Este es un cuento-versión libre de Martina Gadea descubre un nuevo continente, tema de Comunismo Internacional.
*
Eran las seis de la mañana. Martina Gadea se
levantó con mucha energía. Se tomó muy en serio los consejos del técnico de su
equipo: “Martina, sos un negro de 2
metros 10 y no sabés hacer ni una cortina; no sabés tirar libres tampoco ¿Qué
esperás para levantarte temprano a practicar?”
Martina Gadea, siendo un hombre tan temperamental,
en un principio se tomó a mal el consejo del técnico. Llegó a su casa con un
fastidio poco común. Su esposa lo vio, pero se quedó callada; no quería que
nuevamente le pusiera una mano encima. A la esposa de Martina Gadea no le
gustaba que le pusiera manos encima. El negro Gadea acostumbraba colocarle
manos encima a su esposa cuando volvía un poco entonado de alguna fiesta con
los jugadores de Olivol. Manos que le cortaba a cadáveres a los que ilegalmente
tenía acceso invadiendo tumbas del Cementerio Central por las noches,
sosteniendo una linterna con su boca y cortando manitos con una trincheta. En
general eran manos olorosas o en mal estado, además de frías. No me consta que
esta sea la razón por la que su esposa sentía tanto rechazo, pero es probable.
Esta vez, en cambio, Martina Gadea no le puso
ninguna mano encima a su esposa. Simplemente se fue al baño, refunfuñando. En
un momento, estando ya bajo la ducha gritó y se sacó la bronca con el
entrenador pegándoles una piña a los azulejos del baño. Rajó uno.
Su esposa le preparó la cena, él lavó los
platos, sacrificaron a la cabra y se fueron a dormir como todas las noches,
pero en absoluto silencio.
Tres horas antes de lo habitual, el
basquetbolista Martina Gadea se despertó, como dije antes, enérgico.
Trató de levantarse haciendo el menor ruido
posible. Se preparó un licuado de frutas, yema de huevo y leche. Luego, el
trago habitual de grapa. Corrió la cortina de la ventana para tratar de
adivinar cómo estaría el resto del día y decidir su vestimenta. Fue canguro y
pantalón largo, finalmente. Aparentaba que iba a ser un día soleado pero frío.
Con la pelota bajo el brazo, sin picarla en el
pasillo para no despertar a los vecinos, salió rumbo a la cancha abierta de la
plaza. A seis cuadras de la cancha no aguantó más de la ansiedad y se largó a
correr. Tanto era su entusiasmo que cuando llegó dio unas vueltas alrededor de
la cancha para tranquilizarse un poco.
Una vez satisfecho con las corridas, Martina Gadea
se paró en la línea de libres y comenzó a tirar. Hasta el momento, su
porcentaje en la liga era bajísimo. Su altura lo hacía vital para el equipo, pero
al jugar de cinco y estar -también por su estatura- bajo sospecha de ser mal
tirador de libres, los rivales siempre le hacían faltas, para probarlo. Bastaba
verlo tirar dos veces para darse cuenta que cortarlo a él era la manera más
fácil de ganar los partidos. Trece antideportivos y dos expulsiones fueron las
sanciones que sufrió el negro Martina en lo que iba de la temporada. La
frustración se transformaba en violencia y Martina “El Chengue” Gadea, como le
llamaban los hinchas más ingeniosos, canalizaba su frustración con violencia.
Tiró el primer libre y erró. Caminó unos pasos
para recoger la pelota y volver a tirar. Erró. Erró las primeras 17 veces. La
siguiente, que suele ser la 18 (y bien que lo fue), también falló. Martina
Gadea gritó de bronca. Un testigo que no supiera el contexto de la imagen la
interpretaría como el grito de guerra de un guerrero Persa enfurecido.
Agarró la pelota con fuerza y le dio un golpe
con ambas palmas de la mano. Casi la revienta como se revienta un globo. La
picó con bronca, tres veces, y tiró. La pelota dio con fuerza en el trablero y
picó detrás de él, superando su posición, en la mitad de la cancha. Picó una
vez, dos, tres, y no picó más. Martina Gadea suspendió su furia y la cambió por
sorpresa. La pelota debió seguir picando hasta irse a la calle, pero no
ocurrió. Algo la detuvo. Cuando Martina Gadea se dio vuelta, se encontró con
que la pelota era sostenida por un ser, aparentemente femenino, de contorno
sinuoso y con algunas protuberancias que le llamaron la atención al moreno.
-Mis ojos están acá arriba –dijo quien sostenía
la pelota, con sonrisa cínica-; mis ojos están justo arriba de mi cadena
montañosa, donde usted tiene clavada la mirada, señor.
-Le pido mil disculpas, señorita…
-Soy un continente macho; me identifico como un
señor. Así que le ruego se refiera a mí como señor Continente.
-Le pido mil disculpas, dijo Martina Gadea,
tratando de no mirarle la pulposa cadena montañosa ni la frondosa selva que
surgía debajo del volcán que separaba las cordilleras que le servían como
piernas.
-Entiendo que esta pelota es suya- dijo el
continente, con tono picaresco-; ¿el señor es basquetbolista?
-Sí. Me llamo Martina Gadea. Juego al
básquetbol. Soy el cinco de Olivol mundial.
-El señor juega de pivot y quiere practicar
libres- dijo el continente.
-¿El señor a qué se dedica? ¿Cómo se llama?
-A vivir. Soy un indómito continente que aún no
ha sido descubierto. Ni nombrado. Soy –dijo, frunciendo sus pequeños riachuelos
en actitud socarrona- virgen en todos los sentidos.
Martina Gadea se ruborizó como nunca antes. El nuevo
continente le devolvió la pelota y se lamió el estuario con sensualidad de
película erótica de bajo presupuesto. Luego, agregó: me doy por descubierto,
señor Martina Gadea. Nómbreme. Nómbreme todo. Póngame su nombre si quiere.
Póngame un nombre que desee. Que seguro es largo y fuerte como..
-No- interrumpió Martina Gadea- dese por
descubierto, pero yo soy casado. No voy a ponerle nada.
Y, para pena de quien narra, dio media vuelta y
se volvió al hogar sin una mejoría visible desde la línea de libres pero con la
satisfacción de haber descubierto un nuevo continente y de saberse deseado.
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