Esta es la segunda parte de estas historias total y absolutamente ficcionales que nada tienen de real salvo en aquellas cosas en las que son total y absolutamente iguales a la realidad.
Habían pasado unas pocas semanas y la librería estaba llena de empleados nuevos. Ya no eramos tres; había más o menos nueve personas. Había telemarketers cuya tarea era recepcionar llamadas, evacuar consultas y tomar pedidos, pero su tarea terminaba siendo más bien ser agredidos verbalmente por madres, padres y directores de colegios para gente con plata; había dos cajeras nuevas cuya tarea era manejar dos cajas velozmente pero terminaron siendo receptoras de la impaciencia y agresividad de los clientes producto de, entre otras cosas, una hermosa acumulación de errores técnicos en los programas de facturación; había además algunos vendedores nuevos sin entrenamiento ni noción de aquello que les esperaba. En fin, un lugar hermoso. En esta librería, como en tantas otras en las que se venden libros escolares y liceales, hay una palabrota para significar todo eso: zafra.
Habían pasado unas pocas semanas y la librería estaba llena de empleados nuevos. Ya no eramos tres; había más o menos nueve personas. Había telemarketers cuya tarea era recepcionar llamadas, evacuar consultas y tomar pedidos, pero su tarea terminaba siendo más bien ser agredidos verbalmente por madres, padres y directores de colegios para gente con plata; había dos cajeras nuevas cuya tarea era manejar dos cajas velozmente pero terminaron siendo receptoras de la impaciencia y agresividad de los clientes producto de, entre otras cosas, una hermosa acumulación de errores técnicos en los programas de facturación; había además algunos vendedores nuevos sin entrenamiento ni noción de aquello que les esperaba. En fin, un lugar hermoso. En esta librería, como en tantas otras en las que se venden libros escolares y liceales, hay una palabrota para significar todo eso: zafra.
Ese día
hubo reunión en el piso de arriba. Eso significaba algo fuera de lo común. El
encargado nos reunió alrededor de una mesa a las dos compañeras que entraron
conmigo el mismo día, a quienes para proteger su identidad llamaré Ariana y Ausencia de compañía, y nos fue pasando algunas tareas nuevas.
Básicamente, teníamos que enseñarles y, de alguna manera, guiar (eufemismo para
"vigilar") a los nuevos. Es decir: teníamos que hacer el trabajo de
nuestro encargado.
Eso no
era tan novedoso. La novedad quedó únicamente en juntarse en la mesa de arriba.
Aquella
paz inicial de la librería ya no existía más. Era claro que, valga la
redundancia, el trabajo no estaba bueno. Era estresante y ponía a prueba
nuestras agallas y nuestra tolerancia al maltrato verbal de personas que no nos
conocían pero que soltaban conclusiones terminantes en voz alta sobre nuestras
capacidades y nuestro apego al trabajo.
En mi
caso esto realmente no me presentaba muchas dificultades: jugué al fútbol de
niño. Y no sólo eso: era chiquito, me gustaba tirar caños, la pisaba y corría
poco. Difícil que un cliente pudiera decir algo que mis rivales, sus padres,
mis técnicos, los padres de mis compañeros de equipo y mis propios compañeros
no me hubiesen dicho cuando era niño toda vez que pisaba la pelota en mi área o
que no corría un despeje de punta sin dirección, que aparentemente me
correspondía correr porque alguien había gritado mi nombre.
Después
que un padre te escupe la nuca cuando vas a patear un córner en la cancha del
Brandi y vos tenés diez años, medio que lo que te diga un cliente de una
librería no te afecta tanto. Mis compañeros de trabajo no estuvieron expuestos
a esos estímulos tan educativos. Había estrés en la vuelta.
Y la
gente no colaboraba.
-Quiero
el libro del colegio de mi hijo- decía una señora, mientras mi compañera
hablaba por teléfono y atendía a su vez a otra persona. Ausencia de compañía me señaló y la clienta, resoplando del
fastidio, se encaminó hacia mí.
-Quiero
el libro del colegio de mi hijo.
-Buenas
tardes. ¿Cuál es el libro que está buscando?
-Ah, yo
que sé. El del colegio de mi hijo. Es el de inglés.
