Me dijo que a mí me gustan las mujeres que no me quieren ni me van a querer, porque soy masoquista y siento placer en el dolor; que me boicoteo, y que eso es por no sé qué de la sobreprotección maternal durante un estadio crítico de la infancia. No entendí mucho; por suerte mi madre entró al consultorio y espantó a la psicóloga a escobazos.
lunes, 28 de febrero de 2011
lunes, 21 de febrero de 2011
Papergirl
Era temprano a la mañana. Estaba un poco frío, pero el sol templaba el día y la niña no estaba dispuesta a permitir que una brisita fresca y un pronóstico del tiempo desfavorable a sus intereses la viniese a privar de arrancar el día con una sonrisa. Se puso una camperita, agarró la bici -cuya bocinita probó antes de montarse; el "clin clin" que produjo la dejó satisfecha-, se colgó la mochila con sus implementos de trabajo al hombro, y se largó a pedalear.
Iba con el torso erguido, recto, agarrada del manillar con las manos bien estiradas; tenía su ceja derecha arqueada, el mentón apenas levantado y sus ojos alternaban miradas hacia la izquierda y la derecha, con el orgullo del primer día de trabajo. Los temores arcaicos de perros agresivos ensañados con los bicirepartidores como ella no afectaban su orgullo ni su lenguaje corporal. El primer mundo y la posmodernidad, ya no tan arcaicos, sino más bien actuales, afectaban un poco el acto mismo de lanzar el periódico; ella imaginaba que sacar los periódicos de la mochila y lanzarlos sería tan divertido como el trabajo que de hecho tenía que hacer. Ya nadie lee en papel; sacar pequeñas notebooks de la mochila para tirarlas al buzondenotebooksparaleerdiarios de cada hogar no es lo mismo que enrollar un diario con olor a tinta y tirarlo con toda la fuerza, sin dejar de pedalear. Pero es el primer mundo, y todo es digital, todo es nuevo, todo cambia.
-Hay que adaptarse- pensaba ella, mientras sacaba otra notebook y la tiraba a una casa sin buzondenotebooksparaleerdiarios- ; al menos es divertido ver como estos aparatitos negros se abollan al caer.
jueves, 10 de febrero de 2011
Falacia para silenciar moralistas
¡Qué linda!
-¡Ay! ¡Pero es muy chica! ¡Debe tener dieciséis!
-¿Y? Yo solo dije que era linda, nada más; si hubiese dicho “qué fea” vos no me hubieses dicho que era chica ¿no? ¿No ves que edad y belleza son variables independientes?
martes, 1 de febrero de 2011
Del campito a los colores
Había demasiada luz solar para mi gusto, pero el calor era aun soportable; la primavera recién comenzaba. Estaba en la parada, esperando el 582 para ir a trabajar. A unos pocos metros había una hermosa muchacha de mi barrio. Le hablé y me habló. Podría decirse que entablamos una conversación, aunque las preguntas siempre las hacía yo, y las respuestas, amables y no monosilábicas como sucede con otras mujeres lindas, provenían de ella. Logré atraer su atención en algún momento promediando la charla porque recuerdo que alguna pregunta me hizo. Tal vez fue solo cortesía y no interés real, pero en cualquiera de los dos casos la conversación se vio favorecida.
Llegó el ómnibus y ella también se lo tomó. La charla duró tan solo seis paradas, porque ella se bajó en Sayago, despidiéndose amablemente. Inmediatamente después comencé a buscar mi mp4, para continuar un viaje en soledad cuando –ahora lo lamento-divisé a un muchacho conocido, en el fondo del ómnibus. Se me acercó y me saludó efusivamente. Jugábamos juntos al fútbol cuando éramos chicos; de hecho, éramos rivales casi siempre.
Luego de responder cosas como “¿en qué andás?” o “¿qué es de tu vida?” y oír sus respuestas a las mismas interrogantes, sucedió lo que me impulsó a escribir éstas líneas: el descubrimiento.
-Venías hablando con una botija- me comentó, con un desagradable tono cómplice.
-Sí. ¿Es linda, viste?- dije yo, casi disculpándome por la obviedad de mi respuesta. Sin embargo:
-Sí, yo que sé. Para mí es demasiado gordita. Y demasiado negrita para mi gusto.
Pocas cosas me han dado tanto asco como la cara que puso cuando dijo eso. En ese momento fue cuando descubrí que aquel grandulón y torpe defensa que me marcaba en el campito se había transformado en un racista arrogante. Y no me gustó descubrirlo.
-A mí me gusta. Pero decime: ¿qué es ser “demasiado negrita”?- le pregunté. Como no me respondió enseguida (o tal vez con mi apresuramiento no le di tiempo de hacerlo) , agregué:
-¿Hay grados de negréz? ¿Cuándo deja de ser “demasiado negrita” para ser “aceptablemente negrita”?
Naturalmente me dijo que no era racista, que no era tan así. Yo la verdad que no sé, pero me bajé de ese ómnibus y caminé al trabajo con una tristeza de esas que te hacen arrastrar los pies y dejar los brazos caídos. Descubrir que alguien que uno sospecha parte de un pasado inofensivo termina formando parte de un presente ofensivo, no está bueno. Mucho menos si encima cuestiona mis gustos.
Nota: No he vuelto a conversar con la muchacha en cuestión. Hemos cruzado algún “holacomuandás” de esos que se sueltan sin dejar de caminar, y pude notar que sigue siendo igual de linda, gordita y negra. Al señorito desagradable no lo he vuelto a ver. Tampoco a su paleta de colores.