con overall de jean azul embarrado y equipamiento de minero, se acerca lentamente hacia una mujer que espera el ómnibus en una parada. Son las siete de la mañana y la mujer, con cara de dormida, enciende mecánicamente un cigarrillo y comienza a fumar.

Al percibir la cercanía del minero antes descripto, la mujer lo observa de reojo; notando que el hombre mantiene sus ojos en ella, vuelve la mirada hacia delante, y da una larga pitada, haciéndose la desentendida.

-Disculpe- dice el minero.

La mujer lo mira, con fingida sorpresa.

-Disculpe señorita. ¿Me permitiría entrar?- dice el hombre, colocándose el casco y encendiendo la lamparita que éste posee.

-¿Entrar?- interrogó la mujer.- ¿Entrar a dónde?

-Allí- dijo el minero, señalando con el índice hacia la vagina de la mujer.

-¡Cómo se atreve!- exclamó la mujer.- Yo jamás tendría sexo con usted, ordinario.

El minero se sonrojó.

-Yo…yo no quiero tener sexo con usted señora, estoy felizmente casado y…es que…vea, tengo que entrar a trabajar. La mujer lo miró sin comprender.

-Son más de las seis y media, y si vuelvo a entrar tarde a la mina el capataz me mata. ¡Me mata!- exclamaba el minero, consultando una y otra vez su reloj pulsera.

La mujer, alterada por la charla, vio venir su ómnibus, estiró la mano para que se detuviera y sin esperar que se acercara siquiera al cordón de la vereda dio un salto y se colgó del pasamano. Finalmente logró subir.

El minero, desesperado al ver la mina alejarse, gritaba “¡Tengo una familia que alimentar! ¡Tengo una familia que alimentar!”

viernes, 15 de octubre de 2010

Jugar en silla ajena

El niño se para en la silla, y luego salta para atrás, dejándose caer abruptamente. Una y otra vez sube y baja la silla, soltando risitas de entusiasmo creciente. La silla de madera crujía cada vez que sus piecitos se apoyaban, y una pequeña burbujita de polvo rodeaba sus zapatitos cuando caía al piso. Solo se escuchaban su risita y el crujir de la sillita de madera, hasta que se abrió la puerta de la cabaña, y entró el hombre grandote con la cuerda al hombro, arrastrando los pies y haciendo mucho ruido.

-Llegó la hora- dijo el hombre, con voz grave. El niño, triste, dejó de jugar con la silla.

Iban a ahorcar a otro más.

lunes, 11 de octubre de 2010

Hola, vengo a soñar

-Hola, vengo a soñar- dijo el muchacho.

El payaso de galera, apoyando su violín en la mesa de mármol, se miró con cierta complicidad en el espejo, y le respondió:

-Es acá, es acá. Pero sería mejor que te acercaras a este lado del espejo. Si estás de ese lado, no puedo matarte.

La sombra de la estatua

Caminamos sobre un terreno arenoso, pesado, tan pesado como el clima; el calor es sofocante, y más sofocante aun es la idea de que a nuestro alrededor no hay otra cosa que arena; todo es plano, todo es arenoso, todo está bajo los rayos del sol. Todo, incluso la enorme escultura -una silueta humana que produce una gigantesca sombra- que se nos ha prohibido mirar. Caminamos, lentamente, empujados por hombres armados con bayonetas que nos empujan, pinchándonos con las puntas de sus armas, y nos indican cosas agresivamente, en un idioma que desconozco. Mi compañero de caminata no me mira, y yo casi no lo miro a él. Mi mirada está en la sombra, en el camino que ella sugiere; es un camino cada vez más angosto, a medida que vamos llegando a lo que asumo es la sombra de la cabeza de la estatua gigante.

Vamos a paso lento, pero avanzamos bastante. Habremos caminado tal vez unos cien metros. El calor sofocante y la sed me impiden estimar distancias con certeza, y mucho menos suponer una altura aproximada de la estatua. De cualquier modo, de nada sirve.

