El maquinista
Era una noche más para Darko Hook; una noche más que afrontar, otro nuevo enfrentamiento con la cotidiana disyuntiva: tratar de dormir o ceder. Tratar de dormir, en verdad, no es más que una máscara grosera que quiere ocultar la verdadera disyuntiva: ceder o no ceder. Ceder ante la angustia y la desazón de saber que no va a poder dormir y que la hora de levantarse a trabajar está ahí nomás, a unos poquitos números de distancia en ese reloj que cambia de hora en forma arbitraria y desordenada; ceder ante el impulso autodestructivo que le susurra al oído “no vas a poder dormir, ¿qué sentido tiene intentarlo? Levantate y hacé algo útil con tu tiempo.” Hay un límite muy poco claro entre la sugestión, el padecimiento de insomnio y las ganas de padecer de insomnio. O de algo.
Tal parece que la cosa es padecer, y a la noche, las diferenciaciones entre sugestión, deseo y realidad, son difusas, oscuras; en especial desde el momento en que se apaga la luz y el dormitorio queda a oscuras y en silencio.
Era precisamente esa la situación en la que se encontraba Darko Hook; trataba de dormir, y se debatía entre continuar sus intentos por dormir o abandonarlos y levantarse a hacer un café y asumir una nueva derrota. Sus pies, que se frotaban de manera tan frenética como involuntaria, acompañaban el debate que ocurría allá arriba en la cabeza. Ya habían pasado varias horas, y los intentos por olvidar las preocupaciones, por obviar aquellos pensamientos que se encadenaban a otros y que asociados a otros a su vez
conducían a los problemas de fondo de su vida, habían fracasado rotundamente. No sirvió tampoco pensar en un lugar tranquilo y pacífico, silencioso, como el mar manso; tampoco el sonido del muelle imaginario donde las olas golpeaban una y otra vez las rocas. Nada servía, y el endurecimiento de la parte izquierda del cuello se hacía cada vez más notorio y molesto. Ninguna posición era cómoda ni satisfactoria. Qué lejos se está del Nirvana cuando uno no puede encontrar su lugar sobre un colchón y una almohada.
-No vas a poder dormir, ¿qué sentido tiene intentarlo? Levantate y hacé algo útil con tu tiempo- escuchó Darko. Pensó con cierto indigno orgullo que tal vez se había dormido al menos unos minutos y estaba soñando. De cualquier manera ya habría despertado.
-Yo que vos- dijo nuevamente la voz, sin concluir la frase. Darko se apresuró a prender la luz. Al costado de su cama, se encontraba un hombre con uniforme de maquinista, parado en el centro de un círculo formado por unas vías pequeñitas, muy pequeñas, de juguete; y unos vagones de similar tamaño. La máquina principal, la del maquinista, era un poco más grande, tal vez del tamaño de un latón. Era un latón azul, a qué engañarse.
- No vas a poder dormir, ¿qué sentido tiene intentarlo? Levantate y hacé algo útil con tu tiempo. Vení y subite a mi Cuerdomotora- dijo el hombre, quitándose el sombrero.-Soy Loqui, el maquinista- en ese momento hizo una suave reverencia y dio un paso al costado, como permitiendo a Darko bajar de la cama y subirse a alguno de los vagones. Hook no daba crédito a lo que veían sus ojos. No solo la aparición de la máquina de ferrocarril de juguete era inconcebible, sino que por si fuera eso poco, se encontraba en una habitación que no era la suya. Y que no se le parecía en absoluto.
- Vos ubicate donde quieras, mi querido, que yo voy a avisar a la central que ya salimos. Me autorizan y arrancamos- dijo el maquinista que caminaba a paso firme, ya con el gorro puesto, hacia el latón. Darko inspeccionaba la habitación, totalmente ajeno a lo que decía y hacía el maquinista.
-Central acá Loqui, Cuerdomotora ocho lista para salir, cambio.
Darko estaba asombrado: no había puertas en la habitación, ni ventanas, al menos no visibles desde su posición. Y todo estaba muy bien iluminado. Tan solo podría haber una ventana detrás de una gran cortina de hierro, o de algún metal similar, que estaba ubicada en la pared que en ese momento tenía enfrente.
-Bueno. Nos vamos mi querido. ¿Ya elegiste vagón?- preguntó el maquinista.
