Ramiro se despertó abruptamente. Se sentó en la cama y sin pensar ya estaba parado buscando las pantuflas con su pie derecho. Se calzó y caminó- arrastrando los pies- hacia el baño. No quiso mirarse en el espejo porque nunca le gustó su cara de recién levantado, y había aprendido que empezar su día con baja autoestima resultaba en complicaciones y malos humores posteriores. Se enjuagó la cara rápidamente y se secó con la toalla de mano. Ya menos dormido, pero aun no totalmente despierto, llegó a la cocina. Se hizo un café y lo acompañó con galletitas de chocolate. Una vez desayunado y despierto, se cambió de ropa para irse a trabajar; optó por bañarse a la vuelta. Mientras agarraba su mochila y sus llaves, el teléfono sonó. Ramiro consultó la hora y vio que ya era demasiado tarde; decidió no atender el teléfono y salir rápidamente a la parada. El ómnibus pasaba en dos minutos, así que abrió la puerta y salió.
Ramiro se despertó abruptamente. Demoró sin embargo cinco minutos en incorporarse en la cama. Sin pensar demasiado ya estaba parado buscando las pantuflas con su pie derecho. Se calzó y caminó lentamente hacia el baño. Al mirarse en el espejo se encontró su primer cana; sonrió, complacido, y pensó “la genética no me traiciona, tengo canas de joven, igual que mi viejo”. Después de inspeccionarse el pelo un buen rato, se lavó la cara y las manos, y fue a desayunar en la cocina. Se preparó el habitual té acompañado de galletas con queso de untar y desayunó lentamente, en absoluto silencio. Una vez terminado el desayuno consultó la hora y decidió bañarse a la vuelta; se vistió con la ropa de trabajo y mientras salía hacia la parada (un poco apurado porque sabía que el ómnibus estaba por pasar) se dio cuenta que había olvidado las llaves. Volvió sobre sus pasos y las agarró. Mientras regresaba a la puerta para salir, sonó el teléfono; era su madre, Nora. Mientras hablaba con ella – más bien mientras la oía hablar- consultó la hora y aceptó la idea de que una vez más llegaría tarde a trabajar. Minutos después, cuando terminó la conversación, colgó y caminó hacia la puerta del frente. Abrió la puerta y salió.
Ramiro despertó con la extraña sensación de que había olvidado algo. Y tenía razón: había olvidado levantarse temprano para ir a trabajar. Sin embargo, aun estaba a tiempo de tomar el ómnibus, si se apuraba. No le agradaba demasiado la idea de no desayunar, pero no veía otra alternativa. Ni siquiera fue al baño, ni se lavó la cara; agarró las cosas del trabajo, las metió en la mochila, se vistió como pudo y – a pesar de que sonó el teléfono justo cuando ponía la llave- abrió la puerta y salió.
Ramiro se levantó en hora como todas las mañanas. Se incorporó en la cama, y luego se dejó caer. Estuvo incorporándose y dejándose caer durante cinco minutos. En un momento se convenció de que era hora de levantarse y lo hizo. Se vistió y se puso los championes para ir al baño. Una vez dentro, se lavó las manos y se miró la cara de dormido en el espejo; trató de peinarse pero no pudo, así que desistió. A pesar de que tenía suficiente tiempo como para desayunar jugo de naranja y pan con miel como todos los días, optó por tomar un trago de grapa y comer unos cereales. Luego de bañarse juntó las cosas del trabajo en la mochila y se puso el uniforme. Después de consultar la hora y ver que aun le quedaban veinte minutos para que pasara su ómnibus optó por fumarse un cigarro y mirar un poco de televisión. Mientras miraba tele sonó el teléfono; era Nora, su madre. No conversaron demasiado porque rápidamente se quedaron sin tema, y Ramiro decidió que era una buena idea irse a trabajar. Agarró la mochila, las llaves, abrió la puerta y salió.
Ramiro despertó con el sonido de la alarma de su celular. De muy mal humor buscó sus pantuflas desde arriba de la cama, balanceando los brazos, arrastrando las manos por el suelo. Frustrado por no poder encontrarlas (y por haber tirado sin querer una botella de grapa que tenía al costado de la cama) caminó descalzo hasta la cocina. Prendió un cigarro y se preparó un café. Decidió no desayunar nada, pero sí bañarse, para ver si el agua caliente le ayudaba a superar el mal momento. Luego de cinco minutos, recompuesto, aprontó las cosas del trabajo, las metió dentro de su mochila y guardó en una bolsa el uniforme que habría de ponerse en el vestuario del trabajo. Mientras buscaba su llave para salir a tomar el ómnibus (que ya estaba por pasar) sonó el teléfono. Era Nora. Ramiro le explicó que ya tenía que irse y su madre le deseó un buen día. Con todo listo, Ramiro salió por la puerta del frente, y un buen día no despertó más, porque no hubo más Ramiro, ni más pantuflas, ni más trabajo, ni más Nora, ni más llaves, ni más nada.
¡Una mañana que son muchas!
ResponderEliminarMe gusta,me gusta
Sigue así, sigue así
SH
Una mañana que son muchas hasta que no son más.
ResponderEliminar¿Sabés qué, SH? Sherlock Holmes (de una serie que si no viste tenés que ver) termina sus mensajes de texto así: SH. Recién me di cuenta.
Sí, dije mensajes de texto. Sí, Sherlock Holmes.
Ah pero para mi era la rutina de Ramiro y no la misma mañana varias veces.
ResponderEliminarla misma mañana es mejor
mierda!
=)
Y un buendía Ramiro cumple 30 años y lo llevan detenido a pesar de que no sabe de qué se lo acusa.
ResponderEliminarEn todo caso, Ramiro nunca sospechó lo que ocurría.
Muy bueno.
Salú
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