Se me paró detrás y disparó mi espanto.
Dejé de mirar por la ventanilla,
hacia fuera;
aquella casa rica en señas,
observables,
particulares,
que me causaban tanto deleite
perdió su poder,
dejó de fascinarme;
por más que mis ojos estaban aun
posados en los mismos lugares,
nada proveniente de ahí, me conmovía
Con el rabillo de mis ojos
Vi a un hombre parado detrás de mí,
con su mochila, con su mate, con su termo;
¿Estaría tapado?
¿Estaría él concentrado en lo que hacía?
Eso no importaba. Ya no importaba. El miedo,
sin misericordia,
se había apoderado de mí.
El ruidito de la bombilla
hizo que mi piel se erizara
y que mis puños se aferraran a los fierros del pasamanos.
El ómnibus estaba lleno,
y nada iba a cambiar.
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