-Yo en esa locomotora no me subo. Primero porque es de juguete. Segundo porque sus vagones son muy chicos para mí. Me quiero ir de acá- dijo Darko, casi sin pausa.
-Parece que hay que explicarte todo. Esta no es una locomotora, sino una Cuerdomotora; y es tan de juguete como un fusil en las manos de un niño aventurero. Además, no veo el problema de que sea de juguete. Ahora bien, en cuanto a eso de que los vagones son demasiado chicos para vos, permitime que introduzca esta idea: ¿no será que tú eres demasiado grande para mis vagones? ¿Por qué mejor no te achicás un poco? Te digo que si lo que querés es salir, más te vale que vayas viendo la forma de entrar en alguno de los vagones porque yo ya tendría que estar arrancando, ¿comprendés?- dijo Loqui, mirando su reloj pulsera.
- ¿Me estás tomando el pelo?
-No.
-Quiero salir.
-Ya te dije, subite a alguno de los vagones. Te recomiendo que no elijas los de más atrás-dijo el maquinista señalando a los últimos vagones- allí van las vacas y las ovejas y son un poco…malolientes, no sé si me entendés.
-Quiero irme de este lugar. Tengo que dormir. Mañana trabajo temprano y si no…-el maquinista lo interrumpió con un gesto que vendría a significar “pará pará pará” , extendiendo su brazo derecho con la palma abierta en posición casi vertical.
-Yo no soy tu terapeuta, soy tan solo el maquinista- y dicho esto, se incorporó en el latón donde estaba, se paró firme, con el cuerpo erguido y los brazos abiertos formando una t minúscula. Luego hizo una serie de ejercicios de estiramiento y súbitamente se sentó en el latón. Puso en marcha el tren y comenzó a desplazarse en círculo a través del sistema de vías, mientras cantaba:
Recorro el mundo en mi trencito de juguete.
Desde sus vagones de plástico, veo el paisaje;
veo las rocas de papel crepé,
las onduladas praderas de papel glasé
y las casitas de cartulina.
Con mi gorro de maquinista
manejo los destinos de mi Cuerdomotora:
los rieles se entrecruzan, danzan, coquetean,
ensortijan su pelo y hacen caritas.
¡Afeitadoras azules cuelgan del techo!
Pendulean, imitando mal a las estrellas;
cortan el aire, rasuran el tiempo,
depilan la vida, y desafían a Alberto.
-Alberto era el barbero del lugar donde yo nací, y lamentablemente tuvo que emigrar a otro lugar para poder garantizarle el sustento económico a su familia- explicaba el maquinista, con tono afligido.
Darko observaba incrédulo.
-No te preocupes- dijo el maquinista- según lo que supe consiguió trabajo y mal o bien todo está en orden para su familia.
-Quiero salir de acá.
-¡Chucu chucu chucu chucu úh úh! –gritaba exacerbado el maquinista al completar una vuelta completa.
-¡Quiero irme de acá! ¡Tengo que dormir!- exclamaba Darko caminando al costado del latón, que se desplazaba verdaderamente lento. El maquinista, compenetrado en la conducción no lo miraba casi nunca, excepto en el momento en que el trayecto se hacía en línea recta, durante unos dos metros, hasta el siguiente viraje.
Fue precisamente en una de esas rectas donde el maquinista miró a Darko que caminaba suplicante y asustado. Hasta ese momento el semblante de Loqui había sido de alegría, relajado, pero al mirar por encima del hombro de Darko su gesto cambió. Abrió los ojos y éstos quedaron enormes. Además su piel, al menos en la parte que correspondía a la cara, tomó un color blancuzco, pálido.
-¡Por ordenanza de la autoridad nacional, y en pos de un mejor y más fluido funcionamiento del transporte en el país, queda a partir de hoy prohibido el uso de Cuerdomotoras, ya sea en el ámbito público como en el privado!- gritaba alguien con un altoparlante. El maquinista detuvo de inmediato la marcha. Las luces se apagaron. La música comenzó a sonar, primero suavemente, luego más fuerte. Las ocho.
uuuuh cuanto hacía que no colgabas cuentos!!! Está re bueno. Loqui el maquinista me cae bien......
ResponderEliminardice Darko Hook no puede dormir (1)...esto quiere decir que vendrán más?????????? OO
Sí, habrá dos y tres.
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