jueves, 1 de octubre de 2015

Música Paloma

Este cuento es una versión libre de una canción de la mejor banda del Uruguay, Comunismo Internacional. Es una versión en formato cuento, de una canción. O no. Al menos responde a una de las preguntas que se plantean en la canción. Mantengo el título y la temática del disco "No hay leche en el corazón de la muerte"



                                                 A la Muerte, a Correa y a Pina.




No tenía interés en abrir el baúl.
Sabía que el baúl estaba en el sótano, pero no me interesaba abrirlo. De hecho, hacía años que no bajaba al sótano. Sin embargo, ahí estaba: había corrido el sillón que el abuelo puso hace años encima de la puerta trampa que daba entrada al sótano, para disimular. Levantar la tapa fue relativamente fácil. Ahí estaba yo, bajando las escaleras. Me daba un poco de miedo, pero había decidido no prender la luz en el primer tramo; eso a lo que el abuelo Rúben llamaba “el entrepiso” del sótano. La madera de los escalones no crujía como yo esperaba; eso me decepcionó. Tantos años sin que nadie bajara y la escalera no tenía ni siquiera la deferencia de agradecer, quejándose.
Me pareció escuchar ruidos de ratas. Pensé que sería lógico, porque el abuelo guardaba ahí abajo todos los diarios viejos y todas las cosas inútiles de madera que compraba en la feria. Las ratas me daban miedo, como a cualquiera, pero decidí no prender la luz. Quería saber cómo se sentía el ruido de ratas, a oscuras. En todo caso tenía el celular para alumbrar, si sentía que se me venían encima. Estarían en su derecho: tantos años viviendo ahí les habría dado un sentido de propiedad que yo estaba invadiendo. Vaya uno a explicarle a una rata la jurisdicción con respecto a los sótanos de las casas de los antepasados.
Casi me caí. No tuve más remedio que alumbrar con el celular hasta bajar dos escalones más y encontrar el interruptor de la luz. Funcionaba a la perfección. Se iluminó el sótano. Era más chico de lo que recordaba, cosa normal siendo que la última vez que entré era un niño. No había ratas. Al menos no a la vista. Seguramente estaban escondidas. Dejé de oírlas una vez iluminado el lugar. No había ratas a la vista, pero había polvo. Empecé a toser. Me tomó unos minutos poder respirar con normalidad. Sonreí. Era interesante escuchar el ruido de ratas con las luces apagadas y al iluminar dejar de escucharlo, del mismo modo que era interesante empezar a toser cuando veía las partículas de polvo al iluminar y no antes, cuando también estaban ahí.
Caminé hasta el baúl. No me detuve en mirar los maniquíes con caras de animales que el abuelo tenía guardados ahí. De chico me daban miedo. No quise averiguar si me lo seguían provocando; me bastó mirar el primero de ellos para recordarlos de memoria. No miré con demasiado detalle las pilas de diarios atadas con hilo, amontonadas. Los muebles viejos y los pedazos de sillas y mesas de madera tirados contra el rincón opuesto a la entrada no llamaron mi atención. El baúl, sin embargo, sí. Estaba colocado justo frente al espejo de pie que se había comprado la abuela. Me acerqué al baúl marrón. Lo abrí con mucho cuidado, observé en detalle el proceso de la tapa al abrirse y dejar ver el contenido. Me llamó la atención encontrar el gorro del abuelo, su biblia tapa dura que tanto atesoraba, la remera de Pantera de Ernesto,  la caja con los dedos de los pies de la abuela, los cadáveres trozados de mamá y del tío Pablo cubiertos por algo que supongo era yeso,  la caja con la colección de relojes pulsera del abuelo, cada uno puesto en un brazo derecho diferente, salvo por los relojes verdes, que no recuerdo bien porqué, siempre se los colocaba en el izquierdo. Encontré también el libro de recetas. Ese sí lo agarré. Me trajo gratos recuerdos. A la abuela le encantaba cocinar con ese libro. Se pavoneaba frente a sus amigas. Me hizo sonreír. Sentí a las ratas. Ahí levanté la vista y vi el espejo que tenía enfrente. Se reflejaba la cara del abuelo, detrás de mí, acercándose con el candelabro en la mano. No me dolió el golpe, pero sentí la sensación calentita de la sangre corriendo por la parte de atrás de mi cabeza. Perdí el equilibrio. Sentí el golpe en seco de la tapa del baúl. Se quedó todo oscuro. Me acomodé, como pude, entre lo que asumo eran los brazos y mi mamá. Siempre me cayó bien mi abuelo. No sabía que aún estaba vivo. Sonreí: me acordé que tenía puesto mi reloj pulsera en el brazo izquierdo. Me lo cambié de lugar como pude. Era negro. Pensé que él sabría perdonarme si no era capaz de ajustarlo lo suficiente con tanta oscuridad. Desee que valorara al menos mi intención. Yo sabía que detestaba descuartizar familiares que llevan un reloj en el brazo izquierdo. A menos que fueran verdes.





4 comentarios:

  1. Me gustan tus cuentos tenebrosos eso te lo dije antes Este no fue la excepcion pero ademas queria agradecerte por pasarme musica que no conocia
    Menudo nombre. Al principio admito que desconfie...
    abrazo Darío!

    Txus

    ResponderEliminar
  2. Bien, bien, bien por todo lo que dijiste, Txus.
    Gracias :)

    Salú

    ResponderEliminar
  3. Ahora voy a escuchar la canción pero que sepas que tu cuento me dio miedo :O

    SH

    ResponderEliminar
  4. Ja, miedo miedoso del temor :O

    Salú y gracias por leer (y escuchar) =)

    ResponderEliminar