No
era la primera vez que me sentía inútil en una investigación de campo de este
tipo. Era sí de las pocas veces que realmente era inútil, pero no por mi
negligencia o desinterés, sino porque no tenía nada que hacer ahí.
Mi
remera, mi pantalón largo y mis
championes eran parte de una vestimenta que delataba que no estaba haciendo
nada. Los demás, haciendo tareas de acá para allá, sin remera y vestidos con
short de baño, andaban con su proactividad característica, caminando descalzos,
saltando de roca en roca, sin prestar atención ni a la Nena, ni mucho menos a
mí. Eso era bueno, porque si además de ser una decoración en la investigación
iba a tener las miradas de ellos puestas en mí, la cosa hubiese sido peor. Ya
imaginaba su desaprobación.
Me
dediqué entonces a mirar a la Nena con atención y a pensar en cómo la dejaban
ahí solita y, en especial, en lo aburrida que debía de estar. Andaba vestida
también de playa. La verdad era chiquita como para andar sola en las rocas. Las
rocas de la costa, con el agua pasando por los costados y algunas algas, se
vuelven resbalosas y peligrosas. La Nena estaba quieta, es cierto; eso quita un
poco el miedo a una caída. Estaba aferrada a su osito y miraba sin demasiada
atención lo que había alrededor. Parecía estar pensando en algo.
Me
di cuenta que me estaba pasando de nuevo. En realidad, quería que me estuviera
pasando de nuevo.
Un
cocodrilo inflable verde fluorescente apareció de entre las rocas, desde dentro
de uno de los pequeños riachuelitos que se forman entre ellas. Podía verle
hasta la válvula en la parte de atrás. Una válvula blanca. Me costó unos
segundos darme cuenta que el cocodrilo inflable se desplazaba, no por la fuerza
de la corriente de agua –no había tal corriente entre las rocas- sino que se
desplazaba por propia voluntad. Con el rabillo del ojo vi el mismo color
repetido varias veces a mi izquierda. Alejé la mirada de la Nena y el cocodrilo
inflable; descubrí otros cuatro cocodrilos más que aparecieron del mismo modo
que el primero. La Nena miraba al cocodrilo verde con sorpresa e interés. Los
demás investigadores seguían en la frenética búsqueda de quién sabe qué y me
parece que no vieron nada de esto. El cocodrilo verde más cercano a la niña
subió a las rocas, con alguna dificultad. Los demás seguían flotando en el
agua, o desplazándose. Nadie notó esto, salvo yo. La Nena lo miró con atención,
pero ya un poco más intranquila. En los alrededores de las rocas había ya ocho
cocodrilos. Seguían saliendo. En ese momento sentí que tenía que alejarme. Que
todo se estaba volviendo peligroso. Deseé que otra vez estuviera alucinando;
que me estuviese pasando de nuevo. El cocodrilo que trepó a la roca abrió sus
fauces y le dio un mordisco a la Nena. No alcancé a escuchar gritos. No sé si
los demás oyeron. No alcancé a oír ni a ver más nada. No sé si realmente me volvió
a pasar de nuevo. O si la Nena de verdad murió.
Ahora
nada más floto, con mi válvula para arriba.
Que lindo/raro tu relato. Huele a sueño ¿acerte?
ResponderEliminarAbrazo, Txus.
¡Gracias! Y sí, estás en lo correcto ;)
ResponderEliminar¡Abrazo!