Puede que
para alguien que no trabajó en una librería, esta última intervención de la
clienta pueda parecer mentira. Bueno, no. Y yo ya lo tenía asumido. Es más:
sabía que las preguntas que le hice a continuación no iban a tener éxito:
-No
recuerda el libro. Es de inglés. Y, dígame ¿a qué colegio va su hijo? ¿En qué
clase está?
-A mí en
el colegio me dijeron que ustedes ya sabían.
-¿En cuál
colegio le dijeron eso?
-En el de
mi hijo.
-¿Y cuál
es el colegio, me dijo?- pregunté yo, sabiendo que no me lo había dicho y
temiendo lo increíble:
-Ah..Mi marido es el que lo lleva siempre. Es uno
que está por Millán.
-Es un
poco difícil que yo pueda saber cuál es el libro si no sé cuál es el colegio,
el año que está su hijo y principalmente, el nombre del libro. ¿No tiene forma
de consultarlo? - eso ya me salía casi automáticamente. Nunca soy tan elocuente
al hablar. La práctica hace al librero.
-Pará que
consulto- dijo, sacando el celular y llamando. El hijo, por supuesto, no tenía
idea. Entonces llamó a otra madre, que le dijo que le parecía que se llamaba Bright Sparks st act. La señora guardó
el celular, aparentemente con la satisfacción del deber cumplido.
-¿Y no le
dijo si es el 1, el 2 o el 3?
-Es el
que usan en el colegio de mi hijo.
-Sería
bueno que sepa cuál es el número que necesita, porque luego puede que no sea el
libro que le pidieron. Se lo digo para ahorrarle problemas.
-Ah, no,
pero yo quiero el libro que le pidieron a mi hijo.
-Naturalmente.
Creame que yo también quiero eso, pero si no sabemos el número, es un poco
difícil. ¿En qué año me dijo que estaba? Tal vez así lo podamos averiguar.
-El libro
es el 3- me dijo.
-¿Está
segura?
- Sí, es
el 3. Pasa que estoy mal estacionada- me dijo, con impaciencia.
-Pasa que a mí me hace mal comer morrón, así que
debe ser el 3 sí- pensé
en decirle pero, obviamente, no lo hice. La señora estaba apurada, así que
debía ser el 3. Lógico. Cuando uno está mal estacionado la respuesta es siempre
“3”.
-Ya se
los traigo señora, el Student´s y el Activity.
-Pará
¿son dos?- me dijo, alarmada.
-Sí, uno
es para clase y el otro para las actividades domiciliarias. Pero bueno, al
final eso es algo que maneja el docente.
-Pero le
pidieron uno. Este, mirá -me muestra el celular- Bright Sparks st act.
-Sí, esos
son los libros.
-No, pero
yo solamente quiero el Bright Sparks st act, no quiero otro.
-Es que
son dos libros. "St" es "Student´s", el de clase, y
"act" es el Activity, el de deberes.
-Ah,
entonces los llevo.
-Ya se
los traigo.
-Esa fue una charla leve- pensaba
mientras caminaba a buscar los libros y descubrir que, obviamente, no habían
llegado a Montevideo y le iba a tener que decir que le tomaba los datos para
luego comunicarme con ella ni bien el libro llegara y que no, que no podía
pagarlo antes porque no podía hacerle una factura por algo que no se llevó y
que no, que no sabía si estaba en otra librería pero que por lo pronto podía
decirle que en otras sucursales de la librería donde sí trabajo tampoco estaba.
Hay
trabajos peores, claro, sin dudas. Pero los que involucran madres y lo que
ellas consideran "la educación" de sus hijos, son bastante delicados.
Me haces reir mucho es casi como escucharte hablar!!!! te lo juro!!
ResponderEliminarAbrazo grande
Txus por aca
¡Gracias! Y eso que hace pila no me escuchás hablar :)
ResponderEliminarAbrazo para vos.
Me da la sensacion de que todos los libreros tienen el sentido del humor muy desarrollado por estar conviviendo con cosas absurdas todo el tiempo....estoy en lo cierto?
ResponderEliminarMuy graciosa segunda parte!! que haya mas!!!
SH
Gracias y creo que sí, que hay algo de eso. Pero es residual, porque año y pico después, sigo en la misma.
ResponderEliminarSaluttttttt