El rinconcito fascista
Ya llega un momento en el que hay que preguntarse si vamos por el buen camino. La inseguridad es algo que seguramente todos sentimos; todos roban, todos nos pueden robar. Alguien debe de estar planeando un robo ahora mismo; alguien debe de estar ejecutando un robo ahora mismo. ¿Y cuál es la solución? Matarlos a todos. No es nada nuevo, es el pensamiento que primero nos llega a la mente cuando alguien se mete con nosotros, o cuando se nos pregunta en la calle, con una cámara apuntando a nuestra cara y con el micrófono del movilero del noticiero central introduciéndose en nuestra boca como pene de cura en boca de infante.
El camino es claro. Es hacia delante. Pero todo vuelve, como dice el dicho (viejo, pero que volvió), de modo que para avanzar no debemos dejar de lado eventos y técnicas del pasado: ¿y qué época más gloriosa que la edad media, en términos de control de comportamientos indeseados? Ninguna. En esa época tenías un gato negro y eras una bruja. Ahora tenés un gato y sos contratista de fútbol que evade impuestos. Ahí, si pensabas distinto, si robabas, te mataban; y nadie se quemaba la cabeza (salvo, claro, los que habían pensado distinto) en reflexionar si eso estaba bien o no, si era “justo” o no. En esa época sabían que las palabras “venganza” y “justicia” eran sinónimos. Vamos para atrás.
Pero no vamos para atrás del modo en que deberíamos ir para atrás. Ya es hora de terminar definitivamente con los robos, terminando con los ladrones. Y lo mejor es la pena de muerte. ¿Pero cuál es el problema que impide que esto que todos queremos se lleve a cabo? El raciocinio. El pensamiento. Es decir: cosas de puto. El pensamiento ya fue; es hora de aplicar la pena de muerte a todo aquel delincuente o potencial delincuente (plancha/negroplancha/negro). Y es mejor hacerlo mientras están vivos, porque después de muertos ya no vamos a poder.
Sin embargo (como todavía no los podemos matar) habrá algunos homosexualistas de izquierda que estén en contra de la pena de muerte y dirán cosas como:
“Matar a un criminal es justicia, pero matar a un feto es asesinato” ¡Pero por supuesto! ¡Los criminales son enfermos sidosos, lateros o planchanegros! ¡Los fetos son embriones de bien, transparentes en su accionar, inoloros, incoloros y obligatorios, como la escuela! No podemos matar el futuro de nuestro país; debemos matar su presente.
Finalmente, una cosa más. Creo conveniente optar por una apertura de cabeza, apostar a la pluriculturalidad: miremos a medio oriente. En Musulmania serán genéticamente inferiores a nosotros, adorarán a un dios que no existe y sostendrán una falsa religión, pero ¡qué buen sistema de justicia tienen, eh! Pocas cosas más eficaces para prevenir el crimen que ver como a un ladrón se le amputa un dedo de la mano. Tal vez lo único más eficaz que eso sea, justamente, la pena de muerte.
Está claro cuál es el camino: cada vez que un criminal cometa un crimen, habrá que matarlo para que la próxima vez que se le cruce por la mente delinquir, no lo haga.