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Desde nuestro primer encuentro supe que
Aurelio era un hombre pesimista. Un hombre pesimista, claro, como consecuencia
de su lucidez. Nunca llegó a creer en ningún dios, a pesar de haber hecho
algunos esfuerzos. Recuerdo con cierta nostalgia nuestras conversaciones sobre
religión; yo era un adolescente intelectualmente inquieto, y como tal, un poco
reacio a discutir ideas y muy propenso a ser –verbalmente al menos- un
iconoclasta; Aurelio, en cambio, era ya un hombre, y prefería no insultar las
malas acciones de los representantes de los dioses, sino más bien discutir las
ideas que ellos defendían. Aurelio me contaba, como quien comparte un
descubrimiento con un compañero y no tanto como un tutor que enseña, que su
opinión sobre cualquiera de las tres religiones descendientes de las andanzas
de Abraham –entiéndase, Judaísmo, Islam y Cristianismo- contaban historias
demasiado humanas, demasiado infantiles, y acaso también perversas, como para
ser “divinas”.
Aurelio consideraba autocomplaciente, y
demasiado humana, la idea de que hay vida después de la muerte. Dejo constancia
de un párrafo extraído de un mail suyo al respecto:
“Te
morís, sí; se mueren tus seres queridos, sí; pero si te portás bien y
ellos también, se van a poder encontrar todos en un lugar hermoso donde van a
poder vivir felices para siempre. A mí que me disculpen: esto me
suena a un invento de alguien muy aterrado por la idea de morirse.[1]
En
cuanto a lo “infantil”, recuerdo que Fagúndez se reía – y a la vez se
indignaba- por la cantidad de ritos y ceremonias fabricadas para asustar o asombrar niños: golpearse la cabeza
suavemente contra un muro, postrarse e incorporarse una y otra vez,
coreográficamente, o comer –sin masticar- un circulito de pan finito y tomar un
mísero buchecito de vino. Esos rituales le parecían ridículos, circenses.
Pero lo que más lo indignaba era el factor perverso de esas religiones. Me
escribió así, al respecto de este tema:
En
la religión cristiana, por ejemplo, cuando te dicen que si te portás mal te vas
a ir al infierno, te están diciendo que no solo te morís sino que vas a sufrir
para siempre; y cuando te hablan de portarse bien, se refieren –y lo dicen
explícitamente- a obedecer a la autoridad familiar, religiosa, y en última
instancia, al dios. Eso me suena demasiado perverso, me suena a un cuento
fabricado a conveniencia de algún poderoso, y por lo tanto, demasiado humano,
demasiado político.
Sabe de que me di cuenta, Caraballo Hook? Aurelio aparece en su libro Abacos. Si me di cuenta recien ahora,ta, pero para mi fueu todo un descubrimiento
ResponderEliminarLindo todo esto como siempre. Siga asi, siga asi
SH
Aurelio sabe
ResponderEliminarTxus
SH...Varias cosas. Me asusta que me empieces a tratar de usted. Aurelio aparece apenitas en un cuento, medio escondido. Me alegra que lo hayas visto.Y,y,y,y, gracias por el elogio y seguro habrá más. No muuucho más, pero aaaaalgo más.
ResponderEliminarTxus...Aurelio sabía.
Insisto: me gusta la serie.
ResponderEliminarAñado : estoy leyendo La ciudad.
Agradezco tu insistencia y me alegra tu añadidura. Ese fue, por cierto, mi primer libro de Levrero.
ResponderEliminarAdmitidamente Kafkeano. Esa fue mi puerta de entrada.
¡Salud!
¿Aurelio creía entonces que un ateo no debería tener miedo a la muerte? Porque he visto a algunos cagados en las patas, lo que me lleva a pensar que la relación religión/miedo a la muerte es un poco simple. Por otra parte, los creyentes parecen temer a casi todo. Yo qué sé.
ResponderEliminarSigo con interés la biografía.
Saludos.
Para Aurelio temerle a la muerte no era opcional, y desconfiaba mucho de aquellos que decían no temerle. Aurelio celebraba temerle a la muerte y decirlo, no tanto crear leyes y fantasías perversas para sublimar.
ResponderEliminarTodo esto son palabras mías, claro. Aurelio jamás hubiese dicho "sublimar".