Hora: 18:45
Locación: Cno. Edison, barrio Peñarol
La perplejidad aumenta a medida que veo desde el anonimato de mi ventana un embotellamiento. De humildes proporciones, pero embotellamiento al fin. Es la primera vez que logro ver un espectáculo como este en mi propio barrio. La última vez que vi algo semejante a un embotellamiento fue en la feria, cuando los carritos de dos señoras que fácilmente superaban los setenta años se entrecruzaron de un modo tal que fue imposible separarlos, como si de una pareja de perritos alzados dando rienda suelta a su lujuria se tratase; y eso sucedió allá por el año 1998, probablemente la última vez que me desperté antes del mediodía un domingo.
El asunto del embotellamiento, para ser honesto, no parece muy complicado. Desde fuera de la situación, puedo decir que lo mejor que deberían hacer los implicados, es muy simple: primero, dejar de gritar, insultarse y tocar bocinazos. Segundo, el señor que maneja la camioneta blanca debería retroceder un poco, apenas eh, solo un poquito, para que de ese modo la señora del autito rojo pueda, si hace caso a mi primer consejo y deja de gritar, pasar entre el ómnibus parado y la moto del muchacho que no usa casco porque seguramente ha estado preparando su gelatinoso cabello durante horas frente al espejo para, por lo menos, morirse coqueto.
Una vez concretada la maniobra, la señora del autito rojo, que no ha dejado de gritar consignas totalmente inútiles como “¿dónde se ha visto?” o “esto no puede ser”, debería hacerse a un lado y permitir el paso de la moto y la camioneta blanca. Eso solucionaría el asunto, y el silencio regresaría. Con él, de seguro, venga la normalidad.
Que vuelvan las bocinas.
el problema, creo, radica en la imposibilidad de seguir el paso uno. Ese es el problema. Igual me alegro por vos, porque acá en Galiza los embotellamientos son bastante feos, en especial cuando te obligan a meterte en una botella de medio litro. Es bastante incómodo.
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