-Vamos a lo de Jonathan- alguien sentenció.
En mi grupo de amigos, posmoderno a más no poder, las ganas de desplazarse desde las incómodas tierras del barrio Peñarol al hermano barrio Lavalleja no llegan fácilmente. (Para aquellos que no conocen a ninguno de estos dos barrios y viven en alguna parte privilegiada del país donde hasta tienen semáforos, garitas en las paradas de ómnibus y cebras, les comento que la distancia es muy corta y perfectamente se puede hacer a pie en unos pocos minutos; lo que viene a reforzar mi idea de la apatía posmoderna que afecta a mis amistades y a mí); las ganas de desplazarse no llegan fácilmente, decía, así que hay que inducirlas. En este caso, para la mayoría bastó con que quien propuso la idea se limitara a repetirla:
-Vamos a lo de Jonathan.
A mí no me convenció del todo la idea. Sin embargo, tentado por la promesa de que en los alrededores de la casa del amigo a quien íbamos a buscar regalaban helados y todo tipo de golosinas, postergué mi apatía por un rato, sin abandonarla del todo, y accedí.
Mi alegría era mayúscula. Pocas veces me regalan helados.
El camino fue algo muy difícil de olvidar. Yo, meritoriamente, conseguí olvidarme por completo de lo que sucedió en él. Solo recuerdo que mis amigos se reían no me acuerdo bien de qué, y yo les decía algo …como…gracioso, a lo que ellos respondían con algo también gracioso….todo un plato estos chiquilines.
Asumo la responsabilidad de advertir al lector que los sucesos que se dieron durante el camino hacia Lavalleja no guardan ningún misterio; simplemente no los recuerdo, y de ningún modo se relacionan con sustancias ilegales o abuso de alcohol.
Era simplemente alegría de vivir, y expectativas de que me regalaran helados.
Pero todo idilio con la vida tiene su final. Es lamentable, pero no se puede evitar. Nada dura para siempre.
A pesar de las tentadoras promesas, al llegar a nuestro destino, no había nadie regalando helados ni golosinas.
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¿Te acordás cuando yo te decía que teníamos que hacer fotonovelas?
ResponderEliminarMe parece que tenía razón. Fabuloso lo tuyo. La cara de alegría está muy bien, la conozco de otras épocas, pero la cara de tristeza es simplemente conmovedora.
Me hiciste reir y llorar, casi casi al mismo tiempo.
Buuuu... que embole acompañar la alegría de tu relato para después llegar a tal desilusion!
ResponderEliminarY bueh... el crecimiento se da en base a frustraciones...
Ya llegará el día en que tal promesa se cumpla y bailes entre malvabiscos gigantes, chupetines multicolores, ollas de melaza, y barriles de helado de chocolate...