Le
gustaba el azar. Siempre cargaba un dado y de vez en cuando lo tiraba por ahí,
esperando que saliera un cuatro.
Le
interesaba el infinito, los mapas del mundo a escala real, que deberían
contener un mapa a escala real que contendría un mapa a escala real que
contendría un mapa a escala real, y así; le interesaban los laberintos y le
tenía terror a los espejos. Y para peor, él, no era Borges.
Pero
igual se dio cuenta de la verdad: un buen día notó que los espejos no reflejaban
nuestras imágenes de un modo exacto, que había pequeñas diferencias,
insignificantes casi, pero aterradoras mucho. Y también él, desde luego, descubrió
más tarde que en ello no había nada de especial, sino que simplemente,
simplemente, vivimos una vida entera con espejos que reflejan imágenes falsas,
hasta el día de hoy, cuando realmente nos vemos.
Hoy,
por cierto, es nuestro último día.