Y ahora parece que los tipos son una mierda, todos traicioneros, todos mentirosos, todos adúlteros.
Y ahora parece que todos actúan un papel, que sus vidas son especiales, llenas de vicisitudes, de alegrías contundentes y de depresiones estrepitosas.
Y ahora parece que todos están tristes, sufriendo por amor, con el dorso de la mano apoyado en la frente y los ojos cerrados, levantando el mentón.
Y ahora parece que hay que llorar y avisarle al resto; y que se sufre siempre y cuando alguien lo vea, en la red social, o en el mundo de veras.
Y ahora parece que las mujeres son todas manipuladoras, sutiles y crueles, como las malas de las telenovelas.
Y ahora parece que hay que matarlos a todos, porque todo indigna, todo ofende, todo lastima.
Y ahora parece que a los 16 años se debe obrar como a los 30, y a los 30 como a los 16; porque todo es todo, y nada es nada.
Y ahora parece que la vida pierde su realismo; parece que la realidad es creíble siempre y cuando imite –con mayor o menor éxito- a la realidad de la ficción guionada.
Y ahora parece entonces que se ama como en la tele, se corteja como en la tele, se teme como en la tele, se reacciona como en la tele.
Y ahora parece que es todo como una novela. Los prejuicios son de telenovela, las expectativas son de telenovela, la nostalgia es de telenovela, la esperanza es de telenovela. Todo sobreactuado.
Yo apagué la tele hace unos años. Jamás sospeché que su programación me rodease, incluso con el televisor apagado.