martes, 1 de junio de 2010

Darko Hook no puede dormir (2)

Noche de rebelión


Había sido un día difícil. La nariz no permitía el pasaje del aire, el ómnibus lleno, el día caluroso, los pasajeros inquietos, el mp4 sin batería, el cansancio; todo eso afectaba a Darko. La llegada a su casa, bajo una leve llovizna que lo había empapado, no había ayudado mucho. En otra ocasión, tal vez, esa lluvia hubiese sido celebrada con miradas a las nubes grises, a las hojas de los árboles chorreando agua, a los charcos en las veredas, a la lluvia repiqueteando en la calle o en los techos de las casas de los vecinos; no en un día como el que había tenido. Mientras llegaba a su casa, miraba hacia abajo, veía sus pies y su calzado mojado; ver sus championes de tela mojados, sentirlos más pesados que de costumbre, le daba ganas de toser.

Luego de cenar, ya seco y repuesto, miró tele, leyó un poco, amparado en el ruido de la lluvia que fuera se había intensificado, y luego decidió ir a dormir. Ese día, que había sido malo, o como se repetía él, “muy poco bueno”, fomentó cierta rebeldía. Había decidido que esa noche no tomaría la pastilla para dormir. En teoría, el sonido de la lluvia y el cansancio debían ser suficientes para conseguirlo.

Si bien la lluvia estuvo allí durante las primeras dos horas, no se durmió. A las dos horas y media, cuando se disponía a rever la decisión inicial, había cesado el ruido del agua cayendo y el cansancio había dado paso a un estado de alerta considerable. Los ojos abiertos impedían el sueño, y los ojos cerrados, también. Prendió la tele. La dejó de fondo, tapando la luz que de ella emanaba con una silla y volvió a la cama. Veinte minutos después resolvió apagarla y levantarse a prender la radio. Sintonizó una estación con gente hablando, y caminó hacia el baño. Tenía ganas de orinar. Luego, se volvió a acostar.

Cuando habían pasado una hora y media desde su último desplazamiento, no habiendo podido conciliar el sueño, resolvió levantarse y caminar hacia la cocina, a tomar un vaso de agua. De paso, apagó la radio.

Con agua ya incorporada a su organismo se encaminó a su dormitorio. Cuando abandonaba la cocina apagó la luz, y de inmediato sintió un chistido. Encendió nuevamente la luz y examinó el lugar. Allí, mirándolo, había una gigantesca pastilla amarilla.

-Cuacu, cuacu – le dijo.

Darko miró, incrédulo. Se frotó los ojos. Cuando volvió a mirar, no solo la pastilla gigante estaba en la cocina, sino que estaba más cerca, y se desplazaba en su dirección.

-¡Cuacu cuacu! ¡Cuacu cuacu!- escuchaba Darko Hook. Su corazón latía, acelerado. Primero, se encerró en su dormitorio. Se puso unos championes que encontró a primer manotón, y unos pantalones que habían quedado hechos una pelota en la silla de la computadora. Con ellos en la mano, salió rumbo a la puerta de entrada (que él pensaba utilizar como puerta de salida) y salió. En el jardín, amparado en la discreción que brinda la noche, se terminó de vestir. Desde dentro de su casa, se seguía escuchando el aterrador “cuacu cuacu” de la pastilla, cada vez más fuerte, lo que es lo mismo decir, cada vez más cerca.

Darko estaba afuera, expectante. Estuvo en ese estado, hasta que la puerta fue derribada y desde dentro apareció la pastilla con su seño fruncido y un “cuacu cuacu” de fastidio. El aterrado Hook decidió huir, y mientras ensayaba su mejor pirueta para saltar la reja y caer en la vereda, oyó que la pastilla le decía, con voz calma y amenazante:

-Vos no me querés en tu organismo, pero yo te quiero en el mío. Cuacu, cuacu, te voy a comer.

Hook saltó la reja y cayó como pudo en la vereda. La adrenalina del susto usualmente hace desestimar cualquier dolor, o al menos, posterga la queja por un buen rato; las rodillas de Darko serían tema de conversación, probablemente de conversación y quejas, cuando le empezaren a doler, ni bien el cuerpo se enfríe. Mientras tanto, corría.

En una de las tantas veces que miró para atrás, vio como la pastilla tiraba abajo la reja y lo perseguía, cada vez más rápido. Estaba cada vez más cerca.

-¡Cuacu, cuacu, cuacu, cuacu!- exclamaba la pastilla, mientras se desplazaba ágilmente por la vereda.

Darko giró a la derecha en la primer esquina, y perdió de vista a la pastilla. Segundos después, la vio rebotando por los techos de las casas de sus vecinos, acortando camino hacia él. Era de noche, de modo que muchas de las cosas que creía ver, eran en realidad sospechas en base a sonidos y borrosas sombras provocadas por la mala iluminación (y por una pastilla gigante de clonazepan que seguía una ruta irregular por encima de los techos de la zona).

La pastilla estuvo muy cerca de alcanzar a Hook en la primera intersección de calles a la que el estimado llegó, pero un súbito resbalón de la pastilla en un techo aun húmedo vino a impedir la ingesta. La pastilla quedó tirada en el suelo durante unos cinco segundos, inmóvil, seguramente recuperando fuerzas. Darko, en cambio, optó por la movilidad y corrió lo más lejos que pudo, pero no pudo de cualquier manera alejarse por completo de su acosadora; al menos no consiguió salir de su campo visual. Mientras corría, Hook pensaba con una sonrisa amarga, que correr no era la mejor forma de conciliar el sueño. Pensó en que al otro día debía madrugar, pensó en las tareas aun no concretadas, en las tareas que lo esperaban, en las explicaciones a dar por su aspecto, en las recriminaciones que se haría a sí mismo la mañana siguiente y en las articulaciones de su rodilla que le empezaban a doler. Miró hacia atrás y no vio a la pastilla. Tampoco a la calle, ni a las casas, ni a la noche. Vio sí la pared de su cuarto, y oyó el sonido de la canción que sonaba en el celular, que indicaba que eran las ocho y que había que levantarse para ir a trabajar. No había más amenazantes “cuacucuacus”, pero había un largo y amenazante día por delante. Y lo que es peor, ese nuevo día, seguramente tendría una noche en la que debería intentar dormir.

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