Era de noche y el anuncio de la muerte del Tío Bebe era inminente. Mi abuela
caminaba de un lado al otro del comedor; mi abuelo la acompañaba y yo los
miraba. Poco a poco me sentía más nervioso; era como si mi abuela contagiara su
ansiedad a mi abuelo y a mí. Recuerdo que ella ya sabía que la muerte del Tío Bebe -su hermano, a quien yo llamo Tío Bebe porque así le llamaron siempre
los demás; hasta el día de hoy lo continúan haciendo- era inminente.
No recuerdo la causa de su muerte. Recuerdo que era alcohólico,
entre otras cosas, así que supongo que iba por ahí la cosa.
Mi abuela caminaba
desde la puerta de entrada hasta la puerta de la cocina, esperando a que
llamaran o vinieran a avisarle que su hermano finalmente había muerto. Era como
si lo esperara. No sé si es que lo deseaba, pero sí que lo esperaba con ansias.
Como si la noticia significara una especie de alivio. En un momento, cuando ya
los nervios de ella pasaron a ser míos también, empecé a caminar haciendo el
mismo recorrido que ella. En un momento vi una figura a través de la ventana de
vidrio de la puerta del frente. Esa puerta tenía un vidrio extraño, que por su constitución
barroca deformaba las imágenes. Las hacía borrosas y les cambiaba la forma. Esa
imagen que vi era la de un hombre canoso que caminaba a paso lento, con mucha
dificultad. Se parecía al Tío Bebe.
Él debía estar muriendo, lejos, no caminando frente a mi casa. Caminó hasta
casi el frente de la casa, dio media vuelta sobre sus pasos y se fue. Luego, no
recuerdo de qué manera, le avisaron a mi abuela que el Tío Bebe había muerto.
Olvidé todo lo demás que ocurrió. Nada más recuerdo que, motivado por las
supersticiones que me habían obligado a aprender en la escuela las monjas, me
parecía indudable que esa imagen que había visto era el espíritu del Tío Bebe
que intentaba avisarle a la abuela que estaba muerto pero que, supuse yo, por
falta de fuerzas, o por arrepentimiento, no lo hizo. Dio media vuelta y se
alejó caminando con la misma dificultad.
Tiempo después supe que ese era El Maraca. Pocos días después
y a la misma hora vi, a través del mismo vidrio, una imagen similar a la que
había visto aquel día y salí rápido al frente. Era El Maraca. Un señor que
recuerdo de mi infancia por cuatro cosas:
1) Verlo borracho
2) Verlo borracho gritando “Peñarol Peñarol”
3) Verlo borracho gritando“Volonté Volonté” (siempre gritaba
de a pares)
4) Verlo borracho acarreando con un carro cajones de plástico
repletos de envases de vidrio.
El parecido del Maraca con el Tío Bebe no era indiscutible a plena luz del día, pero la noche y
el vidrio de la puerta los asemejaban. Supongo que también habrá influido en mi
precepción el asombro por la conducta de mi abuela ante la inminencia de la
muerte. Me duele no acordarme si mi abuela lloró, si mi abuelo le pasó el brazo
por atrás de la cabeza y la agarró del hombro.
Si hubiese sabido de niño que el olvido y la muerte eran la
misma cosa, estoy seguro que en algún lugar habría anotado todo.
A partir de ahí me di por avisado.
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