Basta
de introducciones. Soy Nelson Hook y ya dije más o menos todo lo que hay para
decir sobre mí. Ya soy una señora demasiado mayor como para andar demorándome
en presentaciones. Pero tal vez, y no quiero presumir, tal vez, hablarle un
poco de mis primeros días después de haberme vuelto de Irlanda con mi marido-
la luz de mis ojos, mi irlandés hermoso- pueda servirle a usted de algo. Porque
de eso se trata, de ayudarle. Y también de contar, y de permitirme organizar
algunos recuerdos que, como dice la muchachada ahora: a la pipeta que están desorganizados.
Como
dije antes, el haber estado cinco meses en Irlanda fue un asunto bastante
casual, a fuerza de ser honesta. Yo me había alistado para combatir a los nazis
en las brigadas internacionales que se enviaron a Europa en las últimas semanas
de la guerra, cuando Uruguay le había declarado la guerra a Alemania y yo como
buena Oriental- baliente y hilustrada- me alisté de inmediato. Eran épocas
agitadas para viajar en barco a través del océano Atlántico, a pesar de que la
guerra era de inminente finalización. La derrota alemana estaba casi
sentenciada, pero eso no evitaba que el océano estuviese infestado de
submarinos nazis e incluso de falsos barcos mercantes listos para emboscar
desprevenidos.
Yo viajaba en un barco de bandera argentina, pero eso no evitó que
hubiera que desviarse del camino previsto: el sur de Francia. No fuimos
bienvenidos en la España franquista, así que por una decisión que aun no
comprendo, el capitán optó por dirigirse a Irlanda, donde no se peleaba la
guerra.
Al
principio, como dije antes, fue un poco frustrante estar en Irlanda sin
combatir, pero luego, al empezar a socializar con los dublineses, la
frustración se transformó en algo agradable. Imagínese la reacción de los
muchachos ante una exótica sudamericana emocionalmente desamparada, necesitada
de comprensión y protección: un llamador de machos proveedores.
No
me costó mucho entreverarme con un muchacho atento y lindo, gentil, de aspecto
un poco descuidado pero claramente un buen tipo. El único problema fue la
circunstancia: su familia era independentista, católica y republicana, y
esperaba que su hijo se casara con una irlandesa, católica, independentista y
republicana, no con una uruguaya atea con deseos de combatir en una guerra
contra los alemanes, en el bando de los ingleses. Pero las cosas sucedieron, de
cualquier manera.
La
primera vez que nos vimos, yo iba a una Grocery
Store a tratar de engañar al vendedor y robarle algunas verduras: él venía
con sus amigotes, empujándose a las risas, presumo que borrachos. Algo me
gritaron. No entendí. Él fue el único que se acercó y me habló con esas
palabras tiernas y esa dulzura que siempre mostró. Todo era perfecto, salvo por
la abierta e insistente reprobación de la familia. Lo desheredaron al pobre.
Cínicos. Sólo una vaca le dejaron; no tuvimos más remedio que venirnos a
Uruguay.
En el viaje en barco –el más cómodo y placentero que he hecho en mi
vida- tuve algunos inconvenientes estomacales que por un momento nos hicieron
sospechar con terror que tanto ejercicio en las ramas del árbol biológico había
generado, producto de una supuesta fecundación, un parásito-potencial hijo.
Menos mal que no, y que me mantengo sin hijos hasta el día de hoy, a mis 87
años.
Maravilloso. Me reí con "y yo como buena Oriental- baliente y hilustrada- me alisté de inmediato."
ResponderEliminarMuy bueno esto.
Gracias "Anónimo dijo", buenazo que te haya hecho reír eso.
ResponderEliminarJoder Darío; es que me quedo desconcertado ante las maravillas que se os ocurren a algunos en apenas cincuenta líneas.
ResponderEliminarGracias Francesc, gracias. Pero no sé si tanto maravillas. Es ansiedad de contar rápido y comprimir. No te dejes engañar.
ResponderEliminarGracias nuevamente.