Me acuerdo hace unos años cuando volvía al barrio con un compañero de clase –era una de esas relaciones en las que no hay muchos temas de conversación pero tampoco se puede caminar en silencio durante mucho rato- conversando sobre las virtudes físicas de una compañera. Más que nada, quien hablaba era él; no me acuerdo si la compañera de clase era linda o no, ni cuán linda en caso que lo fuera, pero si yo no estaba entusiasmado es posible que no estuviera tan buena.
El muchacho notó mi falta de entusiasmo. Primero, como se nos ha enseñado de pequeños a los varones, dudó de mi orientación sexual y se mostró defraudado. Luego, cuando le dije –supongo- “pero no me gusta tanto” es que se vino la frase gloriosa, la frase que durante unos años se me había olvidado: el que elige no coge
Hace unos días la recordé, de la nada. Y me sigue causando el mismo rechazo; no sé si es por la cadencia del sonido “ge” en la oración, o por su significado, que viene a ser algo así como “soy un hombre, por lo tanto no puedo discernir entre lo lindo y lo feo, porque, de poder hacerlo, dejaría de ser considerado hombre y pasaría a ser visto como un puto, un débil, un gil; ganas de coger es la única respuesta que se puede tener ante una mujer que nos cruzamos, sea linda o fea.”
La frase la recordé, justamente, porque pensé en algo que se me debió ocurrir antes: ¿qué pensará la novia/esposa del muchacho hoy hombre adulto que me dijo esa frase? No creo que le guste saber que su pareja está con ella, no por decisión propia basada en sus atributos como mujer, sino por el simple hecho de haberse cruzado en la vida y tal vez porque ella manifestó algún tipo de interés.
Debe ser muy gratificante que te digan “no sé si sos tan linda, pero fuiste lo que me tocó, y no voy a andar eligiendo”