Germán tuvo una
infancia difícil. Germán tuvo una vida difícil. O recordaba desde niño que
tendría una vida difícil. Es un poco complicado de explicar.
Germán tiene una condición que afecta su percepción del
tiempo. Tiene trastocada lo que se llama la “flecha psicológica” en la Teoría
de la Relatividad Especial. Es una condición que afecta la percepción del sentido en el que “corre” el tiempo. Dicho
de otro modo: Germán es capaz de recordar el futuro, pero no el pasado. Es
capaz de recordar cosas que aun no han sucedido y no es capaz de recordar las
cosas que ya han pasado. A modo de ejemplo: una persona cruza una calle y es
atropellada por un auto. Una persona llama a una ambulancia. Mientras todos
podemos recordar que la persona fue atropellada, Germán no; Germán recuerda que
vendrá una ambulancia a tratar de reanimar al atropellado. Pero cuando la
ambulancia llega y los médicos consiguen reanimar al accidentado, Germán habrá
perdido todo recuerdo de la ambulancia, o del accidente y recordará otras cosas
que para los demás sucederán a continuación. Y este tipo de situaciones se dan
también con recuerdos a largo plazo. Recuerdos de cosas del futuro lejano.
A partir de los seis años Germán empezó a recordar cosas que
le pasarían en su vida. Hasta que le iban pasando, y se le olvidaban. Recordó a temprana edad lo que iba a ser la
muerte de sus abuelos, cuán feliz iba a ser durante un tiempo con María Paula
incluso antes que ella naciera; también
recordó lo triste que se sentiría cuando ella lo dejara, sin muchas
explicaciones, terminando su noviazgo de golpe.
Germán fue siempre un hombre triste. A pocas personas les
comentaba estas cosas, porque aquellos a los que les comentó siempre le
objetaron que su tristeza era producto
de ver el vaso siempre “medio vacío”. No entendían que Germán no podía estar
feliz siendo esta su circunstancia: toda tristeza venidera tenía desde su niñez
un sabor a nostalgia anticipada y a tristeza profunda, mientras que toda
alegría futura no lograba ser más que un recuerdo de cuando sería feliz, y
sabemos que todo recuerdo de felicidad que ya no se tiene (o en el caso de él,
que ya no se tendrá) no provoca, a la larga, otra cosa que tristeza.
Otras objeciones más banales y menos dolorosas eran las
tendientes a animarlo a sacar provecho económico de su condición. Si él era
capaz de recordar los números que saldrían en el cinco de oro, podría hacerse
millonario fácilmente. Esas personas no entendían que Germán no recordaba todo
lo que iba a suceder. Lo mismo ocurría con la idea de aprovechar para
“predecir” el futuro. No entendían, por más que ya de adolescente Germán lo
lograba explicar muy bien, que esos recuerdos del futuro no eran visiones ni
predicciones, sino recuerdos, con todas las características de los recuerdos.
Recordaba imágenes inciertas, cambiantes; a veces se veía en el funeral de su abuela
vestido con una remera negra hablando con la tía Marta, otras veces cuando
recordaba, la tía le decía que él debió estar de negro por respeto a su abuela
y no de azul; cuanto más alejado el recuerdo en el tiempo (en nuestro tiempo)
menos certero era.
Germán odiaba la fatalidad y la idea de que todo estuviera
escrito, así que estas conversaciones le resultaban muy molestas. Y trataba de
evitarlas. Pero no podía evitar pensar en ellas, porque recordaba que las iba a
tener. Recién cuando las tenía, se las olvidaba. Y eso extrañamente le daba al
mismo tiempo alivio y tristeza. Olvidar la sensación que iba a sentir la
primera vez que María Paula le rozara la mano le producía un dolor en el pecho
que no pudo, ni tampoco puedo yo, describir con palabras; olvidar el dolor de
la muerte de sus padres, en cambio, sin que él lo pudiera saber cabalmente, me
atrevo a decir que lo alivió.
Germán no podía relacionarse bien con la gente porque le
hacían referencias a cosas que vivieron juntos y que si bien él las recordaba
antes que sucedieran, ya las había olvidado cuando efectivamente ocurrían. Y el
olvido se mantenía de allí en adelante.
No es novedad, y ciertamente no lo fue para él, que se
volviera loco. Su único consuelo fue recordar que me escribiría aquella carta
pidiéndome que utilizara su historia como cuento, que lo utilizara con un
nombre ficticio en un cuento fantasioso para proteger la verdad que había
detrás de la historia. Yo, que soy un afortunado que recuerdo para atrás,
siento algo en el pecho cuando pienso en la carta. Siento algo en el pecho
cuando me acuerdo que confió en mí para que escribiera esto.
Este cuento no debería existir. Esto debería ser una
transcripción de su carta. Una descripción de cuando recordó que se tiraría
desde la azotea del edificio y se mataría.
Confío en que mis disculpas no las habrá podido recordar una
vez muerto, pero de no ser así, ni bien las escriba, las habrá olvidado.
Perdón Germán por este relato. No pude estar a la altura de
las circunstancias.