Randall estaba sentado en una de las sillas rojas de plástico, con los antebrazos apoyados en la mesita de plástico, con todos los cubos rubick desparramados.
-¡Randall! ¡Tiraste todos los cubos al piso! – exclamó Randall.
-No, Randall, todos no. Algunos están aun arriba de la mesa- replicó Randall. Randall lo miró con una mirada temible. Pero Randall no le temió, y le dijo precisamente eso:
-Randall, yo no te temo.
-No se trata de temer- interrumpió Randall desde el otro extremo de la sala. –Se trata de respetar y de respetarnos.
Randall, que abría la puerta de la enfermería y entraba a la sala, se sorprendió de la imagen con la que se encontró.
-Randall…-dijo con tono de madre fastidiada con las travesuras de un hijo.
-Qué- replicó Randall, desafiante.
-¿Qué, qué? – le respondió Randall, con tono de buscapleitos.
-¡Una mosca!- exclamó Randall, señalándole a Randall la ubicación del insecto en cuestión.
-No hay tal mosca, Randall; es una avispa. Dejame que la mato.
-¡Por dios no! – gritó Horacio, entrando súbitamente a la sala.
Randall lo miró.
-Perdón. Claramente estoy sobrando acá- dijo Horacio, y se fue por donde vino.