Que
no me podés entregar
un
corazón apagado,
y
que si falla el del costado
no
hay nada que conversar,
lo
sabe tanto don Alfredo,
como
bien claro lo tengo yo.
Pero
es que el Otoño
se
me trepa por la espalda
y
me susurra al oído
algún
que otro crujir de hojas lindas,
resecas,
de
las que se aplastan al caminar.
Y
sobre todo me susurra,
en
los silencios,
en
mis miradas perdidas,
en
los recesos de la evasión,
que
por acá, alguna vez, estuviste vos.
Y
yo nunca fui bueno soltando la mano
a
lo que ya no está.