Iba
pensando en que las huellas
te
llevan siempre para atrás.
No
me animaba a girar la cabeza
y
al retrovisor allá adelante
no
alcanzaba a mirar.
No
pude ver si nos seguías o no.
Ni
tan importante era.
Paró
de llover y yo paré de pensar;
le
dije al tachero “cóbrese”
y
le di todo lo que tenía.
Ya
no llovía
y
yo sólo quería sentir
el
olor a la lluvia que se había ido.
Caminé
por el costado de la ruta,
crucé
el puente,
algunas
cabezas se asomaban
y
miraban, curiosas.
Llegué
al pueblo de nuestra infancia,
pero
no estaban las mismas casas,
no
vi a la misma gente
ni
los mismos árboles,
y,
por supuesto, no estabas vos.
Ahí
opté por pensar
que
el pasado y el futuro
a
lo mejor se juntan
en
algún lugar.
Y
pensé, emprendiendo la vuelta,
que
el regreso
es
el acto humano más rebelde,
pero
aun así
es
uno de los más inútiles.
Volví
al pueblo.
Ya
no había nada para mí.