Los hombres armados nos gritan cosas, y se ponen más violentos a medida que nos acercamos al final de la sombra; nos golpean al menor movimiento tendiente a mirar hacia atrás, y nosotros no miramos. Al menos yo no miro.

Continuamos caminando, ahora, a paso veloz, con nuestros corazones latiendo cada vez más; los hombres ya no nos siguen, pero disparan, estimo yo que al aire, pero bien podría ser a nosotros. Sus gritos, cada vez más lejanos, y el miedo a recibir balazos, nos hacen caminar y caminar hacia delante.

Mi compañero, susurrando, dijo ver un lago con agua más adelante. Yo miré de acuerdo a sus indicaciones, pero no vi más que arena; a lo lejos, tal vez, una duna. Tal vez.

Cuando los disparos eran solo un eco distante, nos detuvimos. Nadie nos seguía, nadie nos disparaba, nadie nos vigilaba.

Giré. La estatua ya no se veía; ni su sombra, ni los hombres armados; solo se veían algunas de nuestras huellas- las más cercanas- y un sol reflejado en la arena que enceguecía.

Allí quedamos. Solos, sedientos, en un desierto que parecía no tener fin.

domingo, 10 de octubre de 2010

Ardo gorria bat

Llueve. Llueve mucho y yo estoy acá,

sequito, de este lado de la ventana.

En la calle las gotas suben

y llegan casi casi hasta el piso.

Caigo en gotas

y me doy contra el techo.

No puedo dormir y estoy acá,

pensando,

repiqueteando mi frente como garúa,

como esas gotas de dudas,

que percuten en el techo.

Es que estoy solo acá.

Escondido tras mis padres y mis amigos;

la concha de la madre. Solo.

Solo y con un miedo que derrite.

Mierda,

hoy es una de esas noches

en las que el vino me ilumina

y me doy cuenta:

la vida está demasiado difícil para tener que vivirla de a uno.


Y ya que escuchaba este tema mientras escribía...

lunes, 4 de octubre de 2010

A falta de Parasueños

¡Llueven sueños carajo!
¡Y qué pesados son!
Caen sin aviso,
y suenan al caer.

Acá me veo yo,
mirando la sombra
que se forma en el suelo
antes de cada chaparrón.

Ensayos, evasiones,
esquives, amagues;
pero esos sueños de plomo
esos malditos sueños de titanio,

algún día me van a aplastar.





A los sueños, por mucho que se despierte, es imposible escaparles del todo.

domingo, 3 de octubre de 2010

Por fuera

Tus padres engendraron el mejor verso;

luego, lo que sucedió

-y lo que no sucedió-

vino a alejarte de mi poema.

viernes, 1 de octubre de 2010

Tetas y charlas interesantes (valga la redundancia)

-¡Señor! Mis tetas están más abajo.

-¡Oh! Disculpe señorita que no le mire a las tetas, es que estaba prestando atención a lo que usted decía.

Había una vez una mujer con unas tetas hermosas, medianamente grandotas, levantadas y bamboleantes; harta de no ser escuchada con atención por sus interlocutores –que se dedicaban a mirarle las tetotas- resolvió instruirse y transformarse en una mujer de charla interesante, al punto de desplazar, en la medida de lo posible, las miradas desde sus tetas hacia su cara. Después de un tiempo tuvo éxito y se transformó en una mujer hermosa e inteligente.

Señorita, nótese que:

la adquisición de una charla interesante aumenta su belleza.

Había varias veces una mujer sin unas tetas hermosas, ni medianamente grandotas, ni levantadas ni mucho menos bamboleantes, que harta de no ser mirada a las tetas decidió suspender todo tipo de charla interesante, para desplazar las miradas desde su cara a sus tetas. Velozmente tuvo éxito en su empresa y se transformó en una mujer fea y estúpida.

Señorita, nótese entonces que:

la ausencia de una charla interesante no aumentará la exuberancia de su busto.