Abra, radio local:
la cabra dio lora,
al árbol, dio cara
¡Bala! La crió Dora,
la loba criadora.
Da calor, loba: ¡Ría!
Odiar al bar, loca;
Carol bailadora,
bailar o dar cola.
Ría: Lorca da bola.
¡Dio a la cal borra!
El arte es mentira. Pero helarte es verdad.
Abra, radio local:
la cabra dio lora,
al árbol, dio cara
¡Bala! La crió Dora,
la loba criadora.
Da calor, loba: ¡Ría!
Odiar al bar, loca;
Carol bailadora,
bailar o dar cola.
Ría: Lorca da bola.
¡Dio a la cal borra!
Hemos llegado al punto en que decir “no tenés corazón” literalmente- entiéndase “no posees un órgano que bombee sangre y te mantenga vivo”- es metáfora de “no tenés corazón” en tanto que “no tenés sentimientos”, que antes solía ser una metáfora de “no tenés corazón” en el sentido del primer ejemplo.
Se han invertido los términos. Se ha creado una metametáfora.
Esta metametáfora tiene tantos derivados que hasta da miedo: al decir, por ejemplo, que alguien es descorazonado, estamos diciendo, además de que sufre de una carencia de sentimientos –o incluso que es cruel-, que existe el verbo corazonar, por más que no lo usemos como tal. Se me objetará que puede existir un adjetivo sin que se deba deducir de ello un verbo; como no se me ha objetado aun, no me siento en la necesidad de justificarme.
El fantasma del descenso es un ejemplo claramente futbolero –que después de la poesía de telenovela parece ser el ámbito más propicio para la metametáfora- en el que intuyo un futuro similar. Los periodistas deportivos ante la cercanía de un equipo a la zona de descenso hablarán del nerviosismo, de la impaciencia de la hinchada, de la inminencia de la catástrofe: el fantasma del descenso vendrá a perjudicar al equipo en cuestión. ¡Lo mandará a
De corazón te lo digo, pero de corazón en serio, con el corazón en la mano, así, de corazón a corazón: la superstición medieval de origen griego que decía que los sentimientos se alojaban en la parte convexa del corazón ha llegado muy lejos. Desde
Es como seguir creyendo en dios.
Volví a caer
en este amanecer,
aferrado a la lapicera
con las baldosas sucias
de mi vereda
haciendo de papel;
ando cargado de cuentos tintos,
de imágenes rosado-dulce,
de indecisiones y laberintos
en cajas de cartón;
justo me vine a caer
en este extraño amanecer,
atragantado con sueños dulces,
por querer dormir de apurado,
por soñar, soñar y soñar sin masticar.
Ahora entiendo porqué no duermo:
de tanto abrirles el corral
se me van escapando los sueños.
¿Cuál de ellos va a desafiar al resto
y va a meterse de vuelta en mi corral abierto?
Sólo queda la vigilia policía,
otra mañana miliquera,
y la implacable represión
de algún que otro inoportuno
rayo de sol.