lunes, 25 de junio de 2012

Aurelio: apuntes biográficos (6)


6
Retomando el tema de su pesimismo, no necesité demasiado tiempo para darme cuenta que Aurelio no era sólo pesimista, sino también un tipo triste; el verdadero esfuerzo fue descubrir que a pesar de su tristeza, era un tipo muy divertido, y que no había ninguna contradicción en ello. Aurelio fue el hombre más triste que conocí, y sin embargo era gracioso y soltador de carcajadas como el que más. No le costaba mucho largarse a reír cuando encontraba complicidad intelectual en aquel con el que había adquirido antes complicidad afectiva. A continuación utilizaré un recurso horrible, pero apropiado para ilustrar: Aurelio se tomaba el humor como algo muy serio.
 Es que el hombre sabía muy bien lo que le gustaba y lo que no; tenía clara su opinión favorable hacia el vino y hacia “jugar por jugar”, tanto como tenía claro su desagrado por la religión y por la alegría obligatoria. A propósito de esto último, conservo un extracto de su correspondencia:

El optimismo, con su impostación de alegría, es una postura extremista que no me gusta para nada. Hay que ser estúpidos o repugnantemente autocomplacientes para pensar que las cosas van a ir mejor si lo deseamos con mucha fuerza. Las “ondas positivas”, la impostación de alegría y el “al mal tiempo buena cara” son crímenes de lesa humanidad.

Para él, sostengo, la alegría era alegría y la tristeza, tristeza; no había espacio para la impostación. Para él, fingir estados de ánimo, con el propósito que fuese, era degradante. Moralmente degradante.
 Y eso que Aurelio rezongaba un poco cuando se le hablaba de moral.

lunes, 18 de junio de 2012

Aurelio: apuntes biográficos (5)


5
Desde nuestro primer encuentro supe que Aurelio era un hombre pesimista. Un hombre pesimista, claro, como consecuencia de su lucidez. Nunca llegó a creer en ningún dios, a pesar de haber hecho algunos esfuerzos. Recuerdo con cierta nostalgia nuestras conversaciones sobre religión; yo era un adolescente intelectualmente inquieto, y como tal, un poco reacio a discutir ideas y muy propenso a ser –verbalmente al menos- un iconoclasta; Aurelio, en cambio, era ya un hombre, y prefería no insultar las malas acciones de los representantes de los dioses, sino más bien discutir las ideas que ellos defendían. Aurelio me contaba, como quien comparte un descubrimiento con un compañero y no tanto como un tutor que enseña, que su opinión sobre cualquiera de las tres religiones descendientes de las andanzas de Abraham –entiéndase, Judaísmo, Islam y Cristianismo- contaban historias demasiado humanas, demasiado infantiles, y acaso también perversas, como para ser “divinas”.
 Aurelio consideraba autocomplaciente, y demasiado humana, la idea de que hay vida después de la muerte. Dejo constancia de un párrafo extraído de un mail suyo al respecto:

“Te morís, sí; se mueren tus seres queridos, sí; pero si te portás bien y ellos también, se van a poder encontrar todos en un lugar hermoso donde van a poder vivir felices para siempre. A mí que me disculpen: esto me suena a un invento de alguien muy  aterrado por la idea de morirse.[1]

 En cuanto a lo “infantil”, recuerdo que Fagúndez se reía – y a la vez se indignaba- por la cantidad de ritos y ceremonias fabricadas para asustar o asombrar niños: golpearse la cabeza suavemente contra un muro, postrarse e incorporarse una y otra vez, coreográficamente, o comer –sin masticar- un circulito de pan finito y tomar un mísero buchecito de vino. Esos rituales le parecían ridículos, circenses. Pero lo que más lo indignaba era el factor perverso de esas religiones. Me escribió así, al respecto de este tema:

En la religión cristiana, por ejemplo, cuando te dicen que si te portás mal te vas a ir al infierno, te están diciendo que no solo te morís sino que vas a sufrir para siempre; y cuando te hablan de portarse bien, se refieren –y lo dicen explícitamente- a obedecer a la autoridad familiar, religiosa, y en última instancia, al dios. Eso me suena demasiado perverso, me suena a un cuento fabricado a conveniencia de algún poderoso, y por lo tanto, demasiado humano, demasiado político.



[1] El subrayado es de Fagúndez.

domingo, 10 de junio de 2012

Aurelio: apuntes biográficos (4)


4

A lo largo de su vida Aurelio se dedicó profundamente a muchas cosas, y además trabajó haciendo tantas otras. No me propongo enumerarlas aquí; supongo que irán surgiendo a medida que vaya avanzando en la narración.
Viene a mi mente ahora una anécdota que me llegó primero de un vecino, y que luego Aurelio vino a certificar: en una época Aurelio gustaba de vestirse de blandengue y pararse en las cercanías de los monumentos más importantes, porque encontraba placentero imitar su ausencia de movimientos. Una vez, sin embargo, cuando había logrado infiltrarse en la guardia de Blandengues del Palacio Legislativo, prefirió transgredir a imitar; organizó –no supe nunca por cuáles medios- una protesta de los blandengues en forma de coreografía; los blandengues declaraban el cese de sus inactividades durante todo el día y comunicaban –y cumplían- una estricta y constante protesta, bailando. Según Aurelio el espectáculo fue un éxito; la gente se detenía a ver a los blandengues danzantes y éstos, tal vez enfervorizados por la cantidad de gente que los miraba, bailaban con muchas ganas, con la convicción de un artista que encima de un escenario baila frente a una multitud.

domingo, 3 de junio de 2012

Aurelio: apuntes biográficos (3)


3
Más adelante coincidimos en lugares del barrio, en situaciones, en festividades, en rincones silenciosos y alejados, tantas veces que no puedo dar una cifra aproximada.
Forjamos una amistad, no estoy seguro cómo, ni cuándo, como sucede con las verdaderas amistades, y la conservamos hasta que decidió morir.
No nos veíamos muy a menudo. Nuestra relación, una vez comenzada mi juventud, se basó más bien en intercambio de correspondencia o en casuales encuentros sumamente disfrutables. Recuerdo cuando hace un par de años le comenté mi intención de escribir su biografía; recuerdo su carta de respuesta, amistosa y alentadora:

La concha de tu madre Darío; si llegás a escribir una biografía sobre mí te juro que te voy a atormentar por el resto de tus días, hijo de puta.

Saludos a los tuyos, y un abrazo para los muchachos.

Aurelio.
París, Francia.

Con un apoyo tal no podía hacer otra cosa que comenzar a escribir su biografía.

Como decía el final de su correo electrónico, Aurelio se encontraba en ese momento en Francia. No estoy seguro del año.
 Atesoro en mi memoria la razón por la que decidió viajar a ese país, y no a otro: “quiero ir a bañarme a Francia; específicamente, a París”
Durante su niñez Aurelio oyó a un familiar, no recuerdo si un tío o una tía, comentar que los franceses “son muy de no bañarse”, y que camuflan su falta de apego a la higiene con un asiduo uso del perfume. Esa idea lo impulsó a ir “contra la corriente” –una constante en su vida- y se fue a Francia con una mano atrás y la otra sosteniendo la valija.
 En París se dedicó a bañarse en cuanta fuente de agua encontró, horrorizando a turistas japoneses y convocando a su alrededor a lo más selecto de la policía francesa. Recorrió, según me dijo con orgullo, todas las estaciones de policía de la ciudad.
También me envió fotografías sacadas en los alrededores de las zonas más turísticas de París, pero, para mi sorpresa, ninguna contenía imágenes de los lugares, sino de los turistas que las estaban fotografiando en ese mismo momento. Fotos de holandesas hermosas, de japoneses sacando fotos, de más japoneses sacando fotos, de japoneses que mostraban fastidio por ser fotografiados mientras sacaban fotos, de japoneses enojados caminando rumbo a la cámara, y un par de fotografías en negro. Con cierta satisfacción Aurelio me dijo que es cierto el cuento ese de que todos los japoneses saben artes marciales.
Sin embargo, no todo en Francia fue constatación. También hubo violentos ataques de la realidad objetiva contra la France idealizada por Fagúndez. Esa idealización -que partía de sus lecturas de poetas franceses, también de Sartre, de Voltaire y en especial de su gusto por la historia de la Revolución Francesa -era extremadamente fuerte, a tal punto que alcancé a sospechar que fue a Francia por todo eso, y no por el gustito de ir a bañarse en lugares públicos.
Su desazón quedó registrada en un correo que me mandó poco después de aquel en el que me alentaba a escribir su biografía:

París no es lo que esperaba, Darío. No hay mimos en las calles, escasean los pintores de bigote y boina, no se perciben ni la solidaridad ni la fraternidad, no ruedan cabezas de reinas y reyes por las calles; y hay algo más desolador aun: hoy en día no hay reyes que decapitar.
Francia no es la misma.

Aurelio.
París, Francia.