domingo, 23 de noviembre de 2008

Cucharitas de plástico

(...) y acá estoy, con el gorro de pensar, tratando de resolver un problema.
Todo empezó hace ya una semana, y desconozco cuál fue la causa. Todos y cada uno de los santos días que salgo de mi casa rumbo a la parada para ir a trabajar me encuentro con un hombre encapuchado que me lanza cucharitas blancas de plástico. A esa hora de la mañana la parada de ómnibus está atiborrada de gente, pero a ninguno parece importarle este extraño ataque del misterioso encapuchado; están tan alienados que tal vez ni siquiera lo hayan notado. Aunque eso sería difícil de creer, porque el hombre del pasamontañas cada vez que me lanza una cucharita grita “¡va cuchara!” de un modo bastante llamativo.
En un principio creí que se trataba de algún amigo, o de alguien contratado por ellos, que realizaba esa actividad tan absurda a sabiendas de que yo disfrutaría con tamaño espectáculo surrealista, pero luego lo descarté. Bueno, está claro que no lo disfruto. Y quisiera saber cuántas personas se lo tomarían con la calma que me lo tomo yo. Dudo que otro ser humano tolere una semana de oprobio como lo vengo haciendo; es cierto que lo que me motiva a soportar los cucharazos del encapuchado no es la paciencia o la sumisión, sino la curiosidad; deseo averiguar algo acerca del encapuchado, o al menos enterarme en qué va a terminar todo, si es que va a terminar alguna vez.
Intenté, luego del asombro inicial que duró dos días, conversar con el encapuchado, pero lo único que obtenía era un silencio espeluznante interrumpido, con espacio de un minuto (lo cronometré a partir del tercer día), por el desagradable “va cuchara” que precede al lanzamiento.

Muchas dudas surgen cada mañana: ¿por qué me tira cucharas el encapuchado? ¿De dónde saca las cucharas? ¿Las robará de alguna parte? ¿Las comprará al por mayor? ¿Las fabricará él mismo? Tantas dudas y ninguna respuesta convincente.
Creo que fue en el quinto día cuando decidí participar del juego. Esa mañana me había levantado con una pregunta: si me tira una cucharita por minuto, ¿cómo sabe cuántas cucharas necesitará cada día? Fue entonces que, suponiendo que él, o quien lo hubiese contratado, hubiere realizado un trabajo de inteligencia tal que le permitiera saber el número exacto de cucharitas que necesitaría por día de acuerdo al tiempo que yo demoraba en tomar el ómnibus, decidí cambiar mi rutina. En vez de esperar el 582, esperé el 411; y si bien recibí el doble de impactos de cuchara, pude comprobar con horror (y cierta curiosidad masoquista) que al encapuchado no se le terminaban las cucharitas. ¿Será posible que también haya previsto esto que yo consideré un “cambio de rutina”?
En otra ocasión, el sexto día, decidí quedarme a dormir en la casa de un amigo, lejos de mi barrio. El encapuchado, a la mañana siguiente, cuando salí rumbo a mi casa (ese día no trabajaba) estaba ahí, parado frente a la casa de mi amigo. Esta vez, mientras me lanzaba las cucharas y vociferaba “va cuchara” creí notar una sonrisa burlona bajo su pasamontañas, pero no hay forma de estar seguro.
Hoy se cumplió una semana, y por la mañana la escena se repitió: desde que salí de casa hasta que tomé el ómnibus recibí diez impactos de cuchara, uno por minuto. Una fuerte fuerza interna ha despertado cierta rebeldía en mí, y me ha hecho pensar en la mejor manera de reaccionar mañana por la mañana, al salir a la calle y quedar frente a frente con el encapuchado. Lo único que se me ocurrió es llevar conmigo muchos tenedores y tirárselos, al grito de “va tenedor”. Veremos si funciona.

6 comentarios:

  1. A mi una vez me tiraron una bombita de agua. Y otra vez el "Negro" José (personaje legendario de Pando City, que ahora se lo puede ver por la zona de Tres Cruces) me escupió al grito de "Odio esas conchas rubias".
    Ta pero lo tuyo... suscribo a los anteriores comentarios... Salud.

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  2. jajaja....no jilipollas...que no entendiste el juego, no era decir una sola palabra porque sí hombre, que tenía que describir algo de tu relato, una opinión, algo..
    no aprendes más eh...

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  3. Ahí en peñarol no está la fábrica de Crufi?
    De seguro es un funcionario resentido y medio chapita que se afana las cucharas y se la agarra contigo.

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