El cielo está gris. Hay un ambiente opresivo que me incomoda, que me produce desconfianza. Por momentos parece que todo fuese un relato de Kafka.
Siento que la gente me mira raro hoy, como si yo fuese alguien ajeno; tal vez puedan notar, de algún modo, que algo cambió. Que hoy salí más decidido. Que en cierto modo no soy el mismo.
Sí, es cierto, me tomó por sorpresa el aspecto del mundo hoy; pero no por eso me olvido de lo que quiero, y cuánto lo quiero.
Unas cuadras después del shock inicial me siento más calmo, mejora mi respiración antes afectada por la presión del ambiente; la sensación opresiva continúa, pero parece que me adapto a medida que pasa el tiempo. Camino y camino. A veces, intercalo cortas carreras. La gente me mira, y para no ser menos, yo los miro a ellos. Me paro, de golpe, y me quedo mirando a un grupo de tres personas que camina por la calle. Yo subo a la vereda, continuando la caminata, pero los sigo mirando fijo. Los veo y los examino. Ahora ya no me miran más. Pero yo los sigo mirando fijamente, y no desisto en ningún momento, ni siquiera después de darme de lleno contra un árbol. A la hora de mirar a alguien, soy incorruptible.
Después de los primeros mareos luego del golpe, y de la extraña sensación de haber perdido el conocimiento durante unos segundos, retomo la caminata.
La calle sigue oscura, y la visión es demasiado opaca; sin embargo, alcanzo a ver el puesto allá a lo lejos. A medida que me acerco veo que el dueño de la florería está cerrando. Está levantando todos los canastos con tanta prisa que me veo en la necesidad de apurarme y llegar hasta él.
-Me agarra cerrando, mi amigo- Dice el vendedor, al verme llegar impetuosamente.
-¿Ya cierra?- Le pregunté, mientras recuperaba el aire.
-Es que…se viene la lluvia- Me dice, señalando el cielo con su mentón.
Al ver que no deja de guardar los canastos, me apresuro a decirle lo que vine a decirle.
- Vengo a buscar una flor. Es una flor en particular- No me deja terminar la oración, diciendo:
-Ya no tengo flores. Se viene la lluvia, ¿no ve? – Dice, repitiendo el gesto con su mentón.
-Pero yo necesito esa flor.- Debo de haber sido muy expresivo con mi cara, porque el vendedor de la florería dejó de amontonar los canastos vacíos, y mirándome a los ojos, me dijo:
-Lo lamento pibe. Se acaban de llevar la última de las flores que tenía.-
-¿Llegué tarde, no?- Pregunté, agachando la cabeza, desconcertado.
-Sí- Dijo el señor de la florería, mientras continuaba juntando el resto de los canastos y la mesa plegable.
En efecto, todos los canastos estaban vacíos.
No tuve tiempo de decir nada más, porque el hombre se desentendió de la situación.
- Voy a volver mañana- Alcancé a decir, pero no sé si me escuchó.
Ahora mejor me vuelvo a casa, antes que se largue a llover.
Mmmmm.....
ResponderEliminarMirá que sos terco loco...
terco terco.
Es admirable tu insistencia Darío.
Y te aclaro que sé de qué se trata el asunto. Hoy me levanté perspicaz.*
*No estoy seguro si "perspicaz" se escribe así realmente. Voy a revisar, voy.
Me gustó pila. Me emocionó. No sé qué botón tocaste adentro mío que un aparentemente inocente cuentito sobre caminatas y flores me conmovió. Yo volveré mañana, también, si se me permite.
ResponderEliminarHay algo que decía levrero, que puede venir al caso. Según él- y lo digo con mis palabras porque las suyas no las recuerdo textuales- a través de la literatura, las almas del escritor y la del lector entran en una especie de comunicación de características telepáticas (o que al fin y al cabo, había una transmisión directa entre el alma del escritor y del o la lectora).
ResponderEliminarMe alegra que te haya conmovido este cuentito sobre caminatas y flores, que a mí también me emociona, al volver a leerlo.
Tal vez no nos veamos mañana, al regresar a la florería, porque seguramente no estemos buscando lo mismo. Pero espero que tengas todas las suertes posibles.