A propósito del uso de groserías debo confesarme, sin orgullo, demasiado inglés Victoriano; vergonzosamente apolíneo. Rara vez digo “malas palabras”. Será quizá un residuo inconciente de mis días en la escuela católica. Vaya a saber uno.
Cuando insulto, así esté solo en el lugar, lo hago bajando el tono de voz abruptamente.
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