Ayer
soñé que te decía cosas,
en
un lugar desconocido,
sentados
en un sillón
que
ni vos ni yo tenemos.
Soñé
que te decía
que
más allá de tu lindura que eriza,
y
de eso que hacés
cuando
te acomodás el pelo,
lo
que más me gusta
es
la carita que ponés,
cuando
a propósito,
te
hago preguntas
difíciles
de contestar.
Soñé
que te confesaba
que
te preguntaba cosas
sólo
para ver tu cara pensativa,
tu
gesto de "esto no lo había pensado",
tus
ojitos brillosos en movimiento,
de
izquierda a derecha,
de
allá para acá.
Pensás
muy lindo, la verdad.
Esto
no te lo dije en el sueño;
te
lo digo ahora:
te
cambio todos los libros de Borges
y
todas las canciones que me gustan
-y
si no te alcanza,
también
los helados de limón
que
podría tomar de acá a que me muera-,
por
un ratito más.
Un
ratito más de vos
con
tu cara de estar pensando.
Para
todo lo demás,
no
sé si me quedará
algo
para ofrecerte.
Mirame.
Y
ya que estamos,
decime
qué te parece:
Si
no existiera
el
dolor ni la muerte
¿existiría
el miedo?
Ojitos
brillosos frenéticos.