Un hombre robusto, vestido con overall de jean azul embarrado y equipamiento de minero, se acerca lentamente hacia una mujer que espera el ómnibus en una parada. Son las siete de la mañana y la mujer, con cara de dormida, enciende mecánicamente un cigarrillo y comienza a fumar.
Al percibir la cercanía del minero antes descripto, la mujer lo observa de reojo; notando que el hombre mantiene sus ojos en ella, vuelve la mirada hacia delante, y da una larga pitada, haciéndose la desentendida.
-Disculpe- dice el minero.
La mujer lo mira, con fingida sorpresa.
-Disculpe señorita. ¿Me permitiría entrar?- dice el hombre, colocándose el casco y encendiendo la lamparita que éste posee.
-¿Entrar?- interrogó la mujer.- ¿Entrar a dónde?
-Allí- dijo el minero, señalando con el índice hacia la vagina de la mujer.
-¡Cómo se atreve!- exclamó la mujer.- Yo jamás tendría sexo con usted, ordinario.
El minero se sonrojó.
-Yo…yo no quiero tener sexo con usted señora, estoy felizmente casado y…es que…vea, tengo que entrar a trabajar. La mujer lo miró sin comprender.
-Son más de las seis y media, y si vuelvo a entrar tarde a la mina el capataz me mata. ¡Me mata!- exclamaba el minero, consultando una y otra vez su reloj pulsera.
La mujer, alterada por la charla, vio venir su ómnibus, estiró la mano para que se detuviera y sin esperar que se acercara siquiera al cordón de la vereda dio un salto y se colgó del pasamano. Finalmente logró subir.
El minero, desesperado al ver la mina alejarse, gritaba “¡Tengo una familia que alimentar! ¡Tengo una familia que alimentar!”
Que situación....imaginate si fueran 33...
ResponderEliminarsería un claro relato masón